Tres días de misión junto a más de 100 niños en Venezuela

Se llamaba Ómar. Tenía nueve años. Vestía una camiseta verde, un pantalón remendado varias veces y unas sandalias que dejaban ver sus pies con heridas.

Mientras abrazaba con todas sus fuerzas un balón desinflado, esperaba, ansioso, que le entregaran un kit de aseo. Cuando lo tuvo en sus manos, se olvidó del balón por un momento y gritó: “Ya no tendré que compartir mi cepillo de dientes con mis papás y mis hermanos”.

Como él, 100 niños más en el sector de Las Torres, en Barinas (Venezuela), esperaban aquel día su turno para recibir un jabón, un cepillo de dientes, un champú, un desodorante y, además, un juguete que habían enviado desde Colombia. Ellos acuden a una congregación llamada Casa de Dios Puerta del Cielo.

Viven en precarias condiciones. La mayoría no cuenta con la posibilidad siquiera de estudiar o de aprender a leer y a escribir. Para ellos la adolescencia pareciera no existir, pues pasan de jugar con un balón y una muñeca a ser papás.

Ese es el panorama de los niños que viven en Las Torres, lugar al que llegué el 13 de diciembre del 2019, tras un largo viaje y varias semanas de preparación en Colombia, acompañada de los pastores de la iglesia cristiana Contravía Church.

El primer día de misión

Siete horas de carretera nos separaban desde San Antonio, Táchira, hasta nuestro destino en Barinas, estado natal del fallecido presidente venezolano Hugo Chávez.
El viaje comenzó a la 1 de la mañana. Nos habían dado la indicación de que si nos paraba la Guardia venezolana, no habláramos para que no nos sintieran el ‘acento colombiano’. Los pastores de Barinas y el hermano de la pastora, Tito, quien manejaba la camioneta en donde íbamos, se encargarían de explicar que éramos unos voluntarios para ayudar a los niños de ese estado. Pese a que pasamos por al menos diez retenes de la Guardia venezolana, ninguno nos quitó las más de diez bolsas negras cargadas de donaciones que llevábamos.

Aunque era de noche, aún se podía ver algo del paisaje. Los pueblos en el trayecto lucían desolados. Las vallas, en algunas partes, y las paredes que bordeaban las autopistas estaban llenas de mensajes políticos a favor de Nicolás Maduro y de Hugo Chávez.

Al llegar a Barinas, cerca de las 8 de la mañana, muchas de las construcciones estaban abandonadas, casi todas tenían los vidrios rotos y habían sido saqueadas. El aeropuerto tenía las luces apagadas, y la entrada del parqueadero estaba
completamente destruida. En las calles no había personas caminando, solamente se veían largas filas de autos que esperaban su turno para tanquear en las bombas de gasolina. Su espera podía durar entre uno a dos días, según nos contaron.

Tras llegar a la casa y descansar, fuimos a conocer a los niños. Después de 20 minutos de recorrido llegamos a Las Torres, el sector en donde está ubicada la iglesia.
Mientras el carro se iba acercando al lugar, el paisaje iba cambiando. Ya no había amplías vías, ni tampoco existían viviendas de cemento. En cambio, se encontraban calles destapadas y chozas pequeñas en las que la cocina era una roca con una parrilla al aire libre.

A lo lejos, frente a la iglesia, estaban los niños; eran por lo menos 100, gritaban y saltaban de la emoción por nuestra llegada. Tan pronto me bajé del carro me abrazaron, sin saber quién era y sin conocerme.

Ese día jugamos con ellos y pudimos conocerlos. Nuestra visita, según varios de los pequeños, era su regalo de Navidad, éramos la “respuesta a todas sus oraciones”.

Segundo día

Llegamos a las 8 de la mañana y, al igual que el día anterior, ya había niños esperándonos a la entrada de la iglesia. Nos presentamos y comenzamos a hacerles varias actividades sobre el perdón, la obediencia, el trabajo en equipo y la disciplina.
A la hora del almuerzo, cada uno de ellos corrió al comedor y cogió un envase de jabón de loza desocupado como plato para que les sirvieran la sopa. Muchos no esperaron a que organizaran las mesas y sillas, sino que decidieron sentarse en el piso.

