El peligroso señor Donald Trump
Profesionales de la salud mental y otras figuras han intentado advertir a la opinión pública acerca de los peligros que plantea el presidente estadounidense, Donald Trump, desde que resultó electo. No pasa un día sin que dé muestras de narcisismo extremo, sadismo, falta de empatía y admiración por déspotas. Algunos preferirán pensar que solo es un payaso egoísta, pero Trump es un peligro claro y real para el mundo, y hay que detenerlo antes de que provoque un desastre.
El peligro es mucho mayor ahora, cuando se publicó el informe del fiscal especial Robert Mueller. No hemos visto el texto real (solo una versión presentada por el fiscal general, William Barr, aliado político del presidente), pero es probable que la presunta conclusión de Mueller de que Trump no se puso de acuerdo con el presidente ruso, Vladimir Putin, lo entusiasme todavía más.
El dictamen de Mueller es especialmente nefasto, teniendo en cuenta que la realidad de un complot tácito es innegable. Durante la campaña electoral de 2016, Trump estaba buscando en secreto un gran negocio inmobiliario en Moscú (y, como siempre, mintió a la opinión pública al respecto); mientras lo hacía, se expresó públicamente a favor de anular las sanciones a Rusia.
Ahora, Trump se sentirá liberado para dar rienda suelta a su revanchismo y a sus delirios de grandeza. En las últimas semanas se burló reiteradamente de un difunto senador de Estados Unidos, y no expresó ningún remordimiento por los 50 fieles musulmanes asesinados en Nueva Zelanda por un supremacista blanco al que mencionó específicamente al justificar la masacre. Cuando lo critican, Trump se pasa días atacando furiosamente a sus enemigos en Twitter. Usa asambleas y otras ocasiones públicas para ejemplificar un modo de hacer política según el cual el humanitarismo y la compasión son debilidades, en vez de valores humanos.
La creciente furia de Trump puede ser, en parte, el resultado de un deterioro cognitivo. Por ejemplo, parece que con el tiempo, su capacidad de formar oraciones completas, usar palabras complejas y mantener un hilo de pensamiento coherente ha disminuido. Está comprobado que su padre sufrió demencia.
Lo indudable es que Trump está poniendo el mundo en riesgo. Se ha retirado de dos tratados nucleares, uno con Irán, acordado por el Consejo de Seguridad de la ONU en pleno, y el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio con Rusia, vigente desde 1988. Su diplomacia absurdamente incompetente con Corea del Norte fracasó, y ahora ese país amenaza con iniciar una nueva ronda de pruebas nucleares.
Con Trump, el Gobierno estadounidense (y ninguno más entre los 193 países miembros de Naciones Unidas) abandonó la lucha global contra el cambio climático, dejando a los estadounidenses sin un liderazgo sensato mientras las crisis climáticas se intensifican. Su respuesta al huracán María, que provocó más de 3.000 muertes en Puerto Rico, fue de desprecio y descuido de las víctimas; lo mismo que su actitud ante los megaincendios que asolaron California el año pasado y cobraron decenas de vidas; lo mismo ante las megainundaciones que están causando pérdidas catastróficas en todo el Medio Oeste.
Un ideario extremista
La cosmovisión de Trump es compartida por supremacistas blancos de todo el mundo. Hay datos que muestran un aumento de los crímenes de odio en Estados Unidos desde el día siguiente al de la elección; esto incluye una duplicación de la cantidad de matanzas perpetradas por supremacistas blancos, así como numerosos casos de hostigamiento escolar cometidos en su nombre y una cantidad récord de tiroteos en masa y asesinatos con armas de fuego.
