Un día de brujas para que Londres pueda salir de la Unión Europea
La tragicomedia del ‘brexit’ tiene una nueva fecha para su acto final. La Unión Europea (UE) decidió, la madrugada del jueves, darle seis meses más de oxígeno al Reino Unido para que salga del bloque y fijó la fecha del divorcio para el 31 de octubre, noche de Halloween.
La decisión es un punto de encuentro entre el miedo al caos de la canciller de Alemania, Angela Merkel, quien quería dar un año más, y la impaciencia del presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien pretende que Londres decida ya si sale o si revoca todo el proceso.
La fecha de salida es flexible. El Reino Unido puede abandonar el bloque antes de finales de octubre si su Parlamento aprueba (ya lo rechazó tres veces) el acuerdo de retirada que su primera ministra británica, Theresa May, alcanzó a finales del año pasado con la UE. Pero también puede volver a ser aplazada.
El próximo 23 de junio se cumplirán tres años del referéndum del ‘brexit’, y el Reino Unido seguirá siendo miembro de la UE porque el Gobierno británico no sabe cómo salir del bloque sin destrozar su economía y porque en Europa nadie quiere asumir la responsabilidad de desconectar la máquina que permite seguir respirando al paciente inglés.
Bruselas repite que nunca provocará la ruptura y que su estallido es responsabilidad de Londres.
A los europeos no les interesa un proceso indefinido porque genera incertidumbre económica e impide que la UE se centre en otros asuntos urgentes e importantes.
También porque el Reino Unido, en la puerta de salida, puede convertirse en un incordio si a su tradicional actitud de poner palos en las ruedas del carro europeo se une la posible caída de May y su sustituto resulta siendo un primer ministro eurófobo del estilo de Boris Johnson.
Los dirigentes de los otros 27 países perdieron la confianza en May hace tiempo y saben que la premier vive a salto de mata y su cabeza podría rodar cualquier día, pero ninguno se quiere hacer responsable de empujar a los británicos al precipicio.
Esa ruptura brutal puede provocar daños económicos que el Reino Unido no ha visto en décadas y envenenar sus relaciones con el bloque europeo durante generaciones.
Pero algunos gobiernos empiezan a mostrar su impaciencia. Francia lidera un grupo al cual se unen países como Austria, Eslovenia, Suecia, Luxemburgo, Bélgica o España.
Exigen que los plazos se cumplan, que las prórrogas no se sucedan y que, sobre todo, no interfieran con el funcionamiento de la UE.
La insistencia de esos países hace que el Reino Unido tenga que organizar elecciones europeas en su territorio el próximo 23 de mayo, lo cual es una humillación para quienes prometieron hace casi tres años que salir de la UE sería indoloro y gratis.
Además, la fecha de salida del 31 de octubre se fijó para que Londres no pueda influir en la renovación, prevista para finales de año, de los altos cargos del bloque. La UE también exigió al Gobierno británico que se comporte y no se dedique a incordiar, como amenazan desde hace semanas los más eurófobos del Partido Conservador de May.
Y decidió que se reunirá a 27 (sin los británicos) cada vez que lo considere necesario, como si el Reino Unido ya hubiera abandonado el bloque, aunque legalmente conserva todos sus derechos y obligaciones como Estado miembro.
Los brexiters (quienes están a favor del divorcio) lo llamaron “retomar el control”, pero el destino de su país se decidía el miércoles en Bruselas sin presencia de británico alguno, cuando May tuvo que abandonar la reunión. Como si Londres se hubiera convertido en la capital de una república bananera, la británica, humillada, tuvo que decirles: “El Reino Unido es un país serio”.
La división entre los dirigentes europeos no es realmente ni sobre la naturaleza del acuerdo firmado con Londres (un consenso con el que están todos cómodos) ni sobre la extensión más o menos larga de la prórroga, aunque en público así lo transmitan.
La gran división es entre los que secretamente esperan que una prórroga larga abra la puerta a la revocación del proceso (incluso, con un segundo referéndum) y los que dan por hecha la salida británica y quieren dejar atrás el asunto para mirar adelante.
Idafe Martín Pérez
Para EL TIEMPO
Bruselas