En São Paulo, los sepultureros no paran de trabajar
Doce horas y 62 entierros. Una jornada sin respiro en la que no hay tiempo ni para rezar a los difuntos. Así es el día a día de los sepultureros del cementerio brasileño de Vila Formosa, el mayor de Latinoamérica, en plena pandemia de coronavirus: “Es un cuerpo detrás de otro, no paramos”, dice uno de los enterradores.
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En esta gigantesca necrópolis, situada en la zona este de São Paulo y donde se estima que reposan los restos de 1,5 millones de personas, los entierros suceden a un ritmo vertiginoso, desde primera hora de la mañana hasta que cae el sol.
Solo el lunes pasado realizaron 62 entierros en un lote de tierra de este camposanto, de los que más de la mitad (35) fueron de casos confirmados o sospechosos de covid-19, enfermedad que ya deja en todo Brasil cerca de 18.000 muertes y más de 271.000 contagios.
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“Cada día que pasa es más difícil”, afirma James Alan, de 34 años, coordinador de los sepultureros de Vila Formosa. Es una tragedia de la que intentan distanciarse emocionalmente para no deprimirse.
James sale de su apartamento en Cidade Tiradentes, en la humilde periferia de São Paulo, una de las zonas de la ciudad más afectadas por la crisis del coronavirus.
Poco antes de las 7 a. m. llega a Vila Formosa, donde se pone un traje blanco desechable, dos pares de guantes y un tapabocas.
Al llegar a la ‘cuadra 27’, un lote de sepulturas donde ya hay decenas de tumbas cavadas a cielo abierto, aparece el primer ataúd. No es un caso de covid-19, pero nadie acompaña al difunto, ni familia ni amigos. En 120 segundos lo entierran.
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A las 08:41 a. m. llega el primer posible fallecido por coronavirus. “Es D3”, dice uno de los enterradores. D3 es el código que aparece en la esquina superior derecha de los registros médicos y que indica que la víctima murió por covid-19 o está aguardando análisis para confirmarlo.
Al cabo de la primera media hora, los sepultureros han hecho seis entierros. El último es el tercero del día por sospecha de covid-19. A esa hora, la situación se complica. Los carros de los servicios funerarios hacen fila. En un intervalo de 20 minutos son enterradas cuatro personas más, tres de las cuales son potenciales casos de coronavirus.
Empieza a haber aglomeraciones. El ruido de las palas se entremezcla con el lamento de los parientes. “Hoy, el día está difícil”, asegura James.
A partir del mediodía el sol empieza a hacer mella en el ímpetu de los sepultureros, que acaban de finalizar su entierro número 32. “No para, ¿verdad?”, puntualiza Edenilson Souza, de 47 años, compañero de James. En el cielo varios buitres sobrevuelan en círculos y la ‘cuadra 27’ empieza a llenarse de coronas de flores.
En la tarde, si bien el ritmo disminuye, aún hay tiempo de realizar una decena de entierros más, el último literalmente a oscuras. “A veces encendemos la luz del teléfono o a veces pedimos al carro funerario que nos alumbre desde el andén”, explica James.
Sin más sepulturas en la lista, a las 6:10 p. m., dan por cerrado el servicio. En la pandemia, su promedio se mueve en un abanico de 50-55 entierros por día, con 30-32 casos de covid-19. El lunes, la superaron.
EFE