La enfermera colombiana que enfrenta al covid-19 en Italia
“Realmente no hay un día más difícil que otro, todos los días son los más difíciles”.
Catalina ingresa a la zona del primer filtro. Los pasos que da en este lugar siempre son los mismos. Cada uno de ellos está planeado, no puede dejar ni un solo detalle al azar. Ya se sabe de memoria el protocolo, lo lleva repitiendo casi dos meses y, por ahora, no ve una fecha cercana en la cual vaya a dejar de hacerlo.
Primero se pone el uniforme de cirugía, cambia sus zapatos, siempre en cada jornada debe tener unos nuevos, los deja con unos protectores; usa un gorro que le cubre todo su cabello, después viene la bata de plástico. Enseguida utiliza el tapabocas FFP2, ubica sobre sus ojos las gafas protección, se pone los guantes que tomen los puños de su bata, cubre completamente su rostro con una visera transparente y, ahí sí, como paso final, vuelve a usar otros guantes.
Con esto listo puede ingresar a uno de los siete pisos que el Humanitas Research Hospital, en Milán (Italia), habilitó para atender a los pacientes con covid-19. En esos pasillos largos y claros se encuentra de frente con la incertidumbre y la soledad que vive cada uno de los contagiados.
Una vez adentro no puede salir, o bueno, no debería, porque sino tendría que repetir cada uno de los pasos anteriores y los insumos de protección son limitados, por lo que deben ser aprovechados de la mejor manera.
Por eso, durante seis horas no podrá comer, ni beber nada; no podrá, ni siquiera, ir al baño.
Vivir en el epicentro
Catalina Valencia tiene 46 años y hace 17 llegó a Milán, más exactamente a la ciudad de Abbiategrasso, a menos de una hora de distancia de la metrópolis, ubicada en la región de Lombardía, el epicentro del coronavirus en Italia, el país más afectado por la pandemia en todo Europa.
Cambió a su natal Bogotá y dejó a su mamá y a sus hermanos para probar suerte en ese país, después de que a principios del milenio Italia se enfrentó con una escasez de enfermeros debido a una ley que permitió que esta rama de la salud se pensionara más pronto. Eso llevó a que el Gobierno hiciera convocatorias internacionales.
Lo vio como una oportunidad, aprendió bases de italiano y se fue. Su esposo, también colombiano, llegó al país 10 meses después.
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Empezó a trabajar en un ancianato, estuvo ahí por dos años, hasta que decidió postularse para trabajar en una de las clínicas más grandes de Milán, el Humanitas Research Hospital. “Quería aprender y ganar experiencia, moverme a otro lado, me presenté y me aceptaron en el lugar. A lo largo de los años trabajé en varios pisos y especialidades”, recuerda Catalina.
Hasta que finalmente, en 2017 decidió hacer una especialización en Roma sobre catéteres venosos de inserción periférica (PICC), el cual se utiliza principalmente para tratamientos oncológicos. Actualmente, es la coordinadora de este laboratorio en Humanitas.
Se adaptó pronto a vivir en Abbiategrasso, un pueblo de más de 30 mil habitantes, y al recorrido diario de poco más de una hora hasta Milán, a cumplir el horario en la clínica. Se acostumbró también al trabajo de su esposo Federico en una fábrica de la ciudad, a su perro, a las calles distintas, a los cultivos de arroz y de maíz que rodean todo, a las cuatro estaciones. A ser feliz con todo lo que ha construido en ese país a más de 9.400 kilómetros de Colombia. Hoy es madre de Isabella, quien ya tiene 15 años.
No le dimos la importancia que realmente tiene, porque nadie sabía nada, ni entendía lo que venía. Uno siempre piensa que todo le pasa a los demás, pero nunca a uno
Todo cambió tan rápido
Lo que se venía no estaba en la cabeza de nadie, ni siquiera por las noticias distantes que llegaban sobre un nuevo virus en China se podía pronosticar qué era lo que iba a pasar en la región, ni en el país. Tampoco estaba en las estimaciones que Italia se convertiría en la nación más afectada en todo el continente con más de 180 mil casos y 24 mil muertes.
“No le dimos la importancia que realmente tiene, porque nadie sabía nada, ni entendía lo que venía. Uno siempre piensa que todo le pasa a los demás, pero nunca a uno”, señala Catalina.
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Ella recuerda el 21 de febrero como el punto sin retorno. Ese fue el día en el que se detectó el primer caso positivo en Lombardía sin un rastro claro de contagio. Con el pasar de los días se tomó la medida de aislar los doce provincias de la región: Milán, Bérgamo, Brescia, Como, Cremona, Lecco, Lodi, Mantua, Pavía, Monza y Brianza, Sondrio y Varese.
La medida se dio muy tarde y los contagios empezaron a crecer de forma desbordada. Se clausuraron las escuelas, empezó el cierre de los centros comerciales los fines de semana, pero pronto advirtieron que nada era suficiente para contener el brote.
“Cuando mandaron a los jóvenes a las casas -recuerda-, ellos no le dieron la importancia. Salían a la calle sin precaución. Y empezamos a darnos cuenta de que no todas las personas tenían síntomas y ellos contagiaban a los demás. Y sobre todo, muchos de los asintomáticos eran jóvenes. En ese momento ya empezó a ser más estricta la cuarentena”.
Una de las calles de Milán en medio de la cuarentena. «Un virus llamado prisión», dice el mensaje escrito en la pared.
Miguel Medina / AFP
Fue como un efecto dominó. Cada caso comprobado se conectaba con otras decenas de personas. Algunos con más suerte que otros presentaron síntomas leves, pero la clínica donde trabaja Catalina vio su rutina modificada completamente y en solo pocos días. Todo los tomó por sorpresa.
“Empezamos a ver como en un pico llegamos a tener 200 pacientes por covid-19. Con los días empezaron a crecer tanto los contagios que tocó cerrar la consulta externa y las salas de cirugía para abrir más puestos en UCI”.
El crecimiento desmedido de casos llevó a tomar decisiones sobre la organización del centro médico. Se dejó solo, además de la atención a los afectados por la pandemia, oncología y cardiología.
“Cada semana cerraban un piso para condicionarlos para pacientes de covid-19. Actualmente tenemos siete pisos que son todos para atender a personas con coronavirus. Cada uno tiene cuarenta camas, en promedio”, explica Catalina.
Pasar todo esto estando solo es algo que no creo que pueda describir. Si fallecen, lo hacen solos. Es la parte más triste de todas
Una enfermedad devastadora
La covid-19, coronavirus SARS-CoV-2, es implacable, sorpresiva, veloz, impredecible y, sobre todo, genera una soledad apabullante. Catalina, sentada en su apartamento en Abbiategrasso, describe por qué es tan difícil cada día enfrentarse a la pandemia que tiene al mundo paralizado y que está lejana de encontrar una cura.
Y es difícil y doloroso porque cada día ella y sus compañeros tienen que ver en los largos pasillos, donde están ubicadas una tras otra las habitaciones, a los contagiados completamente solos, aislados, temerosos.
El único contacto humano que tienen al día es con los médicos y enfermeros ataviados con su indumentaria de protección, los cuales, además, antes de ingresar a alguno de los cuartos, suman una bata plástica más y otros guantes, para quedar con tres. Los rostros que observan están tan cubiertos que no se distinguen casi los gestos.
“Para los pacientes esta enfermedad es tan angustiante por la soledad con la que conviven, no tienen tampoco la certeza de qué va a pasar, ni la seguridad de volver a casa. Y todo es porque esta es una enfermedad que no se entiende. Hay algunos que se complican en cuestión de horas. En un momento sabes que están en esa habitación y a las horas ya se los llevan a la UCI porque tienen que intubarlos, todo es tan fugaz”.
Siempre es una carrera contra el tiempo, el virus ataca rápidamente los pulmones, por eso, la primera fase de la hospitalización es comenzar con alto flujo de oxígeno por medio de mascarillas. Si este proceso se queda corto, y como describe Catalina, el paciente aún “tiene hambre de aire” se pasa a la oxigenación a alta presión, en la cual se utiliza una especie de caso, parecería uno de astronauta, también conocido como respirador burbuja. Este procedimiento se está utilizando en este momento solamente en Italia.
“Lo que hace es entrar el oxígeno en presión alta. Pero este casco no lo toleran todos. Imagínate no poder respirar y tener además tu cabeza encerrada, con un ruido constante las 24 horas que, nos cuentan algunos pacientes, les genera dolor de cabeza. Eso hace que las personas más ansiosas se agiten. No es para nada fácil. Y bueno, en esta fase no se les puede sedar porque necesitamos que las personas respiren solas”.
Si esto no funciona, el paso siguiente es la Unidad de Cuidados Intensivos para la intubación.
“Pasar todo esto estando solo es algo que no creo que pueda describir. Si fallecen, lo hacen solos. Es la parte más triste de todas. Cada día nos tenemos que enfrentar con eso”. Por esta razón, Catalina no puede elegir entre uno de los días de estos dos meses como el más difícil, “todos son los más difíciles”.
