La tragedia boliviana a los casi 200 años de su independencia
Aún siendo trágico y cruento, el conflicto que vive Bolivia puede ser considerado un accidente más en la tormentosa historia del país que creó Simón Bolívar como el modelo para la nación continental que soñaba como la Gran Colombia.
A tres siglos de subyugación bajo el Imperio inca y tres de dominio español, siguieron 124 años de vida republicana alterada por revoluciones, golpes de Estado, dictaduras y guerras cuyos resultados han sido la ruina de la población, la desmembración del territorio y la pérdida de la salida al mar.
Cuando Francisco Pizarro inició en 1532 la conquista de lo que hoy es Bolivia, vio con admiración que allí existía una civilización avanzada, dueña, además, de riquezas fabulosas. Atahualpa, el último emperador inca, llegó al encuentro de Pizarro en un trono de oro, y al ser apresado ofreció a cambio de su libertad el rescate más alto de la historia: una habitación llena de oro y otra llena de plata, sin que ello impidiera su condena a muerte por sublevación, poligamia y adoración de falsos ídolos.
Mayorías dominadas
Así comenzó el sometimiento de los diez millones de indígenas que habitaban aquel imperio. Sus características eran semejantes a las que se señalan, en general, al indio americano. Sus obras materiales, como la ciudadela de Machu Picchu (situada en el Perú actual), son motivo de admiración hasta hoy. Sus fabulosas riquezas deslumbraron al mundo cuando los españoles descubrieron en 1545 el cerro de Potosí, del cual extrajeron tanta plata que se dijo que con ella se habría podido construir un puente desde la mina hasta España.
La población de Charcas, el territorio que se convirtió en Bolivia, era cercana a un millón de habitantes, en su mayoría indígenas quechuas y aymaras. Había una minoría de blancos y mestizos que llegaron atraídos por la riqueza de Potosí. Dominaban los terratenientes, los propietarios de minas, los militares, los comerciantes y los artesanos, aparte de los burócratas y los religiosos. Los dominados eran los jornaleros, los criados y los negros esclavos.
En la Colonia hubo levantamientos indígenas cuyos líderes, como Túpac Amaru, fueron derrotados y ejecutados por las autoridades españolas. El 25 de mayo de 1809, al estallar la revolución contra España, comenzaron 15 años de guerra que concluyeron el 9 de diciembre de 1824, cuando la batalla de Ayacucho puso fin al Virreinato del Perú y a la dominación española en América.
Después las tropas colombianas entraron a Bolivia bajo el mando de Antonio José de Sucre, a quien Bolívar ordenó convocar un congreso para fijar la suerte del territorio. El congreso aprobó el proyecto de constitución enviado por Bolívar y así quedó establecida el 6 de agosto de 1825 la República de Bolívar, nombre que fue cambiado después por Bolivia. La decisión no fue unánime, pues hubo resistencia a la presidencia vitalicia, principal elemento de discordia de la constitución bolivariana.
Inicios conflictivos
Tampoco fue unánime el respaldo a Sucre cuando Bolívar lo dejó encargado de la presidencia de la nueva república, como a Santander en la Nueva Granada. En 1828 enfrentó un motín y recibió dos heridas de bala. Aunque fue elegido presidente según los deseos del Libertador, renunció y se retiró al Ecuador, para reincorporarse al ejército al estallar el mismo año la guerra peruana contra la Gran Colombia, concluida con la victoria colombiana en el Portete de Tarqui.
A Sucre lo sucedió en la presidencia el mariscal Andrés de Santa Cruz y luego siguió una sucesión de caudillos militares, como Manuel Isidoro Belzu, protagonistas del periodo que los historiadores llamaron ‘la plebe en acción’. Belzu buscó el apoyo de los indios y los mestizos contra la minoría blanca y criolla y sofocó 33 revoluciones, en una de las cuales fue herido gravemente por el general Agustín Morales, más tarde presidente. En 1855 entregó el mando a su yerno, el general Jorge Córdova, a cuyo mandato puso fin José María Linares, un civil que abrió el periodo de ‘los letrados’.
Linares fue derrocado por otro militar, José María de Achá, que cayó en un golpe encabezado por su colaborador y pariente Mariano Melgarejo. Diez años después de dejar el poder, Belzu encabezó una sublevación indígena y mestiza y triunfó sobre Melgarejo, pero no alcanzó a gobernar porque el mismo año Melgarejo pidió reunirse con él, ingresó al Palacio Quemado y lo asesinó. Melgarejo gobernó en forma brutal y errática hasta 1871, cuando fue derrotado con las armas por el comandante del ejército, Agustín Morales, otro de los ‘tiranos iletrados’.
Guerras fatales
En 1872, Morales fue muerto a tiros en su despacho y sucedido por Adolfo Ballivián, hijo del presidente José Ballivián. Este cedió el puesto dos años después a Tomás Frías, a su vez derrocado y apresado en 1876 por su ministro de Guerra, Hilarión Daza, quien pasaría a la historia por haber provocado la invasión chilena que desencadenó la guerra del Pacífico en 1879. El motivo fue el gravamen de 10 centavos por quintal de salitre embarcado por la compañía anglo-chilena que lo explotaba en el desierto de Atacama, bajo control boliviano pero en disputa con Chile. Perú apoyó a Bolivia y ambos perdieron: Chile se quedó con Atacama, Perú perdió Arica y Bolivia, su salida al mar.
Sin haberse recuperado del desastre, los bolivianos se embarcaron en otro conflicto, la guerra Federal entre los liberales del norte y los conservadores del sur, que concluyó con el triunfo de los primeros. También enfrentaron la guerra del Acre con Brasil, cuyo desenlace fue la pérdida de 191.000 kilómetros cuadrados.
Pero lo peor estaba por venir: en 1932 estalló la guerra del Chaco con el Paraguay por el control del Chaco Boreal, una extensión calurosa e inhóspita de 650.000 kilómetros cuadrados con reservas minerales y de hidrocarburos sin explotar. Al firmar la paz en 1935, tres cuartas partes del territorio en disputa fueron adjudicadas a ese país y solo una cuarta parte a Bolivia.
Estaño y revolución
A comienzos y mediados del siglo XX, otros dos importantes procesos históricos alteraron la vida boliviana: el primero fue el surgimiento de la minería del estaño, que generó una nueva clase encarnada por magnates como Simón Iturri Patiño, Mauricio Hochschild y Carlos Aramayo. Gracias a las concesiones de varios gobiernos, los barones del estaño acumularon un gran poder económico y una influencia política que los hizo virtualmente dueños del país.
Otro acontecimiento transformador fue la Revolución Nacional iniciada el 9 de abril de 1952 con la instalación en el poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario. El MNR ganó la presidencia en 1951 con la candidatura de Víctor Paz Estenssoro, pero los militares le impidieron asumir el poder. Esto produjo un levantamiento popular triunfante el año siguiente.
Pero fiel a su historia, Bolivia volvió a los golpes de Estado en 1964, cuando subió el general René Barrientos. Durante su gobierno, Ernesto ‘Che’ Guevara ingresó secretamente a Bolivia con la intención de replicar allí la Revolución cubana. La aventura concluyó con la muerte del guerrillero a manos de sus captores en una escuela del remoto caserío de La Higuera.
La ‘primavera indígena’
Barrientos murió en un accidente de helicóptero en 1969 y fue sucedido por su vicepresidente, Luis Adolfo Siles Salinas, derrocado después por el general Ovando. Luego surgió el general Juan José Torres a la cabeza de un movimiento que unió a indígenas, campesinos, trabajadores y estudiantes alrededor de un programa nacionalista de izquierda, precursor del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales. Por primera vez se vio, entonces, a centinelas indígenas custodiando el palacio presidencial.
La ‘primavera indígena’ de Torres duró diez meses, al cabo de los cuales una reacción ultraderechista instaló en el poder al general Hugo Banzer. Torres se asiló en Argentina, donde fue secuestrado y asesinado en 1976, cuando allí también se había iniciado la dictadura militar. Banzer fue derrocado en 1978 y pasaron ocho presidentes antes de que el expresidente Siles Suazo, uno de los protagonistas de la revolución de 1952, fuera elegido por segunda vez en 1982.
Su triunfo marcó el comienzo de la restauración democrática en el Cono Sur, que continuó en 1983 en Argentina, en 1985 en Brasil y Uruguay, en 1989 en Paraguay y en 1990 en Chile. Pero Siles enfrentó una crisis política tan honda que tuvo que acortar su mandato en 1985. Desde entonces hubo nueve sucesiones presidenciales por elección popular, la última de las cuales fue la de Evo Morales.
Promesas incumplidas
La historia oficial de Bolivia registra 88 gobiernos y 65 presidentes entre Simón Bolívar y Evo Morales, pero el número es mucho mayor si se tiene en cuenta que hubo golpes que duraron días e incluso horas. Lo cierto es que dos siglos después de que Bolívar y Sucre organizaron a ‘la hija predilecta’ del Libertador, las promesas de una vida mejor para sus habitantes no se han cumplido cabalmente.
La caída de Morales abrió el campo a otro cambio tan abrupto como inesperado. El discurso de extrema derecha y tinte religioso de la presidenta interina, Jeanine Áñez, evoca los tiempos de la cristianización española, tan odiosa para los indígenas de Bolivia y de todo el continente. No ayudan las señales enviadas por líderes como Luis Fernando Camacho, uno de los aliados de Áñez, quien proclamó ante sus seguidores: “Hemos atado a los demonios de la brujería y los lanzamos al abismo. ¡Satánicos, fuera de Bolivia!”.
Este giro hostil a las creencias de los indígenas, acentuado por el nombramiento de ministros ultraconservadores y blancos, en su mayoría de Santa Cruz, solo puede ampliar la brecha que desde hace tanto tiempo divide a los bolivianos.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO