‘La motivación de los escritores no debe ser agradar a las masas’
En septiembre de 2018, Ian Buruma renunció al cargo de editor de The New York Review of Books, en el que llevaba 12 meses, luego de un escándalo que se desató cuando la revista publicó un polémico ensayo sobre el #MeToo. En una conversación con Malin Ekman, corresponsal en Estados Unidos del Svenska Dagbladet, reflexionó sobre los encargos que perdió, la literatura, la cultura de la cancelación, las amenazas a la libertad de prensa y el estado de la democracia liberal.
Buruma había publicado una edición sobre ‘La caída de los hombres’, que incluyó un ensayo del presentador canadiense Jian Ghomeshi, en el que bajo el título ‘Reflexiones desde un hashtag’ el autor relataba su paso de la fama a la infamia.
El ensayo –y la decisión de publicarlo– generaron críticas inmediatas. Antes de la publicación, más de veinte mujeres habían acusado a Ghomeshi de acoso y maltratos sexuales, pero el texto no discutía en detalle ni el alcance ni la naturaleza de esas acusaciones. Diversas mujeres testificaron que habían sido golpeadas, ahorcadas y humilladas por Ghomeshi en el transcurso de relaciones sexuales. Ghomeshi resultó absuelto, pero como parte de un acuerdo civil, pidió disculpas a una colega por un caso de maltrato sexual del que había sido acusado.
(Le puede interesar: Las razones que impiden un #MeToo colombiano)
En una entrevista publicada en septiembre de 2018 en Slate, usted explicó que el ensayo se incluyó para dar voz a un hombre puesto en la picota y analizar el #MeToo desde el punto de vista del acusado, para variar. Sus críticos dijeron que no dio suficiente importancia a las acusaciones contra Ghomeshi y que mostró insensibilidad al espíritu de la época…
Ante la opinión de la gente no hay mucho que se pueda hacer. Lo peor que podría hacer es amargarme. Hay que seguir adelante. Otra cosa no se puede hacer.
En Europa, usted es una figura cultural progresista, un intelectual elogiado por sus libros. Parece una ironía que se convierta en símbolo de una generación de (mayoritariamente) hombres que no parecerían comprender las percepciones contemporáneas en relación con el poder y la opresión.
Es notable. Hace diez años no hubiera sucedido, y es posible que diez años después tampoco. La atmósfera estaba muy agitada, y creo que el dueño del NYRB entró en pánico. No tengo otra explicación. Pensó que el único modo de hacer frente al temor de los anunciantes (incluidas editoriales universitarias preocupadas por las reacciones en los campus) era que yo me fuera. A mí me sorprendió mucho, no era mi elección. El dueño me había apoyado hasta el último minuto, hasta un día antes de mi partida. Creo que se sintió intimidado.
Rea S. Hederman, el dueño, dice que la revista no depende de la publicidad de las editoriales universitarias, y que el NYRB tiene normas de edición que no se respetaron con este ensayo.
El proceso de edición no falló. Hubo dos personas más involucradas en la edición desde el principio, y otras dos que revisaron el ensayo antes de su publicación. Incluso hubo una reunión sobre el ensayo con todo el equipo editorial, y Hederman lo leyó antes de la publicación. Este tema dividió a la redacción. El conflicto comenzó con la reseña de la crítica Laura Kipnis al libro Be Fierce: Stop Harassment and Take Your Power Back (Sé valiente: detén el acoso y recupera el poder), en el que la presentadora de TV Gretchen Carlson acusa a Roger Ailes, exejecutivo de Fox News, de acoso sexual.
En la reseña, Kipnis adopta la postura de que es evidente que los hombres deben cambiar su conducta y forma de pensar, pero que las mujeres también tienen una responsabilidad. Y es bastante irónica respecto de la descripción exagerada que hace Carlson. Algunos miembros de la redacción querían eliminar esas visiones críticas, especialmente cuando las expresaba en forma humorística.