Luego vino el momento más impactante: la entrega de regalos.

Apenas los recibían nos daban un abrazo y salían corriendo a jugar. La sonrisa que se dibujaba entre sus mejillas pagó todo: las largas horas de viaje, cargar las bolsas, las largas filas y los nervios de pasar la frontera.

Ese día conocimos la historia de muchos de ellos y de cómo, a pesar de las dificultades, siguen sonriendo, jugando e imaginando ser famosos.

Uno de los relatos fue el de Adriana Martínez. Ella dijo que no sabía cuál era su edad, pero sí que estaba embarazada de un hombre con el que solo había compartido una noche. Tampoco conocía cuántos meses de gestación tenía. “Lo descubriré cuando me den los dolores de parto”, fue una de las pocas cosas que contó mientras mantenía su mirada hacia el piso.

Otro de los testimonios fue el de Claudia Rivas, una niña de 12 años que siempre llevaba cargado en su espalda a su hermano Carlos, quien es menor que ella tres años y tiene una parálisis en todo el cuerpo.

Claudia siempre llegó muy puntual con él durante los días que duró la misión. Decía que no podía jugar, pues tenía que cuidarlo y no lo podía dejar solo. Afirmó que sus padres la dejaban todos los días encargada de él; ella tenía que bañarlo, cambiarlo, limpiarlo y alimentarlo. La responsabilidad tan grande con la que cargaba a tan pequeña edad la había convertido en toda una mujer.

Venezuela niños 2

A través de actividades experienciales se les enseñó sobre la unión familiar.

Foto:

Andrea Hernández. EL TIEMPO

Tercer día y regreso

El último día los pastores de la iglesia de Colombia predicaron y las 120 sillas se llenaron más de niños que de adultos. La felicidad y la ansiedad por tenernos allí era notoria.

Al terminar, todas las personas tuvieron su plato de comida, como es habitual cada domingo en la congregación. El tiempo que pudimos compartir con ellos fue corto, pero las enseñanzas que dejó la experiencia nos llenaron más que cualquier otra cosa. Al momento de despedirnos, los niños preguntaron muchas veces cuándo íbamos a regresar y cuándo nos iban a volver a ver.

En señal de agradecimiento, Gina, una niña de 9 años, corrió a un árbol y bajó unos frutos, nos los dio y nos dijo que eran nuestros regalos de Navidad de parte de las personas que viven en el sector.

¿Y la iglesia?

Diez por seis metros. Esa era la medida, aproximadamente, de la iglesia que nos acogió. Es una pequeña construcción para la cantidad de niños y adultos que habitan en Las Torres. Sus ventanas y su puerta están hechas de palos negros de hierro, y su techo es de zinc con una estructura metálica.

Todos los domingos y miércoles presta su servicio a los habitantes. En esos días los pastores, junto con las personas que les ayudan, preparan, en una olla grande, el almuerzo para las más de 70 personas que asisten al culto.

Lo más curioso de todo es que quien construyó y dirige la congregación es un colombiano: Miguel Ángel Ramírez llegó hace más de un año a Venezuela y al ver la situación precaria en la que viven las personas en Barinas decidió construir este lugar, junto con su esposa, Hixela Moncada.

Aunque muchos le dicen que se devuelva por la situación económica que está viviendo allá, él y su familia están seguros de que tienen un propósito: ayudar y predicar la palabra de Dios en medio de la necesidad. “A pesar de que el día a día nos trata de convencer de lo contrario, de no tener muchas comodidades ni poder brindarles a mis tres hijos las cosas que quisiera, estoy seguro de que este es el lugar en donde debo estar”, afirmó el pastor, quien agregó que tiene la certeza de que algún día todo va a mejorar en Venezuela.

¿Cómo ayudar?

Si usted desea colaborar con donaciones para los niños de Barinas, puede comunicarse por medio del correo pfibarinas1@hotmail.com o de estos dos números venezolanos: 4245802841 y 4145657567.

ANDREA HERNÁNDEZ BACCA
EL TIEMPOPublicación con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y Acdi/Voca.

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