Casi morimos en las que parecían unas inocentes vacaciones en Cancún

Tuvimos durante cinco días las vacaciones soñadas. Las caminatas y excursiones por Cancún no parecían la antesala de la pesadilla que viviríamos durante los tres días del huracán Wilma y los casi diez de sobrevivencia que tuvimos que enfrentar hasta volver a nuestro hogar.

Wilma fue aterrador. Éramos miles de turistas de diferentes partes del planeta enfrentándonos, en un país para nosotros desconocido, a un huracán de categoría cinco que ha sido considerado uno de los más potentes registrados en el Atlántico y uno de los ciclones tropicales más intensos en todo el mundo.

No se veía venir, irónicamente antes viajar le pregunté a mi esposo si había amenaza de huracán, pero él aseguró que todo estaba bien. Por eso Clayton, mi esposo; Nellie y Herman, mis suegros (de 85 y 90 años); mi hijo Santiago y yo, Elizabeth, viajamos con muchas expectativas a México.

Lo que iba a ser un tiempo de descanso en familia -a propósito del cumpleaños de mi marido- terminó siendo una experiencia que nos marcó para siempre.

Durante nuestra travesía, como del grupo de turistas era de las pocas personas que hablaba español, traté de ocultar la magnitud de la situación y por eso no interpretaba a los huéspedes la gravedad de lo que estaba pasando.

Sabía que si explicaba la verdadera proporción del hecho podía darle a los abuelos un infarto. El único que sabía era mi hijo, que en ese entonces tenía nueve años.

Creo que mis suegros nunca entendieron lo que pasó y Clayton dice que han sido sus mejores vacaciones. Yo pienso que estamos vivos de milagro, por la fe y la fortaleza que heredé de mi familia colombiana, sus oraciones y el apoyo de la gente mexicana (con quienes estaré eternamente agradecida).

Del descanso a la pesadilla

#CómoSalíDe

El huracán empezó a eso de las 9:30 de la noche, el ruido era absolutamente estruendoso, se cayeron las ventanas y varias paredes del refugio.

Foto:

Elizabeth Kloehr

Salimos de Arizona, lugar en el que vivo desde hace 20 años, el sábado 15 de octubre de 2005. Pasamos cinco días de ensueño en Cancún, ciudad ubicada en el estado de Quintana Roo, al oriente de México, famosa por ser un destino turístico de nivel internacional.

La pesadilla empezó el 20 de octubre cuando regresábamos al hotel tras una excursión. Llegamos tarde porque el cronograma del día se había alargado.

Notas de diferentes colores se podían leer al ingresar al lugar y en las puertas de las habitaciones. La primera era amarilla, otra rosada, una naranja y la última roja. Lo único que alcancé a leer fue: “Por favor sacar medicinas, pasaportes y el mayor número de elementos importantes porque se acerca un huracán”.

Agarré lo que pude, lo que encontré. Unas camisetas, los pasaportes, las cámaras, las tarjetas, algo de dinero y las medicinas de mi suegra. Las de mi suegro no las vi. De urgencia empezamos en buses a salir para un ‘shelter’ o refugio.

Antes de entrar al refugio fuimos a una tienda y compramos lo que había: unas velas, un par de galletas y yogurt.

Por favor sacar medicinas, pasaportes y el mayor número de elementos importantes porque se acerca un huracán

Nos organizaron en grupos de entre 12 a 15 personas por habitación. Las alcobas solo contaban con una cama y los italianos con los que inicialmente nos juntaron se adueñaron de ella.

Afortunadamente antes de que empezara el huracán pudimos lograr un lugar solo para nosotros, pues mis suegros, por su edad y estado de salud, necesitaban un sitio medianamente decente para dormir.

Al final terminamos en un cuarto con una cama doble donde se recostaron los abuelos y mi hijo y unas sillas plásticas de piscina con algunas toallas encima para mi esposo y yo.

Interiormente tenía mucho miedo, empecé a pelear con mi esposo y le decía “yo te lo dije, te pregunté que si nos iba a alcanzar el huracán y me dijiste que todo estaba bien”.

Me estresé muchísimo porque teníamos a dos adultos mayores y a un menor de edad a nuestro cargo. Pero al final traté de mostrar la situación, que era intimidante, lo más esperanzador posible para quienes no hablaban ni entendían el español.

Mi esposo solo tenía risa nerviosa, el resto de la familia dormía mientras yo -tratando de aparentar tranquilidad- me repetía en la mente el Salmo 23: “el Señor es mi pastor, nada me faltará…”.