Así que el ensayo de Ghomeshi fue parte de una discusión más amplia en relación con qué voces debían estar representadas en la revista…
No era la primera vez que teníamos diferencias de opinión. Pero nunca hubo altercados ni gritos. Eran diferencias más bien generacionales. Digamos, los de más de cuarenta tenían una actitud ligeramente diferente a la de los más jóvenes.
En EE. UU., las cuestiones raciales y de género causan problemas. Son temas delicados. Los de menos de cuarenta eran más propensos a censurar un artículo por desacuerdos con el vocabulario y las opiniones, mientras que mi actitud era que se necesitan opiniones diferentes con las que uno no está necesariamente de acuerdo.
Una de las críticas fue que el artículo no dejaba suficientemente claro de qué lo habían acusado
Podría decirse que son la posición y el enfoque clásicos de un intelectual.
Sí. Pero es un enfoque que en este momento es muy cuestionado. Mi generación, los que crecimos en los 60 y 70, admirábamos cosas que eran un poco provocativas, incluso escandalosas. La generación de menos de cuarenta está mucho más en lo de luchar por la justicia social, la igualdad, etc., y todo lo que no encaje en ese modo de pensar hay que censurarlo.
Si pudiera retroceder el reloj, ¿volvería a publicar el ensayo de Ghomeshi?
Tal vez lo presentaría en forma diferente y le pediría al autor que considere algunos aspectos de su pasado. Puede que lo editara en forma ligeramente diferente, pero sin duda lo publicaría. Una de las críticas fue que el artículo no dejaba suficientemente claro de qué lo habían acusado. Creo que aclararía mejor eso. Pero es una cuestión de matices, no de si lo publicaría o no.
Su llegada como editor fue una oportunidad de remodelar el NYRB. Su predecesor y fundador de la revista, Robert B. Silvers, la dirigió desde 1963 hasta su muerte en 2017. ¿Usted era de ‘la vieja escuela, donde los editores son dictadores’?
Cuando asumí como editor, pensé que había que ser más democráticos. Teníamos reuniones para discutir los artículos y se le daba mucha más importancia que antes a la opinión de los editores más jóvenes.
El #MeToo se produjo en un momento en que la igualdad de género por fin se estaba convirtiendo en prioridad en redacciones, gobiernos, bancos y empresas de todo el mundo. Pero faltaba la tarea de contarle al mundo los costos ocultos del éxito femenino: el acoso sexual con que se encuentran las mujeres ambiciosas y las normas y acuerdos tácitos que impedían a las mujeres hablar.
Es absolutamente necesario que hombres y mujeres reciban un trato igualitario. Pero el #MeToo es también una rebelión juvenil contra personas a las que se asocia con la generación anterior, especialmente hombres. Estos movimientos no son solo por cuestiones de principios, también son por el poder. Tienen un fuerte elemento político.
(Además: ‘El movimiento #MeToo es absolutamente antidemocrático’)
Aun así, el NYRB tiene fama de ser una publicación en la que siempre hubo más escritores que escritoras. Y a usted también lo criticaron por no hacer lo suficiente para corregir ese desequilibrio.
No es tan fácil cambiar las cosas en tan poco tiempo. No es que yo prefiera a los escritores o no buscara escritoras; no es tan fácil. Las buenas escritoras suelen tener mucha demanda. Es común que estén más ocupadas y rechacen los pedidos. En cambio, hay muchos escritores que tal vez no sean lo mejor de lo mejor, pero están disponibles.
El #MeToo puso a prueba a los medios. Hay que hacer equilibrio entre las demandas de una audiencia mayoritariamente progresista y la fidelidad al ideal de la objetividad. Tras su despido del NYRB, ¿diría que perdió trabajos como escritor?
Sí. Y tal vez haya perdido un par de amistades, pero no más que eso. Lo triste es que algunas revistas tienen editores jóvenes que están afirmando su autoridad contra una generación anterior, y ya no puedo trabajar para esas revistas, aunque escribí para ellas por muchos años. En cierto sentido, me sorprendió más esta idea de ser persona no grata que el hecho de perder el empleo.
