Por el bien de Colombia / Opinión
Colombia es más que un aliado de Estados Unidos, es un buen amigo. He conocido y trabajado con muchos de sus líderes para cumplir con nuestras responsabilidades compartidas, incluso en la redacción del Plan Colombia hace 20 años, y ofrezco estas observaciones como un amigo respetuoso.
Colombia enfrenta hoy desafíos extraordinarios, y los patriotas de todo el espectro político deberían unirse para encontrar soluciones que creen instituciones más sólidas, un país más seguro y una nación más unida, inclusiva y justa.
Los verdaderos enemigos del bienestar de Colombia –aquellos que proyectan el crimen y la violencia desde el exterior y los que conspiran con estos criminales en una pugna traicionera por el poder– son los únicos que se benefician cuando los verdaderos demócratas de buena voluntad explotan los problemas para polarizar al país.
Los colombianos deberían cooperar de manera constructiva, ya que el Gobierno se enfrenta a desafíos extraordinarios exacerbados por el régimen hostil vecino, incluida la reintegración de los territorios del posconflicto mientras atienden a 1,3 millones de refugiados.
A pesar de las genuinas dudas sobre el proceso de paz, es un hecho que el fin formal de un conflicto de 60 años es un logro tangible que produce un ‘dividendo de la paz’ positivo para millones de colombianos. Se requiere una implementación rigurosa ahora para asegurar esos beneficios.
Los acuerdos de paz son ahora parte de la ley; por lo tanto, tendrán un efecto en el largo plazo, y en ese escenario, Colombia progresará solo si se respeta el Estado de derecho y los juristas facultados para interpretar la ley cumplen con este principio. Sin embargo, es justo decir que los hombres que lideraron las fuerzas irregulares que atacaron al pueblo colombiano durante décadas no merecen el beneficio de la duda.
Y aquellos a quienes la evidencia muestra que siguen involucrados en delitos graves deben ceder los derechos y privilegios que están reservados para aquellos comprometidos con la paz.
Los demócratas colombianos de izquierda, derecha y centro no pueden darse el lujo de tratarse como enemigos entre sí en un país que tiene enemigos genuinos. Los demócratas comprometidos pueden unirse en la búsqueda de un terreno común o poner a Colombia a merced de hombres cínicos que intentan engañar el proceso de paz o conspirar con criminales en Venezuela para emprender la guerra.
Conscientes de las diferencias sinceras sobre los acuerdos de paz, los planes para brindar seguridad, llevar infraestructura y servicios sociales a áreas de posconflicto son vitales y valiosos. La visión de desarrollo del presidente Iván Duque es audaz e innovadora.
El Gobierno se enfrenta a desafíos extraordinarios exacerbados por el régimen hostil vecino
Estas iniciativas son planes concretos que otros países envidiarían. Y su implementación total es esencial para construir un país más competitivo, estable y próspero. Así como Colombia se convirtió en un modelo para el mundo al extender la seguridad a las comunidades marginadas con las políticas acertadas del presidente Álvaro Uribe, ahora puede convertirse en un modelo para extender las oportunidades económicas y los servicios humanos a los ciudadanos en todos los rincones del país. Sí, todos estos desafíos son difíciles, pero ningún país en el mundo tiene la experiencia de Colombia en la reintegración de combatientes y la reconciliación de las comunidades.
Financiar tales programas es una inversión sólida en una Colombia más segura y justa. Los amigos extranjeros y los bancos multilaterales de desarrollo deben hacer todo lo posible para encontrar los miles de millones de pesos necesarios para apoyar una década de desarrollo. Crear presupuestos sólidos es responsabilidad de todos los partidos políticos, no solo del Gobierno.
La disciplina fiscal, la gestión eficiente, la recaudación efectiva de impuestos y una base tributaria más amplia atraerán capital e impulsarán el crecimiento económico. Colombia aún goza de un fuerte apoyo bipartidista en Estados Unidos. Confiamos en que el presidente Duque haga cumplir el imperio de la ley y reduzca la producción de cocaína, porque sabe que hacerlo es esencial para impedir el flujo de recursos ilimitados a grupos delictivos peligrosos.
Mientras Colombia enfrenta sus propios desafíos, la fuente de muchas de estas amenazas es el narcorrégimen en Venezuela. Ese régimen es administrado por Cuba, armado por Rusia, financiado por China e instigado por Irán, Hezbolá y narcoguerrillas.
Estados Unidos debe liderar la neutralización de ese régimen, porque sus amigos en Colombia, Centroamérica y México no pueden prosperar con el cáncer criminal que se encuentra cerca. Mientras tanto, los diplomáticos estadounidenses y colombianos deben solicitar a la Asamblea Nacional legítima de Venezuela que libere algunos de los activos congelados que pertenecen a la república a los programas internacionales que ayudan a los emigrantes venezolanos.
Los amigos de Colombia esperan que sus líderes encuentren soluciones prácticas que sirvan al bienestar de las personas en el largo plazo y no a los intereses de los políticos en el corto plazo. Los patriotas decentes saben que el futuro de Colombia depende de la formación de un frente unido y no de carácter partidario, contra enemigos comunes a medida que construyen una nación más justa, inclusiva y próspera.
ROGER NORIEGA
Exsubsecretario de Estado de EE. UU. y embajador de ese país ante la OEA