‘Lo que pasa es una reacción popular contra un sistema internacional’

Las marchas y movimientos que han irrumpido en la escena mundial, como es el caso de Colombia, Líbano, Francia, Irán y Chile, entre otros, pueden ser leídos desde diferentes ámbitos. En el campo económico, analistas como Thomas Piketty y Joseph Stiglitz han demostrado en sus trabajos cuan necesario es revisar el modelo actual.

En el ámbito político y social, el también economista Manuel Castells constata que la crisis de representación política se traduce en un divorcio entre los gobernantes y gobernados. Resume esta ruptura en una sola palabra: dignidad. Aquella que no existe por falta de derechos fundamentales o porque son muy precarios, como la educación, la salud o la vivienda digna.

Pese a que los escenarios son tan disímiles, el grito de los movimientos es el mismo: profundización de los derechos fundamentales, apertura a una sociedad diversa y lucha por el medioambiente, entre otros.

Pero ¿cómo se ve desde Francia, país emblemático de la revolución, la coyuntura en América Latina? Tras un año de las manifestaciones de los ‘chalecos amarillos’ y con los recientes eventos en Chile, Bolivia y las tensiones en Brasil con la salida de Luiz Inácio Lula da Silva de la cárcel, conversamos con Alain Rouquié, hoy director de la Maison de l’Amérique Latine, sobre algunos de los eventos más sonados en la región las últimas semanas.

Rouquié, destacado embajador en varios países y reconocido politólogo de Sciences Po, es un especialista de América Latina contemporánea. Entre sus libros se encuentran América Latina: introducción al Extremo Occidente (1987) y México: un Estado norteamericano (2013), entre otros.

Tras un año del surgimiento de los ‘chalecos amarillos’ y a pesar del gran debate, las movilizaciones –menos concurridas respecto al pasado– continúan. ¿Qué nos puede decir?

En el marco de ese boom popular, los ‘chalecos amarillos’ son precursores de lo que pasa en Chile, Ecuador, Irán y en muchos países del mundo. Yo diría que si se miran dos aspectos espectaculares de lo que pasa hoy en el mundo, está por un lado el brexit y por el otro, los ‘chalecos amarillos’. Es una reacción popular contra un sistema internacional, desregulado, sin leyes y donde la cooperación internacional está en peligro.

Hay un repliegue proteccionista nacionalista porque la solidaridad internacional está desapareciendo. Los procesos de integración se han deteriorado, están muertos o tienen dificultades, incluso los más avanzados como el nuestro, la Unión Europea. Esta reacción se refleja en una opinión pública que se siente en un mundo poco seguro, donde la competencia económica va por encima de la solidaridad internacional; un mundo que no tiene fronteras, pero que más allá de las fronteras no tiene reglas y está en plena ruptura. Y en Francia se da en el plano nacional y social con los ‘chalecos amarillos’.

¿Los ‘chalecos amarillos’ tienen algún futuro?

No soy especialista de la vida francesa, pero no se ve un escenario de los ‘chalecos amarillos’ en el mundo político, incluso lo rechazaron. Sin embargo, creo que el presidente Macron hizo concesiones en un conjunto de puntos y una parte de los ‘chalecos amarillos’ consideran que fueron escuchados.

Es el dilema, como lo dice el refrán inglés: hay quienes son de somewhere (de algún lado) y quienes son anywhere (de cualquier lugar). Macron es un internacionalista. Los ‘chalecos amarillos’ que han ocupado las rotondas piensan que los internacionalistas los olvidan.

¿Y América Latina?

También hay un repliegue y una reacción proteccionista. Es el caso del Brasil o México. López Obrador no es un hombre que busca abrirse al mundo. Regresó a la vieja tradición mexicana de no injerencia, no intervención. México es una isla. Brasil no era una isla, pero con el nuevo presidente se vuelve una isla más o menos alineada con Estados Unidos, pero tiene una manera de replegarse. Brasil no tiene una política exterior.

López Obrador no es un hombre que busca abrirse al mundo. Regresó a la vieja tradición mexicana de no injerencia, no intervención. México es una isla

¿Cómo ve el gobierno de Bolsonaro hoy por hoy?

Bolsonaro fue elegido porque los centristas no fueron ni buenos estrategas ni demócratas. El electorado estaba cansado. Incluso, lo vimos en Francia. De Gaulle era un hombre maravilloso y salimos a la calle diciendo que 11 años es demasiado. Acá no fueron 11 años sino 14. Hubo un voto de castigo. Además, la era Lula se basó en no tener un reemplazo. Hay que reconocer que Bolsonaro es un presidente legítimo a pesar de sus salidas caprichosas, insultos e ideología de otra era. Pero las instituciones hasta acá han resistido muy bien. La Constitución de 1988 le da un gran poder al Parlamento y hoy este tiene la iniciativa en todo.

Así mismo, el presidente ha dado marcha atrás en varias declaraciones. La primera declaración de política exterior fue decir que China era un gran peligro, porque le hacía gracia a los Estados Unidos. Después le comunicaron que China era su primer cliente.

En la reunión de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se retractó con Xi Jinping. Trató de cambiar de lugar la embajada de Brasil en Israel para darle gusto a Estados Unidos. No lo hizo porque la producción de pollo del Brasil es absorbida por el Medio Oriente, los países árabes. Entonces creó un puesto comercial en Jerusalén. La embajada sigue en Tel Aviv. Y así se podrían multiplicar los ejemplos.

¿Cómo se puede entender hoy el Brasil de Bolsonaro?

El problema es que hay en una generación un recuerdo de la prosperidad y el milagro brasileño en los 70, antes de la crisis de la deuda. En esa época no había inseguridad, había empleo y prosperidad.

El país ahora está en recesión. Su idea de extirpar el marxismo cultural, de luchar contra la izquierda, es un racionamiento que mira al pasado. Ese es el problema. Bolsonaro hace discursos, pero no necesariamente es un cambio abrupto. Habrá un sistema liberal conservador, pero no será un regreso a la dictadura militar.

¿Y con la salida de la cárcel de Lula?

La polarización es buena para Bolsonaro, quien era desconocido y un político mediocre. Tenía todas las características de alguien que no debería haber ganado las elecciones y ser presidente. La polarización le sirve (a Bolsonaro) porque con él eligieron al más opuesto del candidato de Lula.

¿Cómo ve el destape chileno, luego de que Piñera asegurara días antes de las manifestaciones que Chile era el oasis de América Latina?

La concertación llegó al poder para gobernar con la Constitución de 1990, una constitución que limita los poderes de los partidos políticos y las libertades, y que da mucho poder a los militares y carabineros. No se podía tocar el modelo económico, ultraliberal, puesto que había servido bajo Pinochet, y si se tocaba, habría una regresión militar. El poder económico está muy concentrado y politizado y es antisocialista. En ese contexto, el mercado era la solución a todo: la salud, la educación, el transporte. Como Bachelet no hizo los cambios necesarios, será la derecha la que los haga por la presión de la calle. Si se logra la desarticulación de la Constitución de la dictadura, será muy positivo para el país.

En América Latina hay un debate. En la izquierda se ve como un golpe de Estado lo que pasó en Bolivia. En la derecha se habla más de un proceso autoritario, ¿cuál es su opinión?

Un golpe de Estado lo defino claramente. Es la armada que toma el poder y que se queda con él. Hasta ahora no hay militares ni armada que esté en el poder. Morales dijo que es un golpe de la policía. Eso es algo especial. Pero cuando se comienza por violar la propia constitución y luego se rechaza el resultado de un referendo, no es el más indicado para hablar de democracia.

Y lo digo, incluso, sabiendo que Evo Morales hizo un gobierno excepcionalmente exitoso. En dos planos. En primer lugar, redujo la pobreza, logró hacer entrar a la mitad de los indígenas en el funcionamiento del Estado. Y, finalmente, a diferencia de Chávez, Maduro y Correa, mantuvo una situación macroeconómica excelente y un buen crecimiento para el país. Nadie hizo tanto. Y si hay una revolución que se hizo en América Latina fue en Bolivia. Pero no había razón para que se quedara en el poder.

Finalmente, como gran conocedor de la política mexicana, ¿qué análisis hace de los primeros meses de Andrés Manuel López Obrador?

López Obrador afronta múltiples problemas. Un crecimiento muy pequeño, al límite de la recesión. Un aumento de la violencia que sobrepasa la decena por 100.000 habitantes respecto a los años anteriores. Históricamente, el primer año del sexenio se dice que se pasa mal porque los inversionistas miran con cautela lo que se está haciendo. Algunos inversionistas no quedaron contentos con las primeras medidas tomadas, como el aborto del aeropuerto y algunas decisiones en contra de sus intereses.

Hay que mirar con cautela el segundo año. Las promesas que hizo se dirigen a una política expansionista del gasto: aumentar las pensiones para los trabajadores y multiplicar las becas para los estudiantes más desfavorecidos son medidas sociales muy costosas. También hay que tener en cuenta la mirada de Trump hacia México. Es evidente que Trump hace todo lo que puede para que las empresas americanas, si no vuelven a los Estados Unidos, no inviertan en México.

Sin embargo, López Obrador es aún muy popular y se reúne diariamente con los periodistas. Lo importante es que tiene la iniciativa política que nadie tiene en su país. Puede servir o no, pero tiene la iniciativa política, como la tenían en otra época los emperadores aztecas, y lo hace por medios democráticos. Es un hombre que parece de buena voluntad, popular, pero hasta el momento no ha logrado demostrar lo que sabe hacer.

MARIA FERNANDA GONZÁLEZ E. 
*PH. D. EN CIENCIA POLÍTICA
PARA EL TIEMPO

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *