‘El racismo es, ante todo, un hecho político’

De visita en Buenos Aires para presentar su nuevo libro, ‘Para una historia política de la raza’ (Fondo de Cultura Económica), el historiador Jean-Frédéric Schaub, especialista en el estudio del desarrollo de España y Portugal, revela que se interesó por ese controvertido objeto teórico que es la raza al analizar los procesos de construcción política en sociedades sin Estado.

“Por más que no lo tuvieran, esas sociedades conocieron la circulación de la autoridad y la obediencia (…). Así cobró cada vez mayor importancia, en mi visión de las cosas, el modo que tuvieron varias instituciones –puede ser la Iglesia, la corona, las ciudades o las corporaciones– de hacer política a través de mecanismos de segregación de diferentes grupos por razones religiosas, sociales o culturales”, dice.

Al apoyarse en prácticas de segregación “justificadas” por un discurso con pretensiones científicas, el racismo resulta, en opinión de Schaub, más sofisticado que la xenofobia. Ese discurso puede apelar incluso a la autoridad de una ciencia que, en realidad, no lo respalda. “Si consideramos que la capacidad para establecer la genealogía de las familias en el siglo XV era ciencia, entonces sí, el racismo tiene base científica, pero tengo una gran reticencia frente a la tentación de someter la historia del racismo a la agenda de la historia de las ciencias. Hitler y su gente jamás vieron un gen judío bajo el microscopio. El racismo es un hecho político, es decidir políticamente que determinado grupo merece ser discriminado y que los descendientes de ese grupo sigan siendo discriminados”, señala.

En los últimos cien años, el mundo ha conocido tres formas notorias de racismo: en Estados Unidos, con las leyes de Jim Crow; el antisemitismo nazi y el ‘apartheid’ sudafricano.

El nazismo fue una experiencia racista con base pseudocientífica, pero en Estados Unidos no hizo falta usar esos argumentos.

Una de las diferencias entre la negrofobia estadounidense y el antisemitismo alemán es que este último, en gran parte, está pensado para descubrir al ‘enemigo interior judío’, invisible porque se había integrado a la sociedad alemana. Mientras que en el caso de Estados Unidos, la ‘diferencia’ de los afroamericanos se evidencia por el color de la piel. A partir del momento en que el color de la piel delata un origen descrito como negativo, se necesita recurrir todavía menos a fantasías del tipo de una mala naturaleza que corre en la sangre, pero que no se ve, que sería el caso de los judíos.

El caso de Sudáfrica es muy parecido al norteamericano, aunque en Estados Unidos existió la creencia de que en cuanto los esclavos afroamericanos fueran liberados, como era impensable que pudiesen crear una nación común con los anglosajones protestantes, la mejor solución sería mandarlos de vuelta a África.

¿Y en América Latina?

En el Cono Sur, la idea fue el ‘blanqueamiento’, es decir, traer gente de Europa para que la presencia visible de los originarios y de los afroamericanos deportados se fuese diluyendo y que el paisaje social de la Argentina, Uruguay y Chile fuese el de una sociedad cada vez más blanca. Esa idea, sin ningún fundamento más que político y estético, proponía que una población blanca podía ser sujeto del progreso histórico. En Estados Unidos y en Sudáfrica, la solución ha sido la separación entre blancos y afroamericanos, o africanos en el caso de Sudáfrica. En algunos países latinoamericanos, la solución ha sido ahogar el elemento no blanco bajo una oleada demográfica de gente blanca de ascendencia europea. De alguna manera, eso funcionó en los estados del sur de Brasil y en Uruguay. Aunque sabemos que existe una ocultación del elemento afro en la Argentina y Uruguay.

En algunos países latinoamericanos, la solución ha sido ahogar el elemento no blanco bajo una oleada demográfica de gente blanca de ascendencia europea

¿Serían modelos de racismo distinto?

