Así es ‘La Mocha’, el primer bachillerato transgénero de Argentina

Viviana González tenía ocho años cuando supo que era una nena trans. En ese entonces, vivía con su hermana mayor y su mamá, que había llegado a Buenos Aires desde la provincia de Corrientes siendo muy joven. «Nos crió como madre soltera y como pudo. Crecimos de forma acelerada. A los 10 empecé a trabajar en verdulerías y mi hermana como empleada doméstica», recuerda González.

Tenía 12 años cuando encontró en la prostitución el único medio de subsistencia. «Era muy pobre y siempre quise seguir estudiando: me proyectaba maestra o médica», confiesa. «Todo se terminó cuando se me negó la posibilidad de hacer el secundario, porque me pedían que me vistiera como un varón. Pero no podía hacer eso: no era así como yo me autopercibía».

Tuvo que dejar el colegio. «Ahí empezó a morir mi sueño. Me tuve que convertir tempranamente en adulta y salir a buscar dinero», cuenta González. «La gente muchas veces te encasilla en un personaje que es el vestido corto, los tacos, las pelucas, la prostitución, las drogas y el alcohol. No creen que nosotras también podemos sentir, pensar, llorar, reír, tener metas y soñar».

Hoy, a los 48 años, su sueño está cerca de cumplirse: en diciembre se graduó del Bachillerato Popular Trans Mocha Celis, un secundario público, gratuito y acelerado para adultos, que abrió sus puertas en el barrio porteño de Chacarita el 11 de noviembre de 2011 y se convirtió en el primero de su tipo en el mundo.

Se trata de un espacio educativo inclusivo y con orientación en diversidad de género, sexual y cultural, pensado para ofrecer una respuesta frente a la exclusión sufrida por el colectivo trans, pero no es exclusivo para ese grupo.

Hoy asisten 150 estudiantes de 16 a más de 70 años, de los cuales el 40% son trans (además de algunos docentes); el resto está compuesto, entre otros, por vecinos de asentamientos urbanos cercanos, personas con identidades de género diversas e hijos de inmigrantes. Todos tienen algo en común: vieron interrumpida su escolaridad en algún momento de su vida y quieren terminarla.

Trans Mocha

Luli Arias de 31 años y Viviana González de 48 años juntas en un aula del Bachillerato Popular Trans Mocha Celis.

Foto:

Diego Spivacow/AFV

El nombre del bachillerato no fue elegido al azar. Mocha Celis era una travesti tucumana que no se callaba frente a la violencia y que fue asesinada tras haber recibido amenazas de un policía. No sabía ni leer ni escribir y su historia refleja la situación de extrema vulnerabilidad y violación de derechos que atraviesa la población trans en la Argentina: obligada a vivir en los márgenes, criminalizada hasta hace no mucho tiempo, con una expectativa de vida cercana a los 35 años y una enorme dificultad para estudiar o acceder a un empleo digno.

Una frase de la activista trans Lohana Berkins pintada en una de las paredes ilustra el objetivo de este secundario: «Cuando una travesti entra a la universidad, le cambia la vida a esa travesti. Muchas travestis en la universidad le cambian la vida a la sociedad». Porque las mujeres trans son sobrevivientes: muchas tuvieron que dejar sus hogares siendo niñas y encontraron en la prostitución la única forma de salir adelante.

Cuando era chica, escribía poesía y me hubiese gustado seguir desarrollando eso, pero se me negó: la noche y la prostitución hicieron que mis cuadernos quedaron en blanco.

«Cuando era chica, escribía poesía y me hubiese gustado seguir desarrollando eso, pero se me negó: la noche y la prostitución hicieron que mis cuadernos quedaron en blanco.  Los años pasan y los sueños terminan por desvanecerse. A veces, te queda la esperanza de que algo va a pasar», asegura González.

Y pasó. Una amiga la llevó una tarde a “la Mocha”. “Cuando llegué, la persona que me recibió abrió los brazos y me dijo una frase que estaba esperando desde los 11 años: `Bienvenida a la Mocha Celis, vas a hacer tu secundario´», sostiene.

Trans Mocha

Luli Arias es docente de Salud, Género y Técnicas de Estudios en el Bachillerato Popular Trans Mocha Celis.

Foto:

Diego Spivacow/AFV

Francisco Quiñones Cuartas, director de la institución, dice: «Este fue el primer bachillerato trans del mundo. Después, se gestaron preuniversitarios en Chile, Brasil y Costa Rica. En Argentina, hay uno más en la provincia de Tucumán y otro que depende de la Universidad de Avellaneda, en Buenos Aires».

Cuando el establecimiento abrió sus puertas, el grupo fundador comenzó trabajando ‘ad honorem’, hasta que en 2014 se reconocieron la planta orgánica funcional y los diplomas. Hoy, el Estado cubre los salarios de los profesores, pero «el mantenimiento diario de la escuela se cubre por la voluntad docente y donaciones», agrega Quiñones Cuartas.

Luli Arias tiene 32 años, es trans y docente de Salud, Género y Técnicas de Estudios en el bachillerato. En el recreo, describe parte de la dura realidad de los estudiantes: «El 80% de los que son trans se dedican a la prostitución y más del 70% manifiestan que desean de trabajar de otra cosa». La docente subraya: «Nosotras entendemos la vida compleja que llevan y qué contención necesitan. Las alumnas se ven reflejadas en los docentes, y cuando algunas dicen `el día de mañana yo también quiero ser maestra o abogada´, me emociono mucho».

Este año, egresa la sexta camada. La mayoría de las materias son iguales a las de cualquier otro secundario, pero están atravesadas por la perspectiva de género. A Viviana González, la Mocha la hizo sentirse orgullosa de quién es. «Creo que voy a ser una muy buena maestra. La educación es una herramienta que no puede faltar, porque nos da la posibilidad de elegir. Todos tenemos derecho a formarnos y a soñar«, concluye.

MARÍA AYUSO
LA NACIÓN (Argentina) – GDA* Este artículo se publica como parte de 7,7 Mil Millones, una iniciativa internacional y colaborativa que reúne a 15 medios de comunicación de todo el mundo para centrarse en soluciones en favor de la inclusión social, económica y ciudadana.

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