El coronavirus eclipsa la conmemoración del 1.º de mayo

El aislamiento de la población en casi todo el mundo para evitar la propagación del coronavirus impedirá que este 1.º de mayo millones de trabajadores de todos los continentes salgan a las calles para conmemorar el Día del Trabajo.
Sin embargo, no pasará inadvertida esta fecha, escogida desde hace más de un siglo como una jornada emblemática del movimiento obrero.
Este viernes se cumplen 134 años del 1.º de mayo en el que una huelga obrera paralizó por primera vez a la industria de Estados Unidos, y medio millón de trabajadores de ese país se lanzaron a las calles para reivindicar la jornada laboral de ocho horas.
Aquella fue la culminación de una cruzada impulsada por líderes anarquistas y socialistas y reprimida tres días después en una jornada violenta que pasó a la historia como la masacre de Haymarket, ocurrida en la plaza de ese nombre, en el corazón de Chicago.
La segunda ciudad de Estados Unidos se había convertido en un enorme centro de desarrollo. Cientos de miles de trabajadores, muchos de ellos inmigrantes, habían llegado allí para engancharse en las fábricas de la naciente revolución industrial.
Allí comenzó también la lucha contra los bajos salarios y los largos horarios de trabajo. Con el reclamo de una jornada de ocho horas, que hoy se da por descontada en todas partes, los trabajadores se lanzaron a la huelga con un resultado tan sangriento que la fecha se convirtió en un símbolo infamante en la historia de Estados Unidos.
Para borrar la memoria de aquel suceso, el día fue eliminado hace mucho tiempo del calendario oficial estadounidense y reemplazado por el primer lunes de septiembre.
La plaza Haymarket fue partida en dos por una autopista y un monumento conmemorativo que se había levantado en uno de sus costados fue reemplazado por un edificio.
Sin embargo, nada de esto borró la huella de los ‘mártires’ de Chicago, como fueron llamados los sindicalistas que cayeron en la plaza bajo las balas de la Policía y los que fueron ejecutados después como instigadores de la huelga.
Primeras luchas
En la última parte del siglo diecinueve, el sindicalismo cobró mucha fuerza en Estados Unidos con el apoyo de anarquistas, socialistas y comunistas. En 1877, una huelga de trabajadores ferroviarios paralizó gran parte del transporte del país.
Las autoridades y los empresarios estadounidenses comenzaron a temer que en su territorio se repitiera la Comuna de París, la insurrección popular del 18 de marzo de 1871 que constituyó la primera experiencia de gobierno socialista en Europa.
Aunque esta rebelión duró solo setenta días, en los centros de poder del mundo fue vista con alarma, como un aviso de la revolución.
Después de la guerra civil y la depresión económica que siguió años más tarde en Estados Unidos (llamada por los economistas ‘depresión prolongada’ porque duró dos décadas), el malestar se sintió especialmente en las fábricas y alimentó una rebelión que llegó a tener rasgos revolucionarios.
Inmigrantes europeos, familiarizados con las teorías socialistas y anarquistas en boga en sus países contribuyeron a impulsar las luchas de los trabajadores, que durante buena parte del siglo diecinueve giraron en torno a la necesidad de acortar las extenuantes jornadas de trabajo, que oscilaban entre 12, 14, 16 y hasta 18 horas.
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Esta fue la principal reivindicación de los trabajadores desde el comienzo de la transformación de Estados Unidos en una potencia industrial.
Los de la construcción, los calafateadores de los astilleros y los obreros de las fábricas fueron los primeros en reclamar la reducción de los horarios de trabajo, que a mediados del siglo se estabilizaron en once horas.
En respuesta a numerosas huelgas y manifestaciones obreras, el presidente Andrew Johnson, quien sucedió a Lincoln tras su asesinato en 1865, promulgó tres años más tarde la llamada ley Ingersoll, que estableció la jornada de ocho horas para los trabajadores del Gobierno, pero esta no se aplicó en la práctica porque incluía demasiadas excepciones que permitían aumentar la jornada a 14 y 18 horas.
En 1880 se organizó la Federación de los Trabajadores de Estados Unidos y Canadá, que situó a la cabeza de su agenda el tema de la jornada de trabajo.
En una de sus reuniones acordó convocar una huelga general en favor de la jornada de ocho horas y fijó el 1.º de mayo de 1886 como la fecha para iniciarla.
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A medida que se aproximaba aquel día surgieron varios conflictos entre patronos y obreros por una sucesión de despidos de trabajadores que se negaban a abandonar el movimiento.