El asesino de la sinagoga de Pittsburgh, el terrorista postal que intentó matar a importantes figuras del Partido Demócrata y el reciente asesino de la mezquita en Christchurch (Nueva Zelanda) son todos ellos ejemplos de la influencia violenta de Trump. Son bien conocidas sus declaraciones durante la campaña, cuando alardeó de que podía pararse en mitad de la Quinta avenida y pegarle un tiro a alguien y que, aun así, “no perdería votantes”. Desde entonces ha avalado una y otra vez conductas violentas, mediante burlas, incitaciones y, recientemente, una advertencia de que, si se los ordenara, sus seguidores armados podrían pasar a la acción.
Esta forma de relación sádica entre un líder y sus seguidores costó millones de vidas en el pasado y hundió países enteros en la guerra y la ruina. Pero nunca antes había sucedido en una nación con miles de armas nucleares y soldados desplegados en más de 100 países en todo el mundo. Sin embargo, muchos siguen confundiendo todavía las inclinaciones violentas de Trump con una mera táctica política, en vez de verlas como producto de una mente perturbada.
Desde el inicio de su gobierno, Trump siguió el manual autoritario e intentó gobernar por decreto, de lo que el ejemplo más reciente es su imprudente declaración del estado de emergencia para construir un muro en la frontera entre Estados Unidos y México. Hay que detenerlo antes de que inicie una guerra, tal vez con Venezuela o Irán, o antes de que sus simpatizantes armados aumenten la violencia contra sus opositores políticos. La campaña de 2020 podría degenerar fácilmente en violencia callejera a instancias de Trump. En vista de esta evaluación (y de la conducta misma de Trump), hay que tomar sin demora cinco medidas:
En primer lugar, la Cámara de Representantes debe iniciar el proceso de juicio político. Trump es responsable de los mismos actos ilegales de financiación de campaña por los que su exabogado Michael Cohen irá a prisión. Ha violado en forma reiterada y temeraria leyes financieras y tributarias mediante actos de lavado de dinero, valuación fraudulenta de bienes y evasión fiscal crónica. Y si se divulgara el informe de Mueller completo, podrían aparecer más motivos para un juicio político.
Paso necesario del Congreso
En segundo lugar, el Congreso debe recuperar con urgencia el claro e inequívoco derecho constitucional de declarar la guerra. Lamentablemente, en la práctica cedió esta atribución al Poder Ejecutivo. Pero la autoridad para iniciar una guerra, especialmente en el caso de una potencia nuclear, jamás debe confiarse a una sola persona (incluso si Estados Unidos tuviera un presidente cuerdo).
En tercer lugar, los expertos en salud mental deben cumplir su responsabilidad de proteger la salud y seguridad de la sociedad explicando públicamente, donde sea necesario, que Trump no es simplemente un político maquinador o un líder asertivo, sino un individuo mentalmente inestable capaz de provocar daño a gran escala. Es, a la vez, derecho y obligación profesional de esos expertos aportar información crítica que permita a los legisladores proteger el país.
En cuarto lugar, los medios tienen que dejar de hablar de cómo se levantó Trump ese día y exponer, en cambio, su inestabilidad mental. La verdadera noticia no es que Trump mienta todo el tiempo o sea cruel y fanático, sino que es una amenaza para todos.
Finalmente, los estadounidenses deben organizarse políticamente para evitar otra crisis electoral en 2020, que tal vez Trump intentará alentar con denuncias de fraude y llamados a sus seguidores para que violen las normas de la democracia. Si no se lo destituye mediante juicio político (como debe ser), es preciso extremar recaudos para preservar la democracia y proteger la sociedad de su destructividad.
JEFFREY D. SACHS, BANDY X. LEE Y RUTH BEN-GHIAT*
© Project Syndicate
Nueva York* Jeffrey D. Sachs es profesor de Desarrollo Sostenible en la Universidad de Columbia. Bandy X. Lee es psiquiatra forense de la Escuela de Medicina de Yale, experta en cuestiones de violencia y presidenta de la World Mental Health Coalition. Y Ruth Ben-Ghiat es profesora de Historia y Estudios Italianos en la Universidad de Nueva York y experta en regímenes autoritarios y en sus líderes.