‘Regresé al Amazonas para salvar nuestra selva’
Cada nevera abandonada en el Amazonas es un tesoro para Adriana Bueno Melo, porque la convierte en una pequeña biblioteca que sirve de despensa para alimentar el corazón y la mente de los niños y adolescentes de este departamento que no cuenta con librerías.
“Cuando regresé a vivir aquí, me aterraba que no hubiera una sola librería en Leticia, la capital. Había una biblioteca pública, ahora contamos con dos, una del Banco de la República, que tiene un costo anual cercano a los 3.000 pesos, pero las personas más pobres no pueden pagarlo”, dice esta mujer nacida en el Amazonas, pero que a los cinco años regresó con su mamá y hermanos a Bogotá, por la falta de oferta educativa en el pulmón del mundo.
Casi 28 años después, ella, una profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales, de la Universidad Externado de Colombia, decidió dejarlo todo en la jungla de asfalto para volver a la selva que la vio nacer hace 39 años. Adriana, que trabajó en diferentes entidades gubernamentales, como la Presidencia y Vicepresidencia de la República, Acción Social, la Cancillería, la Agencia Nacional para la Superación de la Pobreza Extrema (Anspe), se dedicó en su nueva vida a recolectar las neveras que botaban a la orilla del río o en las calles de Leticia o Puerto Nariño.
Y así, en una nevera creó BiblioVan, su primera Pequeña Biblioteca Pública y de acceso gratuito. Al poco tiempo, y con el apoyo del Departamento de Policía del Amazonas, acondicionó un vehículo de la institución para convertirlo en un espacio cultural móvil.
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En su empeño de acercar estos recursos culturales a poblaciones en condición de vulnerabilidad y con limitado acceso a los libros, ya ha creado diez pequeñas bibliotecas públicas: dos en Puerto Nariño y ocho en Leticia. Y están ubicadas en parques, la sala infantil del hospital de Leticia, el Centro de Atención al Menor Infractor, escuelas rurales apartadas del centro urbano y en barrios marginales.
Adriana Bueno Melo decidió dejarlo todo en la jungla de asfalto para volver a la selva que la vio nacer hace 39 años.
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Cada una de estas neveras conserva entre 150 y 300 libros, y para saciar el apetito de los niños y jóvenes se abastecen permanentemente con nuevas colecciones. Todas persiguen distintos objetivos. Las de las escuelas son para fortalecer el proceso educativo de los pequeños, tienen literatura infantil y juvenil y libros académicos porque no todos los niños disponen de los recursos para comprarlos, y es difícil conseguirlos.
La biblioteca del Centro de Atención Especial a Menores Infractores fue diseñada para sembrar esperanza y ser un espacio de expresión de los jóvenes en reclusión. “Con ellos nos dimos cuenta de que si bien no les gusta leer, sí les encantan los cómics y la música. Entonces, a través del arte y de la escritura de canciones manifiestan por lo que están atravesando”, cuenta esta apasionada de la lectura, a la que considera un vehículo que “da alas para vivir y salir de nuestro pequeño mundo para ver otros mundos que muchas veces están fuera de nuestro alcance”.
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A Adriana, que durante seis meses se fue como voluntaria a la India para aprender fortalecimiento comunitario en población con pobreza extrema pero rica en resiliencia, también piensa en los bebés y niños menores de cinco años de los barrios más aislados y vulnerables. Para ellos acondicionó neveras en los Centros de Desarrollo Infantil del ICBF (CDI). Quiere que se enamoren de la lectura desde temprana edad y sabe que las bibliotecas son un punto de cohesión de la comunidad, de acompañamiento y convivencia.
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Este programa está pensado para “fomentar el amor por las letras”. Y, de hecho, ya tiene más enamorados: “A la primera biblioteca pequeña que dispusimos en el parque Santander, el principal de Leticia, empezaron a llegar los niños que acompañan a los vendedores ambulantes todas las tardes –recuerda Adriana–. Al comienzo, porque no habían tenido contacto con los libros y, sobre todo, con elementos al servicio del público, comenzaron a dañarlos, rayarlos, pero ya están pendientes de cuidarlos y de que otros lectores los devuelvan”.
Para esta especialista en Conflictos Armados y Paz y magíster en Gerencia del Desarrollo de London School of Economics and Political Science (LSE), una de las universidades más prestigiosas de Inglaterra, un libro es capaz de cambiar una vida, y los amazonenses han empezado a sentir su poder transformador.
Adriana ya ha creado diez pequeñas bibliotecas públicas: dos en Puerto Nariño y ocho en Leticia.
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Otra de las problemáticas álgidas de esta región es el aprovechamiento de sus residuos sólidos, reconoce ella. “Leticia, por ejemplo –dice–, produce 25 toneladas diarias de basura, y el 90 por ciento sería reutilizable, pero no se está haciendo porque el municipio no tiene un plan de aprovechamiento”. Y eso lo confirma cuando se encuentra con neveras y otros electrodomésticos en el camino.
Por eso, tras crear la Fundación Hábitat Sur en agosto del 2014, con la cual impulsó su programa de lectura, inició también la construcción de la Reserva Natural Hábitat Sur, un terreno de 240 hectáreas perteneciente a su familia, ejemplo de conservación y restauración de ecosistemas afectados. Allí diseñó, junto con su esposo, un modelo de turismo sostenible para el Amazonas y el mundo entero.
