Gandhi y su legado tras 90 años de una lucha histórica en India

El 12 de marzo marca el 90.º aniversario de uno de los acontecimientos más trascendentales en la lucha nacionalista de la India: el inicio de la Marcha de la Sal, que dio comienzo al intento de desobediencia civil contra el ‘Raj’ británico más exitoso de Mahatma Gandhi. Hoy que el pluralismo y la democracia de la India están bajo una amenaza mayor que en cualquier otro momento desde la independencia, las lecciones de la marcha nunca han sido más relevantes.
La Marcha de la Sal tuvo sus raíces en un reclamo de larga data. Los británicos habían convertido la producción y distribución de sal en un monopolio lucrativo. Los indios tenían prohibido producir o vender sal de manera independiente y se les exigía comprar sal costosa, extremadamente gravada y muchas veces importada. Las protestas indias contra el impuesto a la sal habían comenzado en el siglo XIX, pero la decisión de Gandhi en 1930 de manifestarse contra este impuesto fue un momento decisivo.
Gandhi empezó a marchar desde su ‘ashram’ cerca de Ahmedabad a la ciudad de Dandi en el mar Arábigo, a unos 385 kilómetros de distancia. En el camino, su grupo se detuvo en pueblos, donde multitudes más grandes se sumaban para escuchar a Mahatma denunciar el impuesto. Cientos de personas se sumaron mientras los caminantes avanzaban hacia la costa.
El 5 de abril llegaron a Dandi. A la mañana siguiente, Gandhi y sus seguidores recogieron puñados de sal en la costa, técnicamente ‘produciendo’ sal y quebrantando la ley –un acto de desobediencia civil visualmente persuasivo y profundamente efectivo–.
Este episodio dramático se adueñó de la imaginación de la India y del mundo. Gandhi continuó con su protesta contra el impuesto a la sal durante los dos meses siguientes, exhortando a otros indios a quebrantar las leyes de la sal. Miles fueron arrestados y encarcelados; el Mahatma fue puesto en prisión a comienzos de mayo, después de informarle al virrey Lord Irwin de su intención de liderar una marcha en las salinas de Dharasana.
Las noticias sobre la detención de Gandhi alentaron a decenas de miles de personas a sumarse a la marcha, que se llevó a cabo el 21 de mayo. Unos 2.500 caminantes pacíficos fueron atacados y golpeados por la policía. Para fines de 1930, aproximadamente 60.000 personas habían sido encarceladas.
El ‘Raj’ no había visto nada semejante y las autoridades imperiales tomaron conciencia de que continuar con la represión y las detenciones era algo insostenible. Gandhi fue liberado de custodia en enero de 1931 y comenzó negociaciones con Irwin. Se formalizó una tregua en la ley Gandhi-Irwin, firmada el 5 de marzo de 1931. El alivio de las tensiones allanó el camino para que Gandhi, en representación del Congreso Nacional Indio, asistiera a la segunda sesión de la Conferencia de la Mesa Redonda en Londres. Su campaña de desobediencia civil había tenido éxito, la victoria moral era suya.
El Congreso Nacional Indio, hoy en la oposición, recuerda este momento recreando en parte la Marcha de la Sal. Al hacerlo, el partido se hace eco de Jawaharlal Nehru, el primer ‘premier’ de la India que, al momento de la independencia, dijo que el Mahatma “representaba el viejo espíritu de la India”, cuyos mensajes serían recordados por las “generaciones futuras”.
¿Cuál era ese mensaje? El Mahatma lideró el primer movimiento no violento exitoso del mundo a favor de la independencia del régimen colonial. Al mismo tiempo, fue un filósofo que constantemente buscó hacer realidad sus ideas, aplicándolas a la mejora individual o a un cambio social: de modo revelador, su autobiografía se tituló ‘Historia de mis experimentos con la verdad’.
Ningún diccionario le atribuye a ‘verdad’ el sentido profundo que le daba Gandhi. Su verdad surgía de sus convicciones: implicaba no solo lo que era preciso, sino lo que era justo y, por lo tanto, correcto. La verdad no se podía obtener por medios “engañosos” o injustos, lo que incluía infligir violencia sobre nuestros oponentes.
Para describir su método, Gandhi acuñó la expresión satyagraha –literalmente, “aferrarse a la verdad” o, como lo describió de diferentes formas, la fuerza de la verdad, la fuerza del amor o la fuerza del alma–. No le gustaba el término inglés ‘resistencia pasiva’, porque satyagraha exigía activismo, no pasividad. Si uno creía en la verdad y se preocupaba lo suficiente por conseguirla, Gandhi sentía que no podía permitirse ser pasivo: había que estar preparado para sufrir por la verdad.
De modo que la no violencia, al igual que la no cooperación o el no alineamiento, significaba mucho más que la negación de un opuesto. No implicaba simplemente la ausencia de violencia. Se reivindicaba la verdad infligiendo sufrimiento en nuestro propio ser más que en el de un oponente. Aceptar el castigo era esencial para demostrar la fortaleza de nuestras convicciones.
La no violencia
Este fue el enfoque que Gandhi aportó al movimiento de independencia de la India –y, a diferencia del terrorismo esporádico y del constitucionalismo moderado, funcionó–. Gandhi llevó la cuestión de la libertad a las masas como un concepto simple de lo que está bien y lo que está mal, y les brindó una técnica para la cual los británicos no tenían respuesta.
Al renunciar a la violencia, Gandhi trajo a la luz la ventaja moral. Al quebrantar la ley de manera no violenta, destacó la injusticia de la ley. Al aceptar los castigos que le fueron impuestos, obligó a sus captores a enfrentar su propio comportamiento brutal. Al someterse voluntariamente a huelgas de hambre, demostró hasta dónde estaba dispuesto a llegar en defensa de lo que él consideraba correcto. Al final, hizo que la perpetuación del régimen británico resultara imposible.
Dandi y Gandhi le ofrecen a la India de hoy algo más que resonancia histórica. Pero hay que reconocer un hecho: la desobediencia civil no violenta de Gandhi solo funciona contra opositores vulnerables a una pérdida de la autoridad moral –un gobierno que responde a la opinión pública doméstica e internacional y que es capaz de pasar por la humillación de admitir la derrota–. Tiene poco efecto en quienes no están interesados en si están equivocados o no. Para ellos nuestra voluntad de sufrir un castigo para demostrar que están equivocados es el modo de victoria más conveniente. El gandhismo sin autoridad moral es como el marxismo sin proletariado.
Sin embargo, pocos de los que han puesto en práctica sus métodos han tenido su integridad personal o estatura moral. Mientras el mundo entraba en una espiral de fascismo, violencia y guerra, el Mahatma enseñaba las virtudes de la verdad, la no violencia y la paz. Destruyó la credibilidad del colonialismo oponiendo el principio a la fuerza, y fijó y alcanzó estándares personales de convicción y coraje que pocos alguna vez igualarán. Era ese líder raro que no estaba limitado por las carencias de sus seguidores.
La originalidad del pensamiento de Gandhi y el ejemplo de su vida todavía hoy inspiran a la gente en todo el mundo. Desafortunadamente, es un mundo en el que cabe preguntarse si realmente hemos aprendido lo que Gandhi entendía por verdad, y cómo identificarla y defenderla.
SHASHI THAROOR*
© Project Syndicate
Londres* Exsubsecretario general de las Naciones Unidas, exministro de Estado de Asuntos Exteriores de la India y ministro de Estado para el Desarrollo de Recursos Humanos. Actual miembro del parlamento del Congreso Nacional de India.