Luego recitaba la frase que desde pequeña mi mamá me enseñó a decir: “Por la sangre y los clavos de Cristo, Él me protege y me cuida siempre”.  A todas esas plegarias adicionaba una oración que salía de un corazón desesperado: “Dios, si yo he hecho algo bueno en la vida, sácanos de esta”.

El huracán empezó a eso de las 9:30 de la noche, el ruido era absolutamente estruendoso, se cayeron las ventanas y varias paredes del refugio. Ahí duramos encerrados aproximadamente 72 horas entre los destrozos. Fueron tres días sin comida, sin agua, sin comunicación, sin teléfono, sin nada.

Al pasar el huracán, tres días después, la calma empezó adueñarse de nosotros sin saber lo difícil que vendría después.

Encontrando paz en medio de la tormenta

Se sentía bastante frío, llovía mucho, el ruido era tan espantoso que nos empezó a doler la cabeza. Con la lluvia intentábamos lavar la ropa y con escobas sacábamos el agua del refugio para que no se inundara.

Cuando logré salir por comida y a buscar un teléfono público, luego de quitar árboles caídos, latas y vidrios, el panorama era caótico. Llegué a una casa donde me regalaron leche, unos sándwich y un radio.

#CómoSalíDe

Fueron casi 72 horas de huracán, después de eso empezó esa paz que uno no entiende, la que te da el saber que pese a todo sigues vivo.

Foto:

Elizabeth Kloehr

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Fueron casi 72 horas de huracán, después de eso empezó esa paz que uno no entiende, la que te da el saber que pese a todo sigues vivo.

Foto:

Elizabeth Kloehr

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Fueron casi 72 horas de huracán, después de eso empezó esa paz que uno no entiende, la que te da el saber que pese a todo sigues vivo.

Foto:

Elizabeth Kloehr

#CómoSalíDe

Fueron casi 72 horas de huracán, después de eso empezó esa paz que uno no entiende, la que te da el saber que pese a todo sigues vivo.

Foto:

Elizabeth Kloehr

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Fueron casi 72 horas de huracán, después de eso empezó esa paz que uno no entiende, la que te da el saber que pese a todo sigues vivo.

Foto:

Elizabeth Kloehr

En medio del caos fuimos ayudados por el personal que había del hotel Marriott, donde nos estábamos alojando antes la tragedia. Como no había electricidad ellos se inventaron unas estufas de ACPM, nos prepararon un caldo y nos llevaron algunas frutas. Fue la primera comida en días.

De un momento a otro mi suegra empezó a tener problemas para respirar y no sabíamos a qué hacer. Adicionalmente a mi suegro, que sufre de narcolepsia -trastorno crónico del sueño que provoca somnolencia excesiva-, debíamos suministrarle un medicamento para que no se durmiera. No teníamos cómo atenderlos y la situación estaba complicándose.
 
Mis suegros estaban muy mal, aunque logramos conseguir un médico no había electricidad. Fue ahí que conocimos a Leticia, una doctora que pese al peligro salió en su camioneta junto a su esposo y rompieron los vidrios de una droguería para buscar medicamentos que permitieran practicarle los primeros auxilios a Nellie y Herman.

Como mi suegra tenía bronquitis, ataque de asma y gripa, le adaptaron un respirador conectado a un carro. Sin embargo, la médica insistía en que Nellie estaba muy mal y debía ser trasladada a un hospital. 

#CómoSalíDe

De un momento a otro mi suegra empezó a tener problemas para respirar y no sabíamos a qué hacer.

Foto:

Elizabeth Kloehr

Como no había servicio en los centros médicos nos llevaron en un camión de basura que consiguió la doctora con la ayuda de la policía y empezamos a recorrer Cancún. Con mi cámara empecé a tomar fotos de todo. Árboles caídos, cajeros automáticos destrozados, estaciones de gasolina derribadas, techos en el suelo, carros uno sobre otro, antenas de radio y televisión caídas. No existían aeropuertos, no había nada.

Fuimos a varios hospitales y no tenían atención en ninguno por los destrozos que presentaban. Pasados tres días del huracán la gente empezó a sentir hambre, como no se conseguían víveres en los supermercados, y nada estaba en funcionamiento, se presentaron disturbios por el comportamiento de quienes intentaban ingresar indebidamente a estos lugares.

Regresamos al refugio con las manos vacías, situación que despertó el desespero y pánico de las personas que estábamos allí.

