El porqué se le sale de las manos la epidemia a Trump
Desde hacía semanas los expertos venían prediciendo que Estados Unidos estaba por convertirse no solo en el epicentro de la pandemia del nuevo coronavirus, sino en el país más afectado por ella.
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Ese día llegó este jueves, cuando el número de infectados sobrepasó los 105 mil casos y EE. UU. subió al tope de una lista que venían encabezando China e Italia. Al cierre de esta edición la cifra ya iba en más de 1.500 muertes, pero se esperaba una duplicación de los casos durante la semana que viene. Es decir, fácilmente se llegará pronto a más de 300.000 infectados y 5.000 decesos.
Si bien el coronavirus tomó a todo el planeta por sorpresa, muchos se preguntaban cómo EE. UU., la principal potencia del mundo y cuna de los mejores científicos, terminó siendo el foco de una enfermedad cuyos estragos apenas han comenzado a sentirse.
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Peor aún, cómo fue posible que países como China, Japón, Corea del Sur y otros terminaran estando mucho mejor preparados para enfrentar la pandemia que un país que está escalafonado de primero entre 195 naciones, según el Global Health Security Index.
Las respuestas son múltiples. Y pasan tanto por las fallas que se cometieron a la hora de anticipar una respuesta como por el liderazgo y personalidad del presidente Donald Trump.
Como dice Ed Yong en un detallado artículo publicado por ‘The Atlantic’, el “pecado original” estadounidense fue el fracaso en el sistema a la hora de producir pruebas de diagnóstico para mapear la propagación de la enfermedad y con ellas tomar decisiones para detener su avance. Precisamente la estrategia que han empleado con éxito los asiáticos y que han complementado con agresivas medidas de distanciamiento social.
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En febrero, por ejemplo, el Centro para la Prevención y el Control de las Enfermedades (CDC) distribuyó por todo el país un kit que terminó siendo defectuoso. Los laboratorios han tratado de enmendar ese error con su propia producción, pero esta ha sido lenta, en parte gracias a los controles que establece el gobierno federal como prerrequisitos para poder utilizarlas en la población. Tanto, que EE. UU. se ha visto en la necesidad de importar pruebas de otros países.
El problema es que aún hoy se está muy lejos del punto ideal. Para ponerlo en contexto, mientras Corea del Sur viene practicando una prueba por cada 200 habitantes, en EE. UU. es una por cada 1.000. Para rematar, cuando en Corea del Sur las pruebas se hacen de manera gratuita, en EE. UU. pueden costar más de mil dólares, una cifra inalcanzable para la mayoría.
“Si el país hubiese podido mapear el avance de la enfermedad, los hospitales habrían podido prepararse mejor ordenando equipos, máscaras, respiradores, camas. Nada de eso sucedió. Por el contrario, el sistema de salud que ya estaba agobiado por la temporada normal de influenza está a punto de infartar”, dice Young.
Los problemas, sin embargo, comenzaron desde mucho antes. Desde hacía al menos dos años, expertos en EE. UU., entre ellos la Universidad de Harvard, venían advirtiendo sobre la inminencia de una pandemia. Antes que hacer caso, la administración Trump decidió cerrar una oficina dentro del Consejo Nacional de Seguridad que se encargaba precisamente de este tema.
En enero de este año, Luciana Borio, que era parte de ese equipo, volvió a advertir que lo sucedido en China llegaría a EE. UU. y se debían tomar medidas de inmediato. Lo mismo le dijeron al Congreso y a la Casa Blanca las agencias de inteligencia de país.
La respuesta inicial de Trump y de los republicanos en el legislativo fue catalogar las advertencias como una “farsa” orquestada por los demócratas para afectar la oportunidad de reelección del presidente. Trump, además, quiso minimizar el problema diciendo a los estadounidenses en repetidas ocasiones que el coronavirus no era más que otro tipo de influenza y que estaría bajo control hacia abril.
La situación actual pudo evitarse si las autoridades hubiesen tomado esto en serio desde el comienzo
Hace 15 días, expuesto ya a la magnitud del problema, el mandatario reaccionó sugiriendo un distanciamiento social de dos semanas, al igual que el cierre de restaurantes, bares y la cancelación de vuelos procedente de ciertos países. Activando, de paso, una fuerza de tarea conjunta para coordinar la respuesta contra la enfermedad. Desde entonces, la carrera ha sido contrarreloj.
Pero, como dice Angela Rasmussen, de Columbia University, “la situación actual pudo evitarse si las autoridades hubiesen tomado esto en serio desde el comienzo”. La respuesta, además, ha sido bastante irregular y llena de sobresaltos provocados por Trump.
El público, por ejemplo, ha reaccionado tarde a la amenaza que plantea el virus, probablemente como consecuencia del doble mensaje que llega de la Casa Blanca: doctores como Anthony Fauci, director del Instituto Nacional para la Salud y miembro de esa fuerza de tarea conjunta, diciendo que esto va para largo; mientras el presidente insiste en que esto es casi una gripa común y que la cura está a la vuelta de la esquina.
El presidente, al parecer presionado por los grupos económicos, se ha resistido a utilizar los poderes de guerra que le confiere la ley para forzar a la empresa privada a que dedique sus recursos a la producción de artículos contra la enfermedad.
Apenas el viernes, Trump invocó la ley de producción de defensa, una norma que data de la guerra de Corea, para exigirle al fabricante de automóviles General Motors producir rápidamente respiradores para responder a la emergencia sanitaria. “GM estaba perdiendo el tiempo”, dijo Trump en un comunicado al anunciar esta medida especial llamada ley de producción de defensa (Defense Production Act).
A nivel estatal, el desorden también es grande y no existe un esfuerzo federal para tratar de sumar esfuerzos. Por el contrario, lo que se está dando es una competencia entre estados por almacenar la mayor cantidad de equipos y recursos. Lo cual ha dejado a otros como Nueva York, donde la enfermedad arrasa, sin los elementos necesarios.
Trump, dice su más probable rival en las elecciones presidenciales, Joe Biden, no causó el coronavirus, pero sí es totalmente responsable por la lenta respuesta y su descoordinación.
El futuro tampoco luce promisorio. El virus, como se esperaba, está causando una contracción económica severa que podría traducirse muy pronto en una recesión. Esta semana, más de 3 millones de personas presentaron formularios solicitando recursos por desempleo. Una cifra enorme si se compara con el récord anterior de 675.000 aplicaciones, y que venía desde 1982.
El estimado es que el desempleo en EE. UU. ya debe estar llegando al 6 por ciento, es decir, se ha duplicado en el último mes y podría llegar al 20 por ciento en los próximos dos meses.
Esta semana, el Congreso aprobó un paquete de ayuda cifrado en 2 millones de millones de dólares que incluye un cheque de hasta 1.200 dólares por persona. Pero su efecto tardará.
Los expertos creen que si bien esta no se detendrá hasta que se desarrolle una vacuna –algo que puede tardar unos 12 meses–, se puede mitigar su impacto a través de agresivas políticas de distanciamiento social durante varias semanas más, seguidas por una normalización parcial de la actividad económica. Algo que ofrecería un margen de maniobra para que los hospitales puedan atender a los enfermos mientras las autoridades se preparan mejor para la llegada de una ‘segunda oleada’ que sería más fácil de contener, pues ya se contaría con pruebas suficientes.
Pero Trump, al parecer, está perdiendo la paciencia. Esta semana, tras decir que la cura no podía ser peor que la enfermedad, anunció planes para reactivar la economía desde Semana Santa.
Aaron Carroll, profesor de Medicina de la Universidad de Indiana, y Ashija Jha, experto en salud mundial de Harvard, coinciden en que una decisión semejante sería catastrófica. “No nos estamos tomando este virus en serio. Debe existir primero una gran pausa nacional. Reabrir la economía mientras no exista un sistema robusto de diagnóstico listo para ser desplegado constituiría un grave error”, dicen los expertos.
Reabrir la economía mientras no exista un sistema robusto de diagnóstico listo para ser desplegado constituiría un grave error
Las preocupaciones de Trump por la economía son, por supuesto, legítimas. Pero hay coincidencia de criterios en que si la salud de esta prevalece frente a la salud de las personas, la tasa de mortalidad del coronavirus en EE. UU. sería astronómica: entre un millón y dos millones de personas, según varios estudios. La influenza, para matizar ese número, solo mata a entre 30.000 y 50.000 al año.
Trump, y eso es evidente, también está pensando en las elecciones de noviembre y el impacto que todo esto tendrá en su reelección. De allí su insistencia en que se regrese a la normalidad económica cuanto antes y sus mensajes para bajarle el calibre a la amenaza. Hasta cierto punto es una estrategia que le ha dado resultados, pues su popularidad ha subido casi 5 puntos (49 por ciento) y la mayor parte del público (55 por ciento) aprueba su manejo de la crisis.
El problema con esta estrategia de verdades a medias que el presidente ha empleado con éxito en el pasado (y a lo largo de esta crisis) es que no es sostenible a largo plazo, pues ahora enfrenta a un enemigo que no responde a colores políticos ni favorece a grupos demográficos; que seguirá su marcha apilando contagiados y muertos sin importar lo que Trump diga y pasará su cuenta de cobro cuando llegue la hora de rendir cuentas.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
WASHINGTON
En Twitter: sergom68