Aunque estos dos casos parezcan absolutamente opuestos (en el caso estadounidense, prohibiendo los matrimonios mixtos, y en el caso argentino, incentivando la desaparición del elemento negro por mestizaje con sangre blanca), ambos son modelos racistas. La diferencia jurídica fundamental es que en ninguna de las repúblicas de la independencia latinoamericana ha existido legislación que se compare a lo que fue la legislación racista y discriminatoria de Estados Unidos. Esto no quiere decir que no haya racismo en América Latina. Hay mucho. Pero no ha cuajado como una legislación. ‘Apartheid’ es la palabra holandesa más conocida en el mundo; el calvinismo en Sudáfrica, y también en el sur de Estados Unidos, con el Ku Klux Klan, ha albergado una de las formas más radicales del racismo político en el siglo XX. Habría que discutir también, y mucho, la acción del catolicismo.

(Le puede interesar: La política sagrada de Estados Unidos)

En su libro se remonta al origen de la historia política de la raza. ¿Dónde lo sitúa? Hay buenas razones para decir que todo empezó en la antigua Grecia, porque había esclavos y el estatus de esclavo se transmitía de padre a hijo. Además, Aristóteles desarrolla el discurso del carácter natural de la inferioridad de los esclavos. Allí, entonces, tenemos todos los elementos del racismo. Sin embargo, si nos interesamos por el racismo como esa forma de convertir a la gente con la que convivimos en otros, es decir, de ‘fabricar otros’, merece la pena poner el énfasis en la historia ibérica, sin ensañarnos. Lo que ha ocurrido en la península ibérica es un modelo que tiene otras manifestaciones más tardías, un proceso que empieza empujando a gente diferente, en este caso a los judíos, a exiliarse o incorporarse a la cristiandad, abre paso a una segunda etapa en la que los cristianos ‘viejos’ dicen o sienten que aquellos feligreses cristianos que comulgan los domingos, pero son de origen judío, no son como ellos.

Entonces, la diferencia entre los cristianos de origen judío o musulmán y los inmemorialmente cristianos, al no ser de doctrina, tiene que ser de otro tipo: la sangre está infectada por una mala naturaleza judía o la mala raza mora. Pongo énfasis en esto porque es un mecanismo muy interesante, que visibiliza una diferencia que es invisible. El típico hidalgo español o el fidalgo portugués de aquella época son los actores de la gran expansión colonial europea un siglo y medio antes de que los ingleses, los franceses y los holandeses empezaran a armar su propio imperio colonial.

¿En las sociedades donde entraron los conquistadores no había segregación?

La de mis colegas decoloniales, que ven toda la culpa del mundo en el hombre blanco y toda la inocencia del mundo en el hombre no blanco, es una fantasía total. Primero, uno de los fundamentos que más se repiten en la historia de la humanidad para desarrollar políticas discriminatorias es la conquista. Conquistar es, en el fondo, establecer que en un territorio hay vencedores y vencidos, conquistadores y conquistados, y que la mancha, la inferioridad de haber sido vencido y conquistado, es algo que se traslada de generación en generación. Si cae Tenochtitlán bajo los golpes de Cortés, no es por los pocos cientos de españoles; el imperio azteca cae porque con Cortés combaten 20.000 guerreros locales que lo único que quieren es acabar con la tiranía de los aztecas. Lo mismo pasa con los incas. Es una visión increíblemente paternalista y, en el fondo, colonialista pensar que el mundo precolombino no tenía su propia historia, sus propias dinámicas, y que esas dinámicas podían ser de conquista y segregación. Es como si esos mecanismos hubieran sido importados de Europa y no hubieran existido en América o en Asia Oriental con la expansión del imperio chino, o del bantú en África. Es paradójicamente colonialista pensar que 1492 diseña un antes y un después radical absoluto para los pueblos originarios de América, como si lo anterior a 1492 hubiera sido borrado para siempre con la llegada de los españoles y que los españoles hubieran reformulado por completo la unidad indígena.

