Nacidos en campos de exterminio: los sobrevivientes del Holocausto
Sería necesario luchar contra el olvido, brindar el máximo testimonio posible, evocar ese nacimiento en un campo de concentración nazi y la supervivencia en la vergüenza. Pero ¿cómo contar que uno “llegó al mundo al lado de una pila de cadáveres?”, se pregunta Florence Schulmann.
“Tengo demasiado miedo de que no me crean”, explica esta francesa de 75 años, comerciante jubilada, en su apartamento en París, donde narró uno de sus raros testimonios sobre un destino fuera de lo común.
Estos últimos meses, para conmemorar el 75.º aniversario de la liberación de esos campos de concentración y exterminio se recogieron las palabras de tres supervivientes de la Segunda Guerra Mundial que comparten la misma historia desconocida: al igual que Florence Schulmann, Hana Berger Moran y Mark Olsky nacieron en ese infierno y serán en un día no muy lejano los últimos supervivientes del Holocausto.
Cada uno tiene una mirada diferente de su vida. De manera opuesta a Florence, la estadounidense Hana, cuyas gafas color violeta devoran el rostro, recorre las escuelas contando su experiencia “para justificar su razón de ser”.
Exresponsable de calidad en una empresa de biotecnología, esta anciana dulce y dinámica vive ahora en Orinda, California, en el oeste del país.
Fue también en Estados Unidos que el carismático Mark Olsky reconstruyó su vida. Médico de urgencias jubilado, daltónico, tiene el físico de un exjugador de fútbol americano.
Vive cerca de Chicago y aún se sorprende de “haber tenido una existencia mejor que la de la mayoría de la gente”, gracias a los esfuerzos de su madre tras el drama de la guerra y su nacimiento.
Salvados por el calendario
Los tres nacieron en la primavera boreal de 1945, luego de que sus madres fueran deportadas embarazadas. Las de Florence y Mark eran polacas y la de Hana era checoslovaca.
Florence nació el 24 de marzo en Bergen Belsen y Hana el 12 de abril en Freiberg, dos campos distantes menos de 400 kilómetros uno del otro en Alemania.
Mark nunca sabrá la fecha exacta de su llegada al mundo, entre el 18 y el 21 de abril en un tren de carga que se dirigía al campo de Mauthausen, en lo que es hoy Austria.
Tres bebés del azar, tres pequeñas luces en las cenizas de seis millones de judíos víctimas del Holocausto.
Florence, Hana y Mark tienen hoy en día la misma mirada seria e inteligente, forjada en la adversidad total. Tienen veinte años menos que la mayoría de los supervivientes.
¿Cuál fue la principal razón de que escaparan de la muerte? El calendario. A partir del verano de 1944, las tropas soviéticas avanzaron y liberaron uno por uno los campos de concentración. El Ejército Rojo llegó a Auschwitz a fines de enero de 1945.
Toda mi vida, día y noche, he vivido el Holocausto
En los otros campos, entre el pánico y la desorganización, el mando nazi sabía que los aliados estaban cerca. Muchos cambiaron de bando.
En Freiberg, “cuando descubrieron que mi madre iba a parir, las guardianas le llevaron un recipiente de agua caliente”, cuenta Hana Berger Moran, que lleva un discreto collar de perlas y un chal en el cuello.
“Nací debajo de una mesa, en la fábrica de aviación en la que trabajaba mi madre, delante de todo el mundo. Pesaba apenas un kilo y 600 gramos. Mi madre pesaba 35”, recuerda.
Dos días después del parto, la bebé y su madre fueron evacuadas hacia Mauthausen por ferrocarril. Fue allí que se declaró el nacimiento de Hana.
A bordo del tren en el que se encontraban, los alemanes amontonaron al menos a 2.000 mujeres. Pensaban matarlas sin dejar rastros una vez que llegaran a Mauthausen.
‘Mujeres-esqueleto embarazadas’
El convoy recorría el trayecto del 14 al 29 de abril. Muchas deportadas daban a luz durante el viaje. Horrorizado, el jefe de una estación de tránsito contó a los historiadores, que conservaron su testimonio, su dantesca visión de “mujeres-esqueleto” embarazadas.
Este empleado ofrecía vestimentas a los tres bebés que acababan de nacer durante el periplo, así como alimentos a sus madres. Entre esos recién nacidos estaba Mark Olsky.
“En Mauthausen, mi madre declaró que yo había nacido el 20 de abril, a pesar de que no sabía con exactitud la fecha de parto. Es el día del nacimiento de Hitler. Pensó que con eso enternecería a la policía nazi”, cuenta Mark.
Por su parte, la madre de Florence también fue audaz cuando, al ver que se le rompía la bolsa de aguas, le reclamó a una guardiana una mantilla para el futuro bebé.
Tienes que reírte. Es la mejor venganza. Sé que a veces la gente se sorprende cuando digo algo como eso, pero me divierto, disfruto de la vida. De lo contrario, me parece que ganaron
“Se dijo que iban a meterle una bala en la cabeza y que todo se acabaría. Pero esta mujer abrió con tranquilidad su bolso y le dio un paquete de cigarrillos. Le dijo que con eso conseguiría todo lo que necesitaba en el campo”.
Al liberar Bergen Belsen, el 15 de abril, y Mauthausen, el 5 de mayo, los aliados descubrieron estupefactos a bebés raquíticos, envueltos en diarios, mamando de senos famélicos.
Ahí, cuidaron de Florence, Hana, Mark y otros, esos pequeño símbolos de una victoria sobre el horror.
Los recién nacidos estaban a salvo, pero ¿cómo iban a construirse tras haber llegado al mundo en la suciedad de una barraca superpoblada, de padres saturados con sus propios traumas?
“Toda mi vida, día y noche, he vivido el Holocausto”, afirma Florence Schulmann, de bellos ojos verdes y espalda encorvada, mientras hurga en el baúl de recuerdos, donde guarda fotos y documentos administrativos.
Florence describe una infancia opresiva. “En casa, el ambiente era pesado, y mis padres me mantuvieron dentro de un capullo. Tan pronto como tosía, corríamos al médico”, lamenta.
Antes de la deportación, su padre y su madre habían sobrevivido a las atrocidades del gueto de Lodz en Polonia. Su hijo había sido arrancado de sus brazos y enviado a una cámara de gas. Tenía tres años de edad.
“Mi infancia fue sofocante, tenía vergüenza. Me dijeron: ¿qué hizo tu madre para que sobrevivieras?”, cuenta, mientras mira esporádicamente la televisión.
Cuando era adolescente, visitó a una amiga de su madre en Tel Aviv. “Esta mujer abrió la ventana y reunió a todos los habitantes del vecindario. Había colas en cuatro pisos, que venían a tocar a la milagrosa”, cuenta.
Florence y Hana sienten el peso de su secreto mientras crecen. Mark se siente bien rodeado, pero mantiene la impresión de ser “único en el mundo” con su historia.
El suplicio de los recién nacidos
El tema de los bebés en los campos de concentración sigue siendo poco estudiado por los historiadores.
“La investigación es rudimentaria”, comenta Diana Gring, gerente de documentación de Bergen Belsen, donde se enumeran alrededor de 200 nacimientos.
En un escenario marcado por la destrucción de registros y la desaparición de cuerpos, Gring afirma: “No sabemos cuántos niños en total nacieron en todos los campos”.
El periodista Alwin Meyer, que ha dedicado un libro a los bebés de Auschwitz, menciona “miles”. Después de la guerra, dos parteras deportadas que regresaron de este apocalipsis describieron en libros los malos tratos y los infanticidios generalizados que intentaron evitar, la mayoría de las veces en vano.
Algunas deportadas que quedaron embarazadas afirman haber sido forzadas a firmar un formulario que autoriza al Tercer Reich a matar a su hijo después del nacimiento, según la antropóloga Staci Jill Rosenthal, una de las raras figuras académicas que estudió el tema.