Pero es un escritor de renombre internacional, y a los 67 años no necesita reconstruir su carrera desde cero…
Me preocupa que los editores más jóvenes tengan que ceder independencia para proteger sus carreras.
Un editor tiene que ser capaz de correr riesgos, de publicar algo que pueda ofender o cuestionar las ideas de la gente. Oí decir a algunos que hay cosas que ya no publicarían, por temor a meterse en problemas.
Para los escritores, la motivación principal nunca debe ser agradar a las masas. Lo mismo vale para las revistas. Una revista intelectual no es nada más para defender ciertas ideas políticas. Los que las dirigen quieren que los lectores piensen. Esto implica incluir puntos de vista que pueden generar rechazo.
Pero si son argumentos interesantes y hacen pensar, sirven a un bien más grande. No me parece interesante que una revista tenga una posición política muy clara respecto de cada tema importante y luego se limite a defenderla. Esa forma de actuar es la de un activista. Pero no tenemos que ser activistas, sino intelectuales. Eso implica pensar en modos que no siempre resultan cómodos. Poner en duda nuestros principios puede ser un ejercicio importante. Editar una revista intelectual no es cuestión de solo amoldarse a lo que la mayoría de los lectores ya piensan.
El #MeToo es también una rebelión juvenil contra personas a las que se asocia con la generación anterior, especialmente hombres
Pasemos a un tema relacionado: Peter Handke, premio nobel de literatura 2019. Fue una elección polémica. Sus detractores afirman que relativizó el genocidio en Srebrenica al poner en duda que se lo pueda llamar genocidio. En Europa, el debate se centró en la cuestión de si las supuestas afinidades de un autor deberían influir en la decisión de otorgarle el premio. Un bando sostiene que la literatura se debe evaluar en forma independiente del autor; el otro señala que la evaluación es inherentemente política. ¿Dónde se ubica usted?
El Nobel es un premio político. Se da en reconocimiento al mérito literario y la promoción de los ideales de la humanidad, o algo así. Pero nunca fue una cuestión meramente literaria. Quienes dicen eso se equivocan.
El testamento de Alfred Nobel dice que el premio de literatura debe otorgarse a alguien que produzca “la obra más destacada, en la dirección ideal”…
Creo que Handke es un escritor importante, pero me sorprendió que se lo dieran. Claramente no entra en esa categoría. Alguien que defendió a un líder (el serbio Slobodan Miloševic) indiscutiblemente culpable de asesinatos en masa parece una elección extraña para el Premio Nobel, incluso si es un buen escritor. Me parece sorprendente.
Entonces, ¿por qué le dieron el premio?
No lo sé. Tal vez porque siempre los acusaron de ser políticamente correctos, y querían mostrar que no lo son. Por otra parte, después de tener un escándalo de violación propio, ¿tenían que hacer esto? No lo sé. ¿Qué piensa usted?
Creo que querían mostrar integridad e independencia. Y tal vez pensaran que ya lo habían compensado con la entrega del premio 2018 a la novelista polaca Olga Tokarczuk.
Pero ya habían mostrado esa integridad cuando dieron el premio a Mario Vargas Llosa en 2010 y a V. S. Naipaul en 2001.
¿Piensa que la reputación del premio en sí está dañada?
Sí, creo que ya perdió un montón de prestigio. Me parece que ya no se lo toma tan en serio como hace veinte años. Si la intención de la Academia era recuperar credibilidad después del escándalo de 2018, creo que no lo consiguieron. Es probable que lo hayan empeorado.
Como dijo hace poco una persona amiga, vivimos tiempos extraños. Se denuncia a la gente por lo que opina en materia de raza o género, pero uno puede defender a un tirano sanguinario y después ganar el Premio Nobel.
Perdí mi empleo como editor de una revista progresista por publicar un artículo de un hombre acusado de maltrato sexual, pero un escritor recibe el Nobel después de pronunciar un discurso en el funeral de un asesino en masa. Hay algo ligeramente extraño en todo esto.
PROJECT SYNDICATE*
* Esta entrevista se publica en cooperación con el ‘Svenska Dagbladet’.
Nueva York