‘Lo de Venezuela es una emergencia continuada’

Susana Raffalli lleva más de veinte años en el circuito de ayuda humanitaria. Nutricionista de profesión, es hoy una de las mayores autoridades mundiales en el tema. Trabajó en Oxfam como coordinadora regional para el Sureste Asiático de su programa de seguridad alimentaria en emergencias. También en Filipinas, Vietnam, Camboya, Tailandia, Indonesia y Birmania, donde documentó un crimen alimentario de Estado similar al que hoy el Gobierno venezolano niega estar viviendo. Desde 2016 asume la vocería frente al análisis del hambre en su país. Para 2018 participó en una de las audiencias de la Comisión Internacional de Derechos Humanos como representante de Cáritas, organización a la que sigue vinculada.

¿Lo que vive Venezuela hoy está catalogado como un crimen alimentario de Estado?

Están catalogados así, e incluso ojalá tuviéramos tiempo más adelante para documentarlo con juristas. Pero fíjate que en mi tiempo en Birmania se podía hacer trabajo humanitario con más flexibilidad. Coincidí primero con una sequía como detonante de una revolución que se llamó la revolución azafrán. Muchos monjes budistas salieron a protestar por la situación social y humanitaria del país. Muchos fueron masacrados. Pero no es esto: en Venezuela, la acción humanitaria todavía enfrenta restricciones, de movilidad, de permiso de libre información.

La situación económica en Venezuela ha mejorado, por la sensación de mayor oferta alimentaria: no son las colas de antes, no somos nosotros con los números en la mano, ya no nos toman las huellas dactilares para comprar comida. Yo creo que el Estado entendió que tenía que abrirse un poco. Luego vienen las sanciones de hace un año, y el Estado queda aún más limitado, sobre las cajas Clap (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), el sistema de distribución de alimentos promovido por el Gobierno venezolano.

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Pero las cajas Clap no son un programa alimentario, ¿verdad?

No exactamente. El Estado en Venezuela dejó de ser garante del derecho a la alimentación para convertirse en un vendedor de alimentos para la gente pobre, a través de un organismo que generó una red de crimen internacional con delitos tipificados brutales: sobrefacturación, adulteración de comida: distribuir leche en polvo sabiendo que el target es la población infantil, y la rendían con agua y le ponían sal.

Pero además de ser un mecanismo que el Gobierno lanza en 2016 bajo la promesa de que es una ayuda para la población vulnerable, termina convirtiéndose en el Clap miliciano, el Clap misión vivienda, el Clap obrero, un programa de alimentos subsidiados sin focalizar en quien más lo necesita, sino en objetivos sociales y políticos. Uno de los crímenes alimentarios de Estado que están documentados es el sistema de cuotas. Esa práctica la han utilizado todos los totalitarismos. Desde las hambrunas de Stalin, pasando por las de Franco, hasta esto, que todavía no es una hambruna. ¿La cuota qué es? Una asignación obligatoria que el Estado les impone a los productores de alimentos. En Venezuela, la industria del alimento está obligada a vender antes un 40 por ciento, y ya va por un 70 por ciento de la producción al Estado. Pero eso no te puede alcanzar si con eso tienes que alimentar al ejército, a los milicianos, a los funcionarios, comprando lealtades. No lo digo yo, lo ha dicho Transparencia Venezuela: los alimentos son la quinta economía ilegal de este país.

¿Entonces las sanciones no son las responsables de la situación alimentaria?

Las sanciones empeoraron las cosas, Maduro se ve más limitado para importar alimento, para comprar lealtades, para subordinar a la gente, y no le queda más remedio que levantar las restricciones de la importación de alimentos. Entonces, todo eso que ves, incluido lo que llaman Bodegón (tiendas gourmet) es porque liberaron impuestos para permitir entrar más alimento. Lo otro es que todos dolarizamos el país. Maduro mismo lo acepta, dice que la dolarización es consecuencia de la guerra económica que sufre su gobierno. Pero ya desde Chávez existía la teoría de la guerra económica; eso no lo pueden seguir diciendo.

¿Y esa percepción que tiene mucha gente de que las cosas están mejor?

Están mejor porque la dolarización de facto que hay estabilizó un poquito la economía y, segundo, tienes la sensación de haber recuperado el poder adquisitivo. Que en el mercado encuentras las cosas que necesitas. Yo creo que una de las cosas más graves que nos han pasado ha sido la sensación de devaluación propia a medida que se devaluaba el bolívar. Yo llegué a tener la sensación de que la que no valía era yo. Y yo creo que esto les ha ocurrido a los venezolanos. Que tú trabajas, tienes esto en la mano, y sientes que esto se devaluó; es decir, se devaluó tu trabajo; es decir, te devaluaste tú. El bolívar, como monto referencial de nuestro trabajo, dejó de tener valor.

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Me sorprende que se siente más la crisis humanitaria venezolana en las ciudades colombianas que como se siente en ciertas zonas de Caracas…

Hay una gran disociación social. Las economías paralelas que se han ido generando han causado una enorme desigualdad. Ya no se piensa en términos de necesidades básicas insatisfechas, sino de quién tiene remesas, quién no. Quién tiene dólares y quién no. Y eso tiene un año, pero la diáspora fuerte fue en 2018. Por un tiempo las remesas eran buenas, y notamos que mientras más altas las remesas, más baja la desnutrición. Ya no.

¿Por qué ya no?

Creo que la remesa perdió su valor. Está todo tan caro y tan dolarizado que la remesa que estábamos registrando era, en promedio, de 60 dólares al mes, y eso ya no alcanza para nada. Entonces, ya las remesas no está compensando el empobrecimiento. Además, la remesa no puede comprar agua, no puede comprar electricidad. A un Estado fallido no lo mitiga la remesa.

¿Qué secuelas deja la desnutrición de los niños?

Pérdida del desarrollo cognitivo, de la motricidad, la fuerza física. Estos niños tampoco van a tener la escolaridad adecuada. Esa privación genera un hueco afectivo enorme. Toda esta hambre genera un ‘sinvivir’. Son niños insaciables luego, adictos, sin inteligencia afectiva, inseguros… Si su propia mamá y su propio papá no saben si van a poder ponerles una arepa en la noche… Esto es un daño masivo.

¿Esto es una emergencia?

Las emergencias súbitas, los huracanes, los tsunamis, eso dura unos meses. La diferencia es que tú sabes cuántos se murieron en las primeras 48 horas, a partir de ahí es reconstruir, rehabilitar, promover, no llegas a los dos años con una perpetuación del daño permanente. Entonces, cuando ya pasas los dos años y tú lo que ves es que el daño que ocasionó la emergencia sigue allí, pasas a una emergencia continuada, enconada. Lo que en inglés se llama una protracted crisis. No se rectifica el daño, no se resuelve y tampoco tiene pronóstico.

Se fatiga el sistema humanitario…

Se agota el vulnerable, se agota el que lo está ayudando –tenemos ahora en el país un músculo humanitario extraordinariamente fatigado–, se agotan los medios de comunicación y sus audiencias.

¿Cuál es la relación con la prensa?

Una noticia sobre el beisbolista Omar Vizquel tiene 500.000 visitas, mientras que el informe de malaria tiene menos de 100.

¿Por qué pasa eso?

Porque hay una fatiga. Porque ya son años de emergencia. Lo urgente no puede ser largo.

¿Qué viene ahora?

Estamos ante una emergencia prolongada, y yo me frustro porque sé que después de esto la siguiente etiqueta que viene es ‘olvidada’. Seremos una emergencia desatendida.

Estamos ante una emergencia prolongada, y yo me frustro porque sé que después de esto la siguiente etiqueta que viene es ‘olvidada’

¿Cree que la crisis humanitaria de Venezuela está cayendo en el olvido?

Lo viví siendo asesora del programa de Oxfam de solidaridad para los refugiados del Sahara. Ya lo viví. Cuarenta años después, nadie habla de un pueblo que se quedó sin país. ¿Alguien habla de los cientos de miles de refugiados en Darfur, en Sudán del Norte? ¿Alguien habla de Birmania, a pesar de sus necesidades humanitarias tan brutales? ¿Alguien habla de las necesidades humanitarias de Corea del Norte? Nadie.

Caen en el olvido…

¿Sabes que hay una cosa que se llama el índice del olvido? Lo dan tres indicadores: la proporción de los fondos humanitarios que se logra alcanzar en relación con los que se requieren para atender la emergencia, la segunda es la presencia de organizaciones y de actores en la respuesta a la emergencia, y la tercera es la cobertura mediática. Por eso yo siempre que pueda voy con ustedes; los periodistas tienen un papel fundamental frente a una emergencia y es mantener vivo el relato de tanta necesidad.

¿Cómo ves la relación con Colombia?

Creo que ha sido un país que le ha brindado una acogida generosa al venezolano. También en Argentina hay un respeto para el venezolano; desde luego, no es lo que está pasando en Perú y Ecuador.

¿Cómo nombrar lo que está pasando?

Aquí lo que está pasando es una destitución. Absoluta. De tu base de sustento, de tu imaginario, hasta del nombre que tienen las cosas, de la unidad monetaria, del cuerpo físico. Para un venezolano, su unidad monetaria ya no vale, se ha rebajado 11, 13 kilos, se le han ido la familia y los amigos, le han cambiado el nombre de su país. Lo que dice (Martín) Caparrós en el libro: “Si esto es así, señora, mientras lee esto debe tener hambre. Pero resulta que no es así, porque toda esa hambre se concentra en la población más vulnerable”.

¿Qué es lo más duro de todo esto?

La normalización. En las crisis prolongadas, es eso que llaman el new normal. Te habitúas a todo. En los tiempos de las colas, veías a los señores jugando al dominó mientras esperaban su turno. Nos habituamos a este ‘sinvivir’, y entonces ya el índice es más normal. Ya es normal buscar comida en la basura.

¿Qué aspecto de su trabajo le trae satisfacción?

Estamos adelantando nuestro primer sistema de protección social a través de transferencias electrónicas con muchísimo éxito. A través de este sistema pueden comprar en los supermercados. Esto lo tenemos amarrado al programa de desnutrición. Las tarjetas las reciben las familias que tienen niños en desnutrición, y la tarjeta se les retira cinco meses después de que los niños han salido de peligro. Ha sido impactante por el lado de los consumidores, porque pueden comprar lo que ellos quieren. Y de los productores, porque en algunos casos se les ha reactivado su actividad. “Ya conecté otra vez el congelador”, dice el carnicero.

También estamos comenzando a remunerar actividades que tienen un rendimiento humanitario: recoger la basura, bombear el agua, barrer las calles. Conste que no tenemos la aspiración de sustituir al Estado (risas), pero sí buscamos reforzar el sentido comunitario.

MELBA ESCOBAR
​Especial para EL TIEMPO

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