La de mis colegas decoloniales, que ven toda la culpa del mundo en el hombre blanco y toda la inocencia del mundo en el hombre no blanco, es una fantasía total

¿Todos los decoloniales son paternalistas?

Hay una mujer a quien yo respeto profundamente, y es la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui. Ella ha escrito los textos más feroces sobre los pensadores decoloniales, en particular contra Walter Mignolo, porque estos señores son contratados por universidades estadounidenses que pagan fortunas a profesores ultrarradicales para hacer una especie de lavado de cara ideológico. Estos señores que escupen constantemente contra Europa y el legado europeo, y abogan a favor de lo que llaman una filosofía del ‘sur global’, jamás han aprendido un idioma originario. No saben nahuátl, aymara, quechua, tupí-guaraní, pero explican que los conceptos europeos no son aptos para describir la realidad americana. Rivera Cusicanqui sí habla lenguas originarias y tiene una enorme cultura nativa y española. Con Evo Morales ella tiene un discurso crítico, moderado, posibilista, racional, del que carecen estos señores que cuentan la historia en un campus norteamericano o por YouTube.

¿Los musulmanes también apelaron al racismo?

El mundo musulmán árabe no puede eximirse de una historia racista muy parecida a la del Occidente cristiano. Por ejemplo, el Occidente cristiano ha aprendido los métodos de la trata negrera de los territorios musulmanes de finales de la Edad Media. Si hay un mercado de esclavos negros en Sevilla, Málaga, Almería, Valencia, Murcia y Cartagena al final de la Edad Media, es por herencia árabe. Sin embargo, la intensidad con que se realizó la trata europea es incomparable. El período de mayor tráfico de esclavos africanos es entre 1770 y 1820. Durante ese período, los esclavistas sacaron de África una cantidad absolutamente increíble de gente, en unas condiciones infrahumanas que hacen que yo no tenga ningún problema en aceptar, con los movimientos afro, que la trata de esclavos europea fue un crimen contra la humanidad. Ahora, que los europeos hayan cometido ese crimen no autoriza a olvidar que el mundo árabe musulmán había empezado mucho antes con el tráfico de esclavos. Y lo sigue haciendo en la actualidad: me refiero a casos estudiados por la ONU, como los de Mauritania, Níger y, en menor medida, Mali.

(Lepuede interesar: Los países que mejor han enfrentado la pandemia del coronavirus)

¿Hay partidos racistas en Francia y se puede reflejar en las urnas?

Lo que voy a decir es muy provocador, pero la Francia de mi infancia, la de los presidentes Georges Pompidou y Giscard d’Estaing, era un país mucho más racista que la Francia actual. La derrota francesa en Argelia alimentó un gran odio hacia los inmigrantes argelinos. La guerra de Argelia fue violentísima por parte del Estado francés, pero también lo fue por parte de los argelinos. Fue una guerra horrible. Eso creó una situación en la que en Francia, durante los años 60, 70 y 80, grupos armados mataban a inmigrantes argelinos en proporciones que son inimaginables hoy. Eran crímenes racistas. Eso ya no existe, ese tipo de violencia política ha desaparecido por completo de la vida política francesa.

¿Cuál es su opinión sobre el discurso de Donald Trump?

Es un discurso xenófobo, estúpido y oportunista, pero, en parte, el éxito electoral e incluso el éxito cultural de Trump es fruto de la incapacidad de la izquierda institucional estadounidense, me refiero al Partido Demócrata, de enfrentar el tema de las desigualdades socioeconómicas y territoriales en Estados Unidos. Mientras los demócratas piensen que el apoyo de George Clooney, Beyoncé o Mark Zuckerberg es lo que garantiza ser liberal y ser de izquierda hoy en ese país, Trump tiene futuro.

DANIEL GIGENA
LA NACIÓN (Argentina)
GDA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *