Estados Unidos, el gran ganador del año / Análisis de Mauricio Vargas

No eran buenos los augurios del nuevo año cuando más de 60.000 personas, reunidas en la emblemática Times Square de Nueva York, celebraron la llegada de 2022.

Liderados por Joe Biden, a quien muchos tachaban de senil y cuyo único resultado internacional en 2021 había sido la precipitada salida de sus tropas de Afganistán, los estadounidenses no tenían muchos motivos para sentirse orgullosos.

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En 2021 habían sido testigos del avance de China como potencia mundial capaz de igualar e incluso sobrepasar al Tío Sam. Y habían soportado la agresividad del presidente ruso, Vladimir Putin, decidido a recuperar las fronteras del imperio soviético del siglo XX, sin que Washington ni los europeos lucieran dispuestos a detenerlo.

Las diferencias entre la Casa Blanca y sus aliados europeos no habían hecho más que crecer, a tal punto que la Otán, la alianza militar que forjaron Estados Unidos y los gobiernos del Viejo Continente tras la Segunda Guerra Mundial, había sido declarada en “muerte cerebral” por el presidente francés, Emmanuel Macron.

En los primeros días de 2022 se cumplió el primer aniversario del asalto a la sede del Congreso en Washington, de los más radicales seguidores de Trump, una imagen que avergonzó a la democracia estadounidense y puso a muchos a pensar que nada detendría el declive de la potencia mundial que, en el siglo XX, había ganado dos guerras mundiales y había derrotado al enemigo comunista tras décadas de Guerra Fría. Pero todo cambió y, a dos semanas de culminar el año que tan mal pintaba, Biden y los Estados Unidos lucen fortalecidos. ¿Qué pasó?

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La guerra en Ucrania ha tenido una gran repercusión en la economía mundial.

Guerra sin GI

A fines de febrero, cuando las tropas de Putin invadieron Ucrania, el Kremlin estaba convencido de conseguir sus objetivos en apenas 10 días. Los líderes rusos calculaban que ese tiempo bastaría para dominar medio país, tomar la capital Kiev y deponer y capturar al presidente Volodimir Zelenski.

Desde el primer momento, Biden se comprometió con el apoyo a Kiev y convenció de ello al Congreso. “Invertir en la libertad y la seguridad de Ucrania es un precio bajo por pagar para castigar la agresión rusa y reducir el riesgo de conflictos futuros”, dijo a senadores y representantes para convencerlos de brindar apoyo financiero, así como armas y municiones, a Zelenski.

El apoyo sin grietas de EE. UU. a Ucrania lo convierte en el gran ganador, sin que un solo GI haya pisado suelo ucraniano

Para mediados de mayo, no solo los objetivos del Kremlin lucían lejanos, sino que las tropas de Zelenski habían destruido centenares de tanques rusos, habían dado de baja a miles de soldados de Putin y habían obligado al ejército extranjero a retroceder. Como dijo entonces Axel Gyldén, cronista del semanario francés L’Express, en menos de tres meses “el miedo cambió de campo”.

Para mediados de septiembre y gracias a su tenacidad, a su movilidad y a su valentía, pero también a un enorme apoyo en armamento, municiones e información de inteligencia de Estados Unidos y, en menor medida, del Reino Unido y la Unión Europea, el ejército de Zelenski lanzó una feroz contraofensiva. En pocas semanas recuperó el 20 por ciento del territorio ucraniano que Putin había pretendido anexar a Rusia, y más de la mitad de la superficie que llegó a estar invadida a inicios de la contienda.

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Putin estaba en problemas, con un tercio de sus hombres y de su equipo militar perdidos, con su economía severamente golpeada por las sanciones de Occidente y con sectores de la población rusa en rebeldía por el reclutamiento ordenado para reemplazar a las tropas perdidas en los combates.

Entre tanto, Biden se frotaba las manos. Tras poner en evidencia que Rusia no solo había dejado de ser una potencia económica (antes de la guerra ya hace tiempos que no estaba entre las 10 mayores economías del mundo), sino que tampoco era una potencia militar, dejó a Putin ante la única alternativa de un ataque nuclear para intentar ganar la guerra.

El fracaso de Putin y de Rusia es el triunfo de Biden y de los Estados Unidos. Y se suma a que la Otán reaccionó de manera sólida y unificada, con lo cual Washington recuperó peso específico en Europa. Por primera vez desde 2005, la presencia de unidades militares estadounidenses en suelo europeo superó los 100.000 hombres, esta vez con la ventaja de no entrar en combate.

Béatrice Mathieu, redactora en jefe de economía de L’Express, lo expresó con claridad: “El apoyo sin grietas de Washington a Ucrania convierte a Estados Unidos en el gran ganador a nivel mundial sin que un solo GI (soldado de infantería) haya tenido que pisar suelo ucraniano”.

Volodimir Zeleneski (Izq),m Presidente de Ucrania, y Vladimir Putin (Der), Presidente de Rusia.

Foto:

Sergei SUPINSKY and Sergei GUNEYEV / various sources / AFP

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El pinchazo chino

En 2021, al anunciar el retiro de sus tropas de Afganistán y, días después, sellar una alianza política y militar con el Reino Unido y Australia en el Pacífico, Biden dejó en claro que el foco estratégico de Washington de ahora en adelante era frenar el expansionismo chino.

