Los secretos que guarda la maestra del disfraz de la CIA
Es fácil suponer que esto de que un espía se disfraza o usa una máscara que le cambia la cara es algo que pasa solo en las películas de Hollywood, y que está muy lejos de cómo operan de verdad los servicios de inteligencia. Sin embargo, durante 25 años, la estadounidense Jonna Méndez se dedicó a eso, a disfrazar a los agentes secretos de Estados Unidos en la vida real. Como directora del Departamento de Disfraces de la CIA, la principal agencia de inteligencia de su país, empleó cámaras miniatura, máscaras, identidades falsas y todo tipo de trucos para obtener información de gobiernos extranjeros y de grupos terroristas.
Ha escrito tres libros sobre sus misiones como espía junto a su esposo, Antonio Méndez, quien también trabajó para la CIA. Ahora, acaba de publicar ‘Las reglas de Moscú’. Allí relata sus experiencias mientras ambos trabajaban como espías en la antigua Unión Soviética.
En esta entrevista con Moisés Naím, Méndez narra cómo arriesgó su vida para llevar a cabo exitosas misiones en la CIA gracias a sus técnicas de camuflaje, sus ingeniosas tácticas de evasión y sus disfraces.
¿Cómo se prepara uno para ser jefe de disfraces de una agencia de espionaje?
Cuando me convertí en directora del Departamento de Disfraces ya había estado trabajando en la CIA durante muchos años y nunca pensé que terminaría allí. Nos comparaban con la División Q de James Bond y nos gustaba, pues hacíamos el mismo trabajo que ellos y quizás un poco más. Si un agente necesitaba intervenir algún objeto, o colocar una pequeña cámara dentro de una pluma Montblanc para fotografiar documentos, podíamos lograrlo. Los disfraces eran parte de ese apoyo técnico que ofrecíamos.
¿Cómo se disfraza a un espía? Denos ejemplos…
El disfraz más básico incluía un bigote, gafas y una peluca. Esto siempre era un problema porque la mayoría de los oficiales eran hombres y no les gustaba usar peluca. Pero a medida que los materiales se hicieron más cómodos y las operaciones más peligrosas, se mostraban más abiertos a ponerse disfraces, pues proveían una especie de protección. Podían impedir que les dispararan.
¿Cuál de los elementos de un disfraz era el que usaban más seguido?
Bueno, a los hombres no les gustaba el bigote. Muchos temían que se cayera en la sopa, lo cual era muy irritante. Ante ese temor y el rechazo de algunos por usar pelucas, uno se preguntaba, ¿cómo puedo hacer una carrera en esto si ellos no quieren disfrazarse? Entonces, lo que solíamos hacer era llevarlos a nuestros laboratorios para disfrazarlos y darles ajustes finales, y los enviábamos a nuestra cafetería.
Era un gran salón donde almorzaban todos los miembros de la agencia. Su jefe, el jefe de su jefe y sus compañeros de oficina, todos estaban allí. Así descubrían que nadie se daba cuenta de que eran ellos. Podían sentarse justo al lado de una mesa llena de personas de su oficina y nadie los descubría. Luego regresaban eufóricos diciendo: “Oh Dios, así es el poder de esconderse a plena vista”.
Antes de trabajar en el área de disfraces, hacía otras cosas en la CIA. Cuéntenos…
Comencé como secretaria cuando vivía en el extranjero con mi esposo. Tiempo después regresamos a Washington y él empezó a estudiar en la Universidad George Washington. Es decir, yo trabajaba y él estudiaba. Cuando se graduó, yo ya era secretaria superior de esta oficina de mil personas, pero era muy aburrido.
¿Aburrida en la CIA?
Sí. Podía ver el Castillo de la Institución Smithsonian desde mi oficina, porque quedaba justo atravesando la calle del Departamento de Estado. Un día le dije a mi jefe: ‘Creo que hay trabajo allá, voy a hablar con ellos’, y él dijo: ‘No hagas eso. Yo sé que tú eres una fotógrafa amateur, toma uno de nuestros cursos de fotografía’. Al día siguiente ya estaba en una pista de aterrizaje en algún lugar, subiendo a un avión, con un arnés y una cámara con un lente muy grande. Pasé el día volando en ese avión, tratando de descifrar torres de radar y matrículas de vehículos. Estuve toda la tarde revelando una película en el cuarto oscuro de la agencia con música sonando. Así que dije: ‘OK, me voy a quedar’. Y me quedé muchos años.
Pasó 27 años siendo espía sin poder decir en qué trabajaba. ¿Cómo manejó eso con sus familiares y amigos?
Lo que les contaba dependía del lugar en dónde estaba y de lo que creía que ellos ya sabían. Por muchos años tuve una mejor amiga que nunca lo supo, a pesar de que hablábamos a diario. Los vecinos de los lugares donde viví tampoco se enteraron. Les decía que estaba viviendo fuera del país, o que salía de viaje. Cuando estaba en el extranjero decía que trabajaba para el Departamento de Estado. Siempre fue fácil porque por lo general la gente no me presionaba mucho.
Bueno, a los hombres no les gustaba el bigote. Muchos temían que se cayera en la sopa, lo cual era muy irritante
El presidente George Bush padre la invitó a la Casa Blanca para que le explicara cómo disfrazaba espías. ¿Qué pasó en esa reunión?