Se sabe que algunos niños cuyas características físicas correspondían a criterios racistas arios fueron sacados de los campos y fueron adoptados por familias alemanas. Otros fueron utilizados como moneda de cambio contra prisioneros nazis detenidos en Occidente o en países neutrales.
Pero la mayoría de ellos murió, algunos después de haber servido para los experimentos del médico nazi Josef Mengele.
Una sobreviviente le dijo al documentalista francés Claude Lanzmann cómo el oficial le vendó los senos para ver cuánto tiempo podría sobrevivir su pequeña niña sin leche. Todos los días se presentaba para acompañar la agonía.
“Mis padres salieron de esas tinieblas completamente traumatizados, nunca volvieron a hacer mención de ello”, narra Schulmann.
El padre de Hana no sobrevivió y, después de quedar viuda, su madre regresó a vivir a Bratislava. “No hablábamos de eso, era imposible, Checoslovaquia era comunista”, dice. En los años sesenta, ya adulta, Hana emigró a Israel y luego a Estados Unidos.
Después de la liberación de los campos, Mark y su madre permanecieron cuatro años en Alemania, el único país que no los “rechazó”, antes de establecerse, como Hana, en Israel en 1959 y luego en Estados Unidos.
Su madre tampoco vio regresar a su esposo. “Ella hizo todo lo que pudo para que mi infancia fuera lo más normal posible”, dice Mark.
Ante la pregunta de cómo superar el dolor, Hana Berger Moran hace una pausa. Finalmente agrega: “Tienes que reírte”, dice. “Es la mejor venganza. Sé que a veces la gente se sorprende cuando digo algo como eso, pero me divierto, disfruto de la vida. De lo contrario, me parece que ganaron”.
Y, sin embargo, los tres sobrevivientes observan con ansiedad el aumento del antisemitismo en sus respectivos países.
Según un informe publicado en mayo por el Congreso Judío Europeo, el rechazo a los judíos está en aumento. “Daba por sentado la seguridad, pero ya no está garantizada”, dice Olsky.
Pronto, ya no habrá ninguno de nosotros en la Tierra, así que será mejor que transmitamos el mensaje
Una encuesta de Schoen Consulting publicada en enero revela que el 69 por ciento de los franceses menores de 38 años ignoran la cantidad de judíos asesinados durante el Holocausto.
Reuven Rivlin, el presidente israelí, quiere que el mundo “piense en cómo transmitir la memoria del Holocausto a las generaciones que vivirán en un planeta sin sobrevivientes”.
“No hay nada más fuerte que escucharlos narrar por lo que pasaron”, dijo Bernhard Mühleder, a cargo del contenido educativo en el museo de Mauthausen.
Combatientes contra el olvido, los antiguos ‘bebés de los campos’ grabaron su historia en video. Incluso Florence, a quien le costó tanto hablar de eso con su hija y sus nietos, decidió hacerlo muy recientemente “para que los historiadores no puedan cuestionar mi versión”, dice mientras guarda las fotos en su baúl.
Después de una visita a Bergen Belsen hace unos años, las autoridades alemanas del campo le entregaron su certificado de nacimiento, que considera “un regalo invaluable”.
En el memorial de Mauthausen se exhibe un diminuto vestido confeccionado para Hana, con pedazos de trapo, en los primeros días de su vida por los compañeros de su madre. Ese vestidito tiene mucho impacto en los niños que participan en las visitas escolares.
Berger Moran y Olsky no estarán en Austria, como habían planeado, para participar en las conmemoraciones de los 75 años de la liberación del campo de Mauthausen, que se celebra el 10 de mayo.
Por primera vez desde 1946, la reunión anual no tendrá lugar debido a la pandemia de coronavirus, y será sustituida por una ceremonia virtual, como una señal de que los tiempos están cambiando.
Los hijos y nietos de Florence, Mark y Hana se están preparando para tomar el testigo.
“Pronto, ya no habrá ninguno de nosotros en la Tierra, así que será mejor que transmitamos el mensaje”, dice Hana.
BLAISE GAUQUELIN
AFP REPORTAJES
PARÍS