Iniciada la huelga, en los días siguientes hubo concentraciones en varias ciudades, la principal de las cuales ocurrió el 4 de mayo en Chicago y dio origen a lo que pasaría a la historia como la masacre de Haymarket.
Los obreros reunidos en la plaza de ese nombre, en el corazón de Chicago, habían escuchado a varios oradores cuando fueron rodeados por la Policía, cuyo comandante ordenó disolver la reunión.
En ese momento estalló un artefacto explosivo que causó bajas entre policías y manifestantes, y en respuesta la Policía hizo una descarga cerrada contra la concentración.
Poco después se declaró el estado de sitio en la ciudad y se desató una persecución contra los organizadores de la huelga.
Esta fue la principal reivindicación de los trabajadores desde el comienzo de la transformación de Estados Unidos en una potencia industrial.
Ocho de ellos fueron sometidos a juicio sumario bajo diversos cargos, entre ellos el de causar la muerte de un policía al lanzar el artefacto explosivo y el de pertenecer a una “asociación secreta” que pretendía hacer la revolución social y destruir el orden establecido. Cinco de los acusados fueron condenados a muerte y tres, a prisión.
La mayoría de los condenados a muerte eran de nacionalidad alemana y entre ellos había un periodista, August Spies, director del Arbeiter Zeitung, un periódico anarquista fundado en Chicago por los veteranos de la gran huelga ferroviaria de 1877.
Otros dos, Georg Engel y Adolph Fischer, eran tipógrafos del mismo periódico. También había un estadounidense, Albert Parsons. Otro de los alemanes, Louis Ling, se suicidó en su celda.
Un testigo excepcional de la ejecución fue el apóstol cubano José Martí, quien era entonces corresponsal de La Nación de Buenos Aires en Estados Unidos. Así describió la escena: “Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hileras delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fisher, plegaria en el de Spies, orgullo en el de Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: ‘La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora’. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…”.
La persecución no se limitó a los dirigentes sindicales. En los meses siguientes, miles de trabajadores fueron despedidos, detenidos y procesados.
Casi todos eran inmigrantes, no solo de Alemania sino de Italia, España, Irlanda, Polonia, Rusia y otros países eslavos. Una ola de xenofobia se extendió por Estados Unidos y al amparo de ella se cometieron muchos excesos.
El juicio a los que fueron condenados estuvo lleno de irregularidades. El juez dispuso que fuera colectivo, lo cual permitió la inclusión de todo tipo de pruebas contra los reos.
Los miembros del jurado fueron escogidos por un funcionario estatal después de que manifestaron su animadversión hacia los acusados.
No se pudo identificar al responsable de arrojar el artefacto explosivo. Sin embargo, el 28 de agosto el jurado dictó la sentencia. El caso fue elevado a la Corte Suprema de Justicia, que confirmó la decisión en octubre de 1887.
Esta se cumplió el 11 de noviembre siguiente. Seis años más tarde, el 26 de junio de 1893, el gobernador de Illinois, John P. Altgeld, en respuesta a una petición de indulto para los tres sindicalistas que permanecían en prisión firmada por 60.000 personas, les concedió el perdón absoluto y declaró que los ‘mártires’ de Chicago no habían tenido un juicio justo.
La persecución no se limitó a los dirigentes sindicales.
Las consecuencias
El trágico episodio de Haymarket y sus sangrientas secuelas causaron un fuerte impacto en los sectores patronales estadounidenses, que aceptaron el mismo año la jornada laboral de ocho horas.
Por otra parte, el 1.º de mayo adquirió un enorme valor simbólico para el movimiento obrero en todo el mundo.
En muchos países se formalizó su conmemoración en homenaje a los trabajadores, con la excepción de Estados Unidos, Canadá y otros países de origen británico, que escogieron otras fechas para desviar la atención de una causa que identifican con el socialismo.
En Estados Unidos se celebra en su lugar el Labor Day o Día del Trabajo el primer lunes de septiembre desde 1894, cuando el presidente Grover Cleveland lo estableció como un feriado nacional, buscando apaciguar al sindicalismo.
Lo irónico es que lo hizo en medio de otra huelga de trabajadores ferroviarios que seguían reclamando por despidos arbitrarios, jornadas excesivas y bajos salarios.
El Labor Day se convirtió en la única celebración del trabajo en Estados Unidos, al contrario de casi todo el resto del mundo, en donde el 1.º de mayo se conmemora con marchas multitudinarias. Con la excepción de hoy, cuando el coronavirus ha obligado a millones de trabajadores a permanecer en casa.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
Para EL TIEMPO