El drama de quedar varado en el exterior y ver cómo se agota el dinero
Luego de que el presidente Iván Duque prohibió la llegada de vuelos internacionales a los aeropuertos del país desde el 23 de marzo—medida que calificó como necesaria para contener la propagación del coronavirus—, colombianos en todas las latitudes han hecho un llamado para poder retornar.
Se estima que, en medio de esta pandemia, más de 9 mil colombianos buscan ayuda en el exterior. Son turistas, estudiantes, residentes: ciudadanos que dicen sentirse preocupados por ver cómo se va agotando el dinero que tienen destinado para subsistir a diario.
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Esa es la situación, por ejemplo, en Argentina, uno de los países con mayor presencia de colombianos. Según cifras del cónsul en Buenos Aires, Jorge Villamizar, son más de 800 los connacionales que han solicitado ayuda para regresar.
Precisamente, este sábado se espera el arribo de un vuelo humanitario procedente de Argentina. Sin embargo, como informó la Cancillería, este será compartido con Chile, por lo que los cupos son limitados. Villamizar confirmó que se asignaron 80 para colombianos en ese país y que en el transcurso de las siguientes semanas, e incluso meses, se gestionarían más vuelos.
Ante esta situación, muchos insisten en que no cuentan con los recursos suficientes para esperar más tiempo. Tres colombianos varados en Argentina comparten su caso.
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El hincha que lo dejó todo para ir a un partido
Diego Plazas, de 27 años, quedó varado en Argentina luego de cruzar el continente por tierra para ver un partido del Atlético Nacional en la Sudamericana.
19 de febrero. Estadio Tomás Adolfo Ducó, en Buenos Aires. El Atlético Nacional, mi equipo del alma, se enfrentaba al Huracán en el partido de vuelta de la fase 1 de la Copa Sudamericana 2020. El pronóstico favorecía al verde: veníamos con la tranquilidad del triunfo 3-0 en la ida.
Quise ser testigo de ese momento. Eché mano de todos mis ahorros, renuncié a mi puesto de analista de créditos y me embarqué en una travesía que, quizá, solo los más apasionados por el fútbol sabrán justificar: el 28 de enero partí desde Colombia hacia Argentina. Lo dejé todo y crucé el continente por carretera. Pasé por Ecuador, Perú, Bolivia y finalmente el 17 de febrero llegué a Buenos Aires.
Fui al partido. En el minuto 15 de la primera parte, un penalti de Andrés Andrade, con remate a la escuadra izquierda, impuso la ventaja de mi verde. Celebré con la garganta y el júbilo en la piel. Minutos más tarde, con un remate de cabeza desde el centro de área, Leandro Grimi, de Huracán, empató el juego, que concluyó con ese marcador. El resultado global quedó a favor nuestro y mi alegría no podía ser mayor.
El partido de Nacional era solo la primera parada de la travesía. Mi itinerario incluía permanecer un par de semanas más en la ciudad, recorrerla y conocer otros estadios. Luego, tomaría rumbo hacia Chile, también por carretera, para el partido de la Selección Colombia en las eliminatorias a Qatar 2022, y de ahí finalmente regresaría a casa. Pero llegó un gol repentino que no pude atajar: el 3 de marzo se confirmó el primer contagio de covid-19 en Argentina.
Las autoridades tomaron medidas de inmediato y no hubo tiempo para retornar a Colombia. A las 0:00 horas del 20 de marzo empezó a regir la cuarentena nacional, la cual ya se ha extendido cuatro veces y cuyo final se tiene previsto, por ahora, para el 24 de mayo.
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A diario me voy a la cama con ganas de llorar, aturdido por la soledad y el miedo de que esto no acabe pronto
Yo quedé varado. Cuando se anunció la medida, busqué un lugar para quedarme. En el camino, me crucé con otro colombiano, quien hace cuatro años, me contó, había estado aquí y andaba de regreso. Él me contactó con un conocido suyo que me ofreció su casa, en Quilmes, a unos 18 kilómetros de Buenos Aires. Las primeras semanas estuve allí, pero el dinero se empezó a agotar. El 12 de marzo la FIFA anunció la suspensión de las eliminatorias, así que, por suerte, contaba con lo que tenía destinado para viajar y comprar la boleta en Chile. Pero no era mucho.
