La tercera guerra / Columna de opinión de Gloria Helena Rey

Sin disparar ni un solo tiro, sin despliegue de poderío nuclear, militar o económico entre potencias, sin distinción de razas, clases o ideologías, la guerra desatada por el coronavirus ha dejado más de un millón de heridos (infectados) y de 60.000 muertos en más de 190 países en menos de seis meses.
Paralizó el mundo, lo atrincheró en el miedo, adelantó la recesión económica global que se anunciaba y está produciendo también cambios en lo social y en lo político.
“Democratizó al planeta, nos puso a todos al mismo nivel y desató una gran revolución que habrá cambiado el mundo cuando se venza la pandemia”, dice a EL TIEMPO el analista Marcos Campos.
“Vivimos el fin del capitalismo, una crisis sistemática planetaria y vendrán cambios importantes y la adopción de un nuevo sistema”, anota el analista ruso Daniel Estulin, para quien la actual crisis global no es espontánea sino el resultado de otras muchas que arrastra el sistema desde la década de los 70, con impactos en los 90 y en el 2008 hasta llegar a donde estamos hoy.
“Nos enfrentamos a una crisis de gran magnitud, similar a la que dio origen al feudalismo entre los siglos IV y VI y al capitalismo a partir del siglo XVI. El coronavirus es solo una excusa para explicar la quiebra de los mercados planetarios. En ese sentido, lo de Italia también es fácil de explicar pues están quebrados 114 bancos y es una buena disculpa echarle la culpa de la quiebra al virus. Hemos llegado al fin del modelo. La crisis del 2008, cuando se produjo el primer gran crac sistémico, fue el principio del fin de lo que vivimos ahora. El modelo negociado en Bretton Woods en 1944 solo funciona con una expansión sin límite del capitalismo. Pero hemos llegado al final y lo que estamos viendo ahora son las consecuencias de la quiebra”, afirma.
La opinión de Estulin la comparten norteamericanos demócratas con ideas republicanas como se evidenció en un reciente editorial de ‘The Washington Post’ en el que se afirma que la realidad que vivimos le quitó el efecto de anestesia al capitalismo salvaje y puso las cartas sobre la mesa.
“Llegó la hora de replantear y de humanizar este modelo económico; y hacernos el siguiente planteamiento: ¡O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana! Como decía Albert Einstein: ‘Locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes’ ”, anota ese periódico.
Es preciso innovar y buscar salidas para que el mundo siga andando. No se puede parar la economía pues eso ocasionaría más víctimas que la pandemia misma, opinan otros analistas.
Se estima que el coronavirus eliminaría unos 25 millones de empleos en el mundo si no se adopta una respuesta internacional oportuna y políticas eficaces. La acción y la innovación entran a la escena y urge su intervención inmediata.
En lo económico, las primeras en pagar el precio de esta guerra global son las economías emergentes y las naciones más pobres del planeta. A falta de ventas, muchas empresas despiden o suspenden pagos a los empleados y los hogares comienzan a sufrir el impacto de la peor crisis sanitaria global que conocemos.
Los inversionistas internacionales están abandonando esos mercados emergentes a un ritmo no visto desde la crisis financiera de 2008, con lo que están provocando “una disminución en el valor de las monedas y obligando a las personas a pagar más por bienes importados como alimentos y combustible”, según el diario ‘The New York Times’.
En lo político, los gobiernos se están ejerciendo de forma casi virtual y en muchas naciones como Colombia fue la población la que empezó por tomar las riendas de su protección antes de que lo hiciera oficialmente el presidente Iván Duque, como consta en algunos memes: “Si Duque no decide, nosotros sí lo haremos. Nos quedaremos en la casa”.
El covid-19 nos cambió la vida. Paralizó las actividades recreativas y culturales, ató y amordazó todos los afectos, alteró las relaciones entre los humanos y afectó incluso la sofisticación y acartonada vanidad de los grandes creadores de la moda como Giorgio Armani, que pasó de diseñar lujosos y costosos trajes a coser delantales y tapabocas para los hospitales italianos.
También tocó el alma de algunos poderosos, como Luis Carlos Sarmiento Angulo, que donó 80.000 millones de pesos para ayudar a los más necesitados e importar de Corea pruebas rápidas para la detención temprana de la contaminación por el nuevo coronavirus y para comprar los respiradores que necesitaremos.
El virus unió a los católicos y seguidores de otras religiones en torno al papa Francisco, que impartió la bendición extraordinaria Urbi et Orbi y nos recordó la brutal democratización provocada por el virus: “Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta. En esta tormenta estamos todos”, dijo.
“La crisis del covid-19 es rica en lecciones, especialmente para Estados Unidos. Una moraleja es que los virus no andan con pasaportes; de hecho, no respetan en absoluto las fronteras nacionales o la retórica nacionalista”, escribió el reconocido economista Joseph Stiglitz.
El virus también “puso de rodillas la soberbia y nos dejó desnudos en nuestra mortalidad. Lo que aprendamos de esta crisis dependerá de cada uno de nosotros, de cada país y de nuestra más honesta convicción sobre el mundo que queremos continuar viviendo”, afirma Campos.
¿Por qué tercera guerra?
La embestida mundial del covid-19 podría calificarse como ‘la tercera guerra’ porque casi todos los líderes del mundo se han referido a la pandemia como “la guerra que enfrentamos”. Algunos han desempolvado frases que Winston Churchill utilizó para animar a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial y porque los ‘heridos’ y los muertos dejados por esta catástrofe sanitaria solo pueden equipararse a los ocasionados por los dos conflictos globales conocidos.
Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, anunció una “economía de guerra” para enfrentar el virus en una ciudad tan compleja y diversa como Bogotá, con unos siete millones y medio de habitantes.
“Estamos en una guerra”, dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante una reciente cumbre sobre el covid-19.
La misma expresión de “estamos en guerra” la repitió siete veces en un pronunciamiento de 21 minutos el presidente francés, Emmanuel Macron, el pasado 16 de marzo.
“Desde la Segunda Guerra Mundial, nuestro país nunca enfrentó un desafío que dependa tanto de la acción solidaria común”, dijo la canciller alemana, Angela Merkel, dos días después.
La guerra del covid-19 ha sido silenciosa pero muy feroz. Comenzó despacio y se fue extendiendo por el mundo poniendo en riesgo la vida de cada uno de sus más de 7.700 millones de habitantes, según Naciones Unidas, y, como las anteriores, causará también estragos en distintos campos y, cuando termine, el mundo será otro.
A diferencia de las anteriores, esta guerra mundial no ha sido por disputas ideológicas, políticas o invasiones, que fueron algunas de las causas que desataron las dos guerras mundiales conocidas.
Para ganarla tampoco requiere de alianzas y nos han dicho que los únicos aliados que el mundo necesita, de momento, son la unión, solidaridad y responsabilidad social de cada uno de los habitantes de la Tierra. “Quédese en la casa” nos exigen, piden, suplican, imploran y ordenan en múltiples mensajes, pancartas, videos y leyes.
La Primera Guerra Mundial, que duró 4 años y dejó 9 millones de muertos, se desató, entre otras cosas, por la radicalización del nacionalismo, las tensiones geopolíticas en Europa y se detonó con el asesinato del archiduque de Austria, Francisco Fernando, en Sarajevo (Serbia) el 28 de junio de 1914.
La Segunda, que fue más feroz y prolongada, duró 7 años y produjo entre 50 a 70 millones de muertos, según cifras no oficiales, y se inició el primero de septiembre de 1939 por la invasión nazi a Polonia. A eso se sumó la invasión japonesa a China y la inesperada ofensiva militar de la armada imperial japonesa contra la base naval norteamericana de Pearl Harbor en Hawái, entre otras cosas.
Pero esta tercera guerra global es muy diferente, aunque también haya aplazado para el 2021 unas olimpiadas mundiales como los Juegos Olímpicos de Tokio y adelantado una recesión económica mundial que, como en las anteriores, despierta múltiples temores.
“El covid-19 es la máxima prueba que hemos encarado juntos desde la formación de la ONU (1945)… Se trata de la mayor debacle observada desde la Segunda Guerra Mundial”, dijo el secretario general de la ONU, António Guterres.
Los cambios
La pandemia está provocando la mayor revolución no imaginada en la vida del planeta y de sus habitantes. “Nos enfrentaremos a múltiples cambios en todos los campos y debemos prepararnos para recibirlos”, según Campos.
Algunos como Estulin hablan sobre el fin del capitalismo y de la globalización. Otros, de que se acabarán las guerras, la discriminación en todos los campos, del egoísmo, del cambio de la relaciones entre el hombre y el planeta y del derrumbe del becerro del dinero y el consumo, al que el mundo ha rendido pleitesía por décadas.
“Estamos viendo la muerte de un sistema y el nacimiento de otro nuevo que nadie conoce. Por eso Putin, Trump y Xi-Jinping están hablando de sentarse después de las elecciones de EE. UU. y decidir las nuevas reglas del juego para este mundo poscrisis y pos Bretton Woods”, afirma Estulin.
Después del coronavirus no “podemos seguir así”, en opinión del investigador Fernando Valladares, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en una reciente entrevista con la agencia española ‘Efe’.
“El ‘shock’ del confinamiento no será en vano y creemos que la constatación de una cruda realidad cambiará nuestra relación con el planeta cuando el covid-19 pase”.
En lo económico, “no solamente van a cambiar las empresas, también lo harán la política internacional y la conducción de la economía, ya afectadas por el mercantilismo de ‘mister’ Trump, el nacionalismo de los ingleses y los brotes de populismo en varias partes del mundo. ¿Qué vendrá? No sabemos. El mundo cambiará como consecuencia del contagio sanitario y no del financiero, como sucedió en el siglo XX”, opinó Carlos Caballero Argáez en reciente columna en este diario.
De lo que pocos dudan es sobre el futuro gris que se avecina. Con crecimiento cero, desempleo, escasez y agobio financiero para todos. El 2020 será el año del gran cambio del sistema que conocemos hasta hoy.
Estulin visualiza una regionalización de la economía con un primer grupo formado por Estados Unidos, Canadá, parte de México y Nueva Zelandia, que sería la región dólar.
Luego otra, conformada por el resto de México y América Latina, que conformarían la región del peso. Europa, sin Inglaterra, pero con el eje París-Berlín, con las excolonias francesas y alemanas en África, seguidos por China e India, como regiones independientes, y otro con una Rusia dividida por la mitad en los Urales, no por fuerza sino por la necesidad de crear naciones que puedan funcionar.
Después podríamos tener ciudades-Estado que ya las hemos visto a lo largo de la historia como el Vaticano, Mónaco y otras. Es una opción válida dentro de los cambios que se vayan produciendo en la transformación que enfrentaremos.
GLORIA HELENA REY
Para EL TIEMPO