Fui a la Casa Blanca con Bill Webster, quien en ese entonces era el director de la CIA. Habíamos inventado una nueva máscara que se adaptaba a las expresiones de la persona. Es decir, podían hablar y reírse con naturalidad. Primero le mostré al presidente unas fotos en las que él salía disfrazado, cuando era el director de la CIA (1976-1977). Las máscaras en esa época solo se veían bien de lejos. Y le dije: ‘Este era el disfraz viejo. Yo llevo puesto el nuevo’. Él se levantó de la silla y dijo: ‘No, no, no’, y me examinó por todos lados. Luego me dijo: ‘OK, quítatela’. Me despegué la máscara y la sostuve en el aire para mostrarle.
¿Cuál fue la misión más peligrosa que le encomendaron?
Cuando estaba visitando una base de operaciones de la CIA en el subcontinente indio, que incluye países como India y Pakistán. El jefe de esa base nos informó que se debía reunir con un terrorista peligroso, quien decía tener información sobre un plan para derribar un avión estadounidense. Pero no podía verlo a solas, así que disfracé a siete agentes y nos fuimos al lugar del encuentro para vigilar a nuestro jefe.
En un momento levanté la mirada y allí estaba el terrorista, mirándome como si me hubiese descubierto. Iba acompañado de dos hombres armados con rifles de asalto AK-47 y pensé que iban a dispararme. Nunca debí haber hecho contacto visual… el terrorista acabó descubriendo a cinco de nosotros, pero la policía local lo arrestó al día siguiente y todos nos fuimos a casa ilesos.
Denos otro ejemplo de una situación en la que realmente tuvo miedo…
En Colombia viví una de las experiencias que más miedo me hizo sentir. Estaba en Bogotá por una asignación temporal. Cada mañana me recogían en el hotel en un carro blindado y dos carros con escoltas llenos de armas. Tenía cinco minutos para salir y subirme al carro o sino me dejaban. En una ocasión, iba caminando por la ciudad y vi la oportunidad de acortar camino entre dos edificios y llegar más rápido.
No debí hacer eso porque cuando bajé por ese callejón había un grupo de hombres hablando en el medio de la calle. Entonces hice la única cosa que pude haber hecho, caminé entre ellos. Me excusé cuando me choqué con uno y seguí caminando. Ese grupo estaba claramente relacionado con el mundo de las drogas. Y no me preocupó que pensaran que era una agente de la CIA, sino que creyeran que era de la DEA. Si hubiera sido de la DEA, o ellos lo hubieran creído, me habrían disparado.
Usted estuvo casada con un espía legendario en la CIA, Tony Méndez. ¿Qué lo hizo tan famoso?
Tony Méndez tenía muchísimas historias de rescates y de ayudar a personas a cruzar fronteras. Tenía aventuras increíbles, que superan la realidad. Juntos escribimos un libro llamado Argo, que cuenta cómo Tony rescató a seis diplomáticos estadounidenses durante la revolución iraní de 1979, pues la embajada de Estados Unidos en Teherán había sido invadida por los iraníes. Lo escribimos casi en defensa propia porque sabíamos que estaban haciendo una película sobre eso y por lo general el cine no concuerda del todo con la realidad.
¿Y qué opina de la película?
Quedamos muy complacidos. Inicialmente, los derechos para hacer la película habían sido comprados por George Clooney. Él quería protagonizar la película, escribirla y dirigirla. Iba a ser suya, pero luego se quedó estancado en otra grabación, y Ben Affleck adoptó el proyecto e hizo una película fabulosa. Estábamos muy contentos.
¿Su esposo fue el que organizó esa fuga?
Tony era quien estaba en el cuartel general y a quien le encomendaron el caso. Le pidieron averiguar cómo sacarlos. Fue muy difícil, pues no había manera de salir por tierra ni por mar. La única salida era a través del aeropuerto comercial.
Ahora están publicando un libro llamado ‘Las reglas de Moscú’, cuéntenos de qué se trata…
El libro habla de cómo los agentes de la CIA operábamos en Moscú, la ciudad más peligrosa del mundo durante la Guerra Fría. La vigilancia por parte del Gobierno soviético era sofocante. Incluso dentro de la embajada estadounidense era difícil saber si nos estaban espiando o no. Así que necesitábamos normas por seguir, porque si cometíamos errores, los espías soviéticos nos detectaban y nos mataban. Esa era su regla de Moscú.
¿Cree que ahora los rusos son más fuertes como espías de lo que eran?
Sí. Alrededor del mundo, la tecnología está alterando lo que solía ser el estándar en el campo del espionaje. Ya no podemos usar las mismas técnicas. Presentarse con una nueva cara o un disfraz no es suficiente, pues ahora se usan identificaciones digitales asociadas a un historial de vida. No se puede inventar una nueva identidad en el momento.
MOÍSES NAÍM
Especial para EL TIEMPODesde este jueves EL TIEMPO publicará las mejores entrevistas que Moisés Naím, uno de los intelectuales más influyentes de Hispanoamérica, hace desde Washington para su programa de televisión Efecto Naím.