“Parte de esta reserva hace 25 años se usó para la ganadería y había sido deforestada. Cuando llegué retomé la idea de preservarla y le propuse a mi familia un proyecto de turismo responsable que se complementa con la restauración ecológica de las zonas afectadas”, cuenta.
Allí vive con su esposo y recibe visitantes en tres cabañas con capacidad para 11 personas. “Les organizamos un programa para que puedan conocer la culinaria local, las artes y los oficios de las comunidades indígenas y su cosmogonía. Les diseñamos una inmersión en nuestro territorio para que salgan inspirados en cuidar la selva”, dice esta amazonense que en las vacaciones del colegio viajaba a visitar a su padre, quien decidió quedarse a vivir en esta región, una de las más biodiversas del planeta.
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Cuenta que ha visto la transformación de la tierra. “Cuando empiezas a darle amor y le devuelves todo lo que nos regala restaurando los suelos, cuidando el agua, cultivando con conciencia, la tierra vuelve a florecer. Uno ve la resiliencia de la vida”. Y lo dice con su voz entrecortada por la emoción. Luego comienza a llorar al reconocer que uno de sus mayores temores es que “estamos acabando con nuestro planeta”. Pero proyectos como esta reserva natural logran devolverle la esperanza.
Ella también creó dos centros culturales. Uno es el Centro de Conocimiento Etnocultural Muina Murui, en la comunidad del kilómetro 11 de Leticia, y el otro es Ngüe Chica, el Centro de Intercambio de Saberes de Hábitat Sur, en Puerto Nariño, que preserva la tradición ancestral de las etnias ticuna, yagua y cocama, que conviven principalmente en la ribera del Amazonas.
Cuando llegué retomé la idea de preservarla y le propuse a mi familia un proyecto de turismo responsable que se complementa con la restauración ecológica de las zonas afectadas
Allí se trabaja en la transmisión intergeneracional de los saberes ancestrales y para que los niños indígenas recuperen el contacto con sus abuelos. Todas las tardes comparten con ellos y con los artesanos que tallan la madera y utilizan las fibras de yanchama (corteza del árbol del yanchama) para hacer las telas de sus trajes o los lienzos para sus obras de arte. Aprenden también la elaboración de tintes vegetales; el uso de la chambira, una palma de la cual se extraen hilos con los que se tejen las hamacas, mochilas, pulseras y otros adornos, y cómo aprovechar las hojas de caraná para hacer los tejidos de los techos de sus casas. “Así utilizan los recursos para sobrevivir en la selva sin destruirla, sino preservándola”, dice.
La inquieta Adriana también creó El Rastrojo, el primer mercado de las pulgas del Amazonas, que promueve prácticas de consumo más conscientes y responsables con el entorno. Funciona en un lote de la familia y donde antes terminaban todos los residuos, escombros y materiales de construcción de obras de Leticia. Con estos se construyeron la zona del restaurante, las barras de jugos, una tarima musical y “el pulguero”.
“Reutilizamos llantas, tuberías, canastas de mercado y de gaseosas, y también le enseñamos a la población qué son los baños secos y cómo permiten reutilizar la materia fecal y la orina humana como abono para devolverle la fertilidad a la tierra y sin contaminar el agua”, explica esta hija de cundinamarqueses que también se le ha medido a organizar conciertos ecoamigables con la selva.
En septiembre pasado lanzó el festival ‘Salva tu selva’, para el que convocó a 15 artistas nacionales y locales conectados con la conservación del planeta como Doctor Krápula; Simón Mejía, de Bomba Estéreo; la agrupación La Toma, de Medellín, y La Gata Cirko, un espectáculo circense contemporáneo, toda una novedad para los niños de la región.
La entrada se pagaba con ecoladrillos, “botellas de plástico rellenas con plásticos de un solo uso como empaques de golosinas y de alimentos, entre otros, que llegan al Amazonas en avión o barco”, dice. Por 10 botellas de estas, cada persona obtenía su tiquete al festival, que registró más de 7.000 asistentes cada uno de los tres días que duró. Se recogieron más de 9 toneladas de plástico, 7.900 kilos de plástico de un solo uso y 1.200 kilos de basura en una mañana de aseo en puerto de Leticia.
Su próximo sueño es regalarle a la selva amazónica colombiana una fábrica de madera plástica, la cual ya está gestionando. Este invento nació en Antioquia, donde se trabaja en la reutilización de plásticos para materiales de construcción sostenibles. Adriana lo está adelantando con la empresa Econciencia.
“Estamos convencidos de que nos ayudará a disminuir significativamente la cantidad de basura que llega al relleno sanitario de Leticia (Colombia) y a los botaderos a cielo abierto en Tabatinga (Brasil) y Santa Rosa (Perú). En Leticia tenemos un relleno sanitario que es el absurdo de la humanidad porque talamos la selva para meterle basura. Eso no me cabe en la cabeza”, se lamenta.
FLOR NADYNE MILLÁN MUÑOZ
PARA EL TIEMPO
Instagram: @NadyneMillan