Ante la insistencia del líder Xi Jinping de reivindicar la isla de Taiwán como territorio propio, Biden quiso plantarle cara a Pekín. No parecía fácil, pero las sucesivas derrotas de los rusos en Ucrania han persuadido al liderazgo chino de pensarse dos veces una operación militar para apropiarse de Taiwán.

A nivel interno, Xi consiguió, en el Congreso del Partido Comunista, su objetivo de concentrar más poder y de prorrogar su mandato. Pero a nivel internacional, la invasión rusa de Ucrania le complicó los planes: activó la unidad política y militar de Estados Unidos y Europa, y estimuló la industria militar de Occidente.

El dólar sigue siendo el Rey, el valor refugio por excelencia para los inversionistas

Como si fuera poco, la estrategia de Cero Covid promovida por Xi, con sus prolongados confinamientos de ciudades enteras, terminó por hacer agua: redujo a casi la mitad el crecimiento de la economía china y terminó por hartar a los ciudadanos, que, a fines de noviembre, se lanzaron a las calles de una veintena de urbes para protestar contra el encierro.

Xi se vio obligado a ceder y acabó desmontando la gran mayoría de las medidas restrictivas, con el riesgo que ya asoma de una disparada de los contagios, pues justamente la gran falla de la estrategia de Cero Covid es que no ha permitido que amplias capas de la población china se contagien y, por ello mismo, sus organismos no han generado defensas contra el virus.

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El gas y el dólar

Los triunfos de Washington no han sido solo militares y geopolíticos. También, y mucho, económicos. Su industria militar, que venía de capa caída tras el retiro de Afganistán y las restricciones de gasto impuestas por la pandemia, recibió un gigantesco estímulo por cuenta de la invasión rusa a Ucrania.

De los casi 20.000 millones de dólares enviados por Washington para apoyar a Kiev, dos terceras partes cuando menos corresponden a equipo militar y tecnológico fabricado en plantas de los Estados Unidos. Esto ha llevado a una reactivación del empleo no solo en el complejo industrial-militar, sino en su cadena de suministro.

China se va a pensar dos veces la decisión de tratar de hacerse con Taiwán por medios militares.

Pero Estados Unidos también ha ganado en otro campo: el del gas. La tecnología de licuar el gas natural, al bajar su temperatura a -160 ºC, permite exportarlo en enormes barcos cisterna. Gracias a ello y al uso de técnicas de extracción no convencionales como el fracking, Estados Unidos ya iba camino de convertirse en una potencia exportadora de gas natural.

La invasión rusa a Ucrania y el corte del gas ruso a Europa favorecieron a Noruega, a Catar y, sobre todo, a Estados Unidos, que se convirtió, en cuestión de meses, en el primer exportador mundial de gas natural licuado. Y ello gracias sobre todo al Viejo Continente, al que, tras haberle exportado 26.000 millones de metros cúbicos de GNL en 2021, le ha exportado, en lo que va de 2022, unos 45.000 millones de metros cúbicos.

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Y todo esto con precios que por momentos se han duplicado del año pasado a este.
El efecto seguirá en los años venideros: como la Unión Europea necesita asegurarse no solo a corto, sino a mediano y largo plazo, firmó hace algunos meses con Estados Unidos acuerdos para adquirir hasta 50.000 millones de metros cúbicos adicionales de GNL por año, procedente de los pozos estadounidenses.

Como bien lo apuntó Thierry de Montbrial, ingeniero y economista francés, fundador de la World Policy Conference, este año en Europa “nos hemos vuelto un poco más dependientes de Estados Unidos (…) pues ellos sí trabajan con estrategia, al combinar con frialdad sus valores con sus intereses, y ahora han decidido convertirse en maestros del juego de la energía”.

Por lo anterior, por el alza de tasas de la Reserva Federal y porque es un valor que los inversionistas buscan cuando estalla una guerra, el dólar también ha salido ganando: este año llegó a estar mejor cotizado que el euro y casi parejo con la libra esterlina. Con razón los analistas de las bolsas europeas repitieron una y otra vez este año que “el dólar sigue siendo el rey, el valor refugio por excelencia”.

Claro que los desafíos para Washington en 2023 no son de poca monta. La guerra en Ucrania aún tiene un desenlace incierto y, con Putin en el Kremlin, las señales de peligro se mantienen encendidas. Además, la tentación expansionista china sigue ahí. Y los riesgos de una recesión mundial que termine por golpear a Estados Unidos persisten.

Y está también la inestabilidad en Medio Oriente: Irán sigue adelante con sus planes nucleares mientras en Israel, el regreso de Benjamin Netanyahu, con su amistad con Putin, su agresividad con los países árabes y sus andanadas violentas contra la franja de Gaza, complican cualquier esfuerzo de paz.

Pero en todo caso, a 16 días de terminar 2022, el balance del año para Biden y para los Estados Unidos es ampliamente ganador. Como explica Béatrice Mathieu, del semanario L’Express, al cierre de 2022 son innegables “las ganancias geoestratégicas, económicas, militares y políticas” de Washington. La palabra declive ya no está de moda para hablar de Estados Unidos.

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