Una visita virtual
En medio del escenario atípico en el que se mueven, al personal médico se le ocurrió una forma de mantener a pacientes y familiares conectados. Desde hace pocas semanas, una enfermera en Humanitas se encarga de atravesar piso por piso, para ir cuarto por cuarto y hacer videollamadas.
En las historias clínicas están los números de contacto y se coordina con las familias la hora en la que se haría la comunicación, señala Catalina.
Para el proceso, cada día, la enfermera llega con una tablet electrónica y deja que por unos minutos el paciente vea a su familia o amigos. En ese corto momento reciben una voz cercana. Un subidón de cariño y humanidad.
“Yo siento que es algo lindísimo para ellos. Así sean unos minutos, es la forma de que por un instante no sientan que están solos”.
En que todos tenemos que hacer el poquito que nos toca. Si te quedas en la casa ayuda tanto. Es dejar de ser egoísta y pensar en los demás
Pensar la vida distinto
Mientras los días de algunos transcurren en la pasividad del encierro por la cuarentena, la cotidianidad de Catalina está llena de estrés y angustia, como ella mismo lo describe, ese sentimiento es 10 veces mayor que el que antes sentía en un día laboral normal.
No importa que lleve semanas enfrentándose al covid-19, el miedo de contagio no se va, y eso que como ella misma se describe es de las personas que siempre piensa que hay que ver la vida de forma positiva, de las que “ve el vaso medio lleno y no vacío”.
“Estar adentro te cambia la forma de ver la vida. Es como si de un día para otro te dijeran que hay que vivir el ahora. Es pensar cuando te levantas en dar gracias a Dios porque abriste los ojos, no todas las personas ahora están seguras que pueden despertar al día siguiente (…) Es una sensación tan extraña, pero que te lleva a experimentar el día de la mejor manera que puedas”, reflexiona Catalina, quien señala, que cada instante se “pone tantas preguntas sin respuesta”.
“Bueno y lo que también no dejo de pensar es en la responsabilidad que tenemos con el otro. En que todos tenemos que hacer el poquito que nos toca. Si te quedas en la casa ayuda tanto. Es dejar de ser egoísta y pensar en los demás. Siento que un mínimo de altruismo cambiaría toda la situación”, agrega.
Aunque no desconoce que la humanidad ha florecido en medio de los instantes grises. En el edificio en el que vive, sus vecinos un día la sorprendieron con un letrero escrito a mano en la puerta de salida: “Gracias por todo lo que hacen cada día por nosotros”. Lo dejaron ahí y cuando la lluvia lo mojó le hicieron otro.
A la clínica también les llevaron a todo el personal médico huevos de pascua y un panetón en forma de paloma, conocido como colomba, que siempre se cocina para la Semana Santa en Italia.
“Esos pequeños detalles son los que te ayudan a seguir, que te hacen entender que todo el sacrificio vale la pena, que las personas ven lo que haces y lo agradecen, aún cuando tu ni siquiera estés buscando esa aprobación”.
En el edificio que vive Catalina junto a su esposo e hija le dejaron este letrero en la entrada.
Cortesía de Catalina Valencia
Un día más
Mientras conduce de regreso al apartamento cuando termina la jornada, va soltando la pena y las cargas. Catalina intenta que ese recorrido le ayude a dejar atrás todo. No cree que sea justo con su hija y su esposo llevarles a la casa lo vivido.
“La última cosa que quiero es hablar del trabajo, porque necesito aislarme y cerrar la puerta a lo que pasó en la clínica”.
Y es que ellos, Isabella y Federico, sienten temor por ella, con los días la preocupación ha bajado porque son conscientes de que Catalina está segura por las medidas y protocolos que toman, pero eso no significa que no dejen de pensar en lo que podría suceder.
Cuando llega al complejo de edificios pasa “el tiempo como cualquier mamá”, habla con su hija de las clases del día, baja al perro, no se aleja más de 200 metros, porque así lo exige la norma, mira todo en esos cortos 15 minutos, observa el ambiente que “cada vez es más hermoso, porque ya llegó la primavera”. Un pequeño lapso para sentir que todo es normal.
Vuelve a subir y al poco tiempo llega Federico de la fábrica. Ya es tiempo de volverse a sentar nuevamente frente al televisor con su esposo, son las 6 p. m. y el gobierno italiano entrega su balance diario de las cifras de covid-19. Contagiados, fallecidos y recuperados. Es un ritual que asumieron desde el primer momento en el que empezó todo.
Catalina espera que pronto no haya un balance que tenga que escuchar.
MARÍA FERNANDA ARBELÁEZ MÉNDEZ
Periodista de ELTIEMPO.COM
Twitter: @mafearbelaezmen