Lo que trae consigo el desespero

Pasaron los días y seguíamos sin agua, sin luz. Salimos a la calle, solo se veían saqueadores, parecía una batalla campal. Al caer la noche se cayó la pared más grande del refugio y ladrones empezaron a entrar a los cuartos. Nos quitaron billeteras y algunas cámaras fotográficas.

Con pedazos de madera, entre todos, empezamos a reconstruir la pared y tuvimos que ponernos horarios para cuidar esa zona. Teníamos miedo, muchos eran menores de edad o abuelos y no encontrábamos a la policía.

#CómoSalíDe

Todos como trabajábamos en equipo para sobrevivir.

Foto:

Elizabeth Kloehr

#CómoSalíDe

Todos como trabajábamos en equipo para sobrevivir.

Foto:

Elizabeth Kloehr

Inicialmente nos alimentábamos de atún y galletas. Luego, en la tarde de octubre 23, empezó a llegar comida. Gracias al equipo del hotel Marriott unos chefs nos empezaron a dar alimentación un poco más balanceada.

De hecho, nos enteramos que Mr. Marriot mandaría dos de sus aviones para salvar gente, pero mi suegro no quiso montarse. Solo decía: «esperemos a que mañana abran el aeropuerto». Intentamos convencerlo, pero no se quiso ir. Al final la mayoría se fue y quedamos nosotros.

¿Cómo terminó todo?

El 24 de octubre en la tarde la policía logró tomar control de la ciudad. Para el 25 nos pidieron desalojar el refugio porque lo iban a reconstruir. Como no teníamos a donde ir, la señorita Selene, gerente del servicio al cliente del hotel en donde nos hospedamos, nos llevó a su casa. Ese pequeño apartamento fue nuestro refugio durante una noche.

#CómoSalíDe

«Nosotros sobrevivimos a Wilma», es un mensaje que aún nos acompaña.

Foto:

Elizabeth Kloehr

Al día siguiente, en la mañana, mi suegra tuvo otra recaída y necesitábamos encontrar una solución urgente. Salimos a la calle a pedir auxilio a los pocos carros en la vía para que me dejaran cargar mi celular y lograr así comunicarme con Tim, el hermano de mi esposo, para pedirle ayuda.

El 26 de octubre, tras cinco horas de fila, logramos comprar los pasajes para tomar una flota hasta Mérida, en donde mi cuñado nos enviaría un avión privado. Llegamos a las 2:00 a.m a un hotel en deplorables condiciones que se aprovechaba de la situación abusando de la necesidad de quienes estábamos saliendo del huracán con precios absurdos.

En Mérida encontramos comida y medicinas, aunque llegó el avión por nosotros no logramos embarcarnos ya que no vendían gasolina para aeronaves privadas. Por lo cual nos tocó tomar otra flota hasta el estado de Campeche. El 27 de octubre, gracias a mi cuñado, logramos ingresar a los Estados Unidos.

Además de estar enfermos, y con los traumas que nos dejó el huracán, perdimos aproximadamente nueve kilos cada uno

Los abuelos llegaron directo al hospital. Además de estar enfermos, y con los traumas que nos dejó el huracán, perdimos aproximadamente nueve kilos cada uno. Regresamos el 1 de noviembre a nuestra casa en Scottsdale, Arizona.

Cuando llegamos a EE.UU. mi esposo envío una carta de agradecimiento a Mr. Marriott contándole lo sucedido y pidiéndole que ayudara a sus empleados. La cadena de hoteles los mantuvo en nómina por una año y reconstruyo sus casas. Fue emocionante ver como ellos recibieron la recompensa a su buen trabajo y a los sacrificios que desinteresadamente hicieron por todos nosotros.

Dos años después regresamos a Cancún para celebrarle la navidad a todas las personas que nos ayudaron en esta odisea.

En nuestra casa conservamos más de 500 fotos, recortes de prensa y recuerdos de esta dura experiencia
que nos enseñó que la familia, la fe en Dios, las oraciones de nuestros seres queridos y la solidaridad de varios desconocidos pueden hacer que alguien sobreviva a cualquier situación, inclusive a un huracán.

ELIZABETH KLOEHR

*Esta historia fue escrita por Diana Milena Ravelo Méndez (@DianaRavelo), periodista de ELTIEMPO.COM, gracias al testimonio de Elizabeth Kloehr y las vivencias que enfrentó junto a su familia durante el huracán Wilma en octubre de 2005.

#CómoSalíDe

En nuestra casa tenemos un álbum de más de 500 fotos, recortes de prensa y recuerdos de esas semanas.

Foto:

Elizabeth Kloehr

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