Otro argentino me recibió en su casa, donde ‘vivo’ por estos días. Me ofreció una habitación en la parte de atrás. Me tranquiliza tener un techo, pero la situación cada día es más complicada. Hasta hace poco, podía comprar comida y cocinaba para mí, pero los ahorros se acabaron. No tengo ropa para el frío y no quiero enfermarme en este país.
Hoy vivo prácticamente de la caridad. Desde hace una semanas, voy a una Sociedad de Fomento —una especie de asociación vecinal—, donde organizan ‘ollas solidarias’. Ellos reciben donaciones de los habitantes del barrio 2 Avenidas y unos ‘pibes’, como les dicen aquí a los más jóvenes, preparan los alimentos para personas de bajos recursos. Nos ofrecen una comida cada tres días. Para recibirla, debemos llevar un recipiente, usar tapabocas y mantener la distancia. A decir verdad, hoy no sé qué sería de mí sin el gran corazón de los argentinos.
Ahora me cuesta conciliar el sueño. A diario me voy a la cama con ganas de llorar, aturdido por la soledad y el miedo de que esto no acabe pronto. He enviado decenas de correos a la Cancillería y el consulado y he llenado varios formularios con mis datos, pero no he recibido una respuesta. Extraño a mi hermana y a mi sobrina, que son mi única familia. No sé cuándo podré regresar.
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Una madre soltera que quiere regresar a casa
Melissa Fernández, de 23 años, vive con su hijo en Buenos Aires. No tiene tiquetes de regreso ni un empleo.
Me mudé hace un año a Buenos Aires porque aquí vivía mi pareja. Pero hace seis meses, por cuestiones personales, nos separamos. Él viajó a Colombia por vacaciones; yo decidí quedarme y rentar un apartamento, donde vivo con nuestro hijo Samuel, de dos años, y mi gato Lotus.
Quería reunir dinero para comprar tiquetes y regresar a Colombia, pues aquí no conozco a nadie. Nada me detuvo, ni siquiera la lucha constante con mi expareja, quien, antes de irse, me amenazó varias veces con no darme la firma que necesito para salir del país con Samuel.
El propósito de estar de nuevo con mi familia parecía inminente. Todo marchaba bien, en la medida de lo posible. La llegada de la covid-19 a Argentina el 3 de marzo marcó el inicio de una cadena de eventos desafortunados. En ese entonces, yo era camarera de medio tiempo en un restaurante —hice un técnico profesional en hotelería en Bogotá—. Las medidas preventivas del gobierno afectaron el comercio y, como tantas personas aquí y en el mundo, perdí mi empleo.
Nuestro futuro es incierto. Hace poco me pidieron entregar el apartamento donde vivimos porque, según dijeron los dueños, lo vendieron, supongo que para sortear mejor esta crisis de la que nadie es ajeno. Mi mamá ha podido enviarme algo de dinero, pero lo poco que me queda se está agotando, apenas alcanza para comida, y el papá de mi hijo quedó atrapado en Colombia.
Todo es incertidumbre. No es una situación sencilla cuando se tiene un niño en casa
Todo es incertidumbre. No es una situación sencilla cuando se tiene un niño en casa. Cada día, después de desayunar y arreglarnos, juego con Samuel y trato de ser su profesora y enseñarle un par de cosas; su compañía, en medio de todo, me da fuerzas. Cuando debo salir a comprar comida, cuento con una amable vecina que me ayuda cuidándolo, pero, a pesar de ello, vivo con el miedo de enfermarme y que mi hijo se quede solo. No tenemos cómo acceder a servicios de salud.
Hoy no hay posibilidad de rentar otro lugar, de acudir a algún conocido que me eche una mano aquí o de encontrar otro empleo, por eso el vuelo humanitario del 16 de mayo me dio esperanzas.
Desde hace semanas, he enviado correos al consulado, e incluso tramité una tutela —muchos lo hacen, apelando distintas razones, en especial el derecho a salir e ingresar a Colombia—, pero no he obtenido una solución. Entiendo que las personas que ya tenían un tiquete comprado tienen prioridad, pero necesito ayuda para regresar a mi verdadero hogar. En Buenos Aires, la venta de tiquetes se reanudará a inicios de septiembre. Mi hijo, mi gato y yo no tenemos cómo esperar más.
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Una pareja que tuvo que suspender el sueño de estudiar
Mariana Castillo es una bogotana de 19 años que viajó en enero con su novio a Argentina para empezar a estudiar periodismo.
El 9 de enero llegué a La Plata, en Argentina, para estudiar periodismo en la Universidad Nacional de La Plata. Con mis ahorros, y después de mucho esfuerzo, pude costear mi viaje y la estadía de un par de meses. Viajé con mi novio, Jose Luis Báez, de 22 años. Él vino a estudiar ingeniería en la misma universidad. Llegamos con el equipaje lleno de sueños y entusiasmo.
Entré a estudiar el 10 de febrero. Mi plan era tramitar los papeles necesarios para trabajar, pero semanas después, tras el primer contagio en Argentina, una de las primeras medidas anunciadas, como en otros países, fue la suspensión de clases presenciales. Hoy las facultades permanecen cerradas y las clases son virtuales. Sin embargo, mi novio y yo no tenemos cómo acceder a ellas ni tampoco los documentos requeridos para recibir alguna ayuda de la universidad. Para nosotros, estudiar en Argentina ya no es posible.
Vivimos en un apartamento pequeño. No conocemos a nadie aquí. Nuestra vida es monótona y cada día es peor que el anterior: nos levantamos temprano, preparamos algo de comer y pasamos horas leyendo noticias en Internet para estar al tanto de vuelos humanitarios, de lo que pasa en los aeropuertos o para estar en contacto con otros colombianos varados.
Cuando inició mayo, tuvimos que pagar el alquiler, los servicios y la administración, así que hoy nuestros ahorros escasean, quizás tanto como la esperanza. Nuestros padres, tan desesperados por esta situación como nosotros, ya no pueden enviarnos dinero. Los míos son independientes y los de mi novio han tenido problemas económicos luego del aislamiento decretado en Colombia el 25 de marzo.
Hoy nuestros ahorros escasean, quizás tanto como la esperanza
Hoy estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario para regresar a mi país y estar de nuevo con mi familia. Con mi novio, ya diligenciamos documentos con Migración Colombia y el consulado en Buenos Aires. El 26 de abril recibimos una llamada de una funcionaria, quien nos planteó la posibilidad de un vuelo de repatriación pronto. Confirmó unos datos, nos preguntó si podíamos costear los tiquetes y nos pidió una dirección en Bogotá donde eventualmente podríamos pasar la cuarentena. Nos llenamos de la ilusión del regreso.
Nos enteramos del vuelo humanitario que saldrá de Argentina el 16 de mayo, pero el teléfono no ha vuelto a sonar, quizá porque nosotros tenemos tiquetes con aerolíneas argentinas. Ahora solo nos queda esperar el próximo vuelo, pero no sabemos cuánto nos tomará eso. La espera nos agota y el dinero ya no alcanza.
Vuelos humanitarios
La Cancillería, el Ministerio de Transporte y Migración Colombia trabajan de manera articulada en la gestión de vuelos de carácter humanitario para facilitar el retorno de connacionales que, por la emergencia de la covid-19, permanecen varados en el extranjero.
A la fecha, según cifras oficiales, se han realizado más de 30 vuelos humanitarios en los que han regresado más de 3.600 colombianos. Se estima que la próxima semana lleguen al menos 800 más en otros nueve vuelos humanitarios procedentes de Ecuador, Estados Unidos, México, Alemania, Turquía, España, Canadá y Francia.
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Cabe recordar que, de acuerdo con la resolución 1032 de 2020, que estableció el protocolo de regreso al país, son los colombianos en el extranjero quienes deben asumir los costos del viaje. El carácter humanitario de los vuelos se debe solo a las gestiones del Gobierno Nacional para abrir las fronteras.
La canciller colombiana, Claudia Blum, ha dicho, además, que se giraron 7.000 millones de pesos a 94 consulados «que registran colombianos atrapados en distintos países y que demuestran insolvencia económica para apoyarlos en necesidades de subsistencia».
De igual forma, se habilitó la línea +57 311 887 3019 para que los connacionales en el exterior que están buscando ayuda puedan comunicarse con las entidades correspondientes.
*Estos textos contaron con la edición e investigación de William Moreno Hernández, periodista de ELTIEMPO.COM.
En Twitter: @williammoher