Reflexiones sobre plan de paz de EE. UU. para israelíes y palestinos

‘Rechazar el plan no es la salida’

Ha pasado suficiente tiempo para leer y digerir las más de 180 páginas de lo que el gobierno de Estados Unidos llama ‘Paz para la prosperidad: una visión para mejorar la vida de los pueblos palestino e israelí’. También se lo conoce (a veces burlonamente) como ‘El acuerdo del siglo’. O, en términos más neutrales, se lo describe como el último plan de paz estadounidense para Oriente Medio.

Sólo que no lo es. La propuesta –supervisada por el asesor sénior de la Casa Blanca Jared Kushner, el yerno del presidente Donald Trump, y difundida por Trump el 28 de enero– no es un plan para la paz. Si lo fuera, no habría sido desarrollada por Estados Unidos e Israel sin una participación palestina significativa. No habría sido difundida con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, recientemente procesado, de pie al lado de Trump, en medio del juicio político del presidente norteamericano y de una campaña por la reelección, frente a una audiencia acérrimamente pro-israelí. Se supone que la paz tiene que ser entre dos pueblos, no dos personas.

Es justo decir que el plan incluye una cantidad de puntos deseables. Exige dos estados, la única estrategia que podría satisfacer al nacionalismo palestino. Disipa los temores de seguridad israelíes. Y es realista: reconoce que los más de un millón de refugiados palestinos sólo pueden ser albergados en un estado palestino y que los grandes bloques de asentamientos que contienen a cientos de miles de israelíes deben volverse parte de Israel.

Estas ventajas, sin embargo, están más que neutralizadas por el sesgo abrumadoramente pro-israelí del plan. El estado palestino existiría sólo en el 70 % de las tierras ocupadas por Israel desde 1967. Territorio israelí rodearía todo el estado palestino. Israel sería soberano en toda Jerusalén, mientras que la capital palestina estaría ubicada en las afueras de la ciudad. Los asentamientos israelíes existirían en medio del estado palestino.

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Es más, a este ‘estado menos’ le costaría mucho llegar a existir. El plan exige que la entidad palestina sea una plena democracia con instituciones financieras de nivel mundial antes de poder convertirse en un estado soberano. Todo el país, incluida Gaza, controlada por Hamas, necesitaría desmilitarizarse. E Israel determinaría cuándo el estado palestino ha cumplido con estos criterios. Es una receta para un estado en principio, pero no en la práctica.

Kushner cuenta con que los estados árabes, hartos de los palestinos y que trabajan silenciosamente con Israel para contrarrestar a Irán, presionen a los palestinos para que acepten su oferta. Es verdad que los gobiernos árabes están preocupados por Irán y se han cansado de la causa palestina. Pero su política nacional nunca les permitirá obligar a los palestinos a aceptar la soberanía israelí en Jerusalén o la anexión de tierra. El rechazo del plan por parte de la Liga Árabe y la Organización de Cooperación Islámica subraya esta realidad política.

Y Kushner sigue entendiendo mal la situación al esperar que la ayuda económica prometida lleve a los palestinos a exigir que sus líderes acepten el plan. Ningún dinero instará a los palestinos a sacrificar su honor nacional y sus aspiraciones.

Pero rechazar el plan de cuajo es una tentación que tiene que ser resistida. El rechazo serial de las propuestas de paz no ha beneficiado a los palestinos. Tampoco el paso del tiempo. Israel ha prosperado; los palestinos, no. Lo que está sobre la mesa hoy es mucho menos de lo que se ofrecía en el pasado. La lección es que lo imperfecto puede tornarse más imperfecto.

Los líderes palestinos harían bien en exigir negociaciones directas con Israel. No hay ninguna necesidad de que Estados Unidos esté presente. Los Acuerdos de Oslo demostraron que palestinos e israelíes son plenamente capaces de negociar por cuenta propia.

Las negociaciones se pueden basar en la nueva propuesta o en otras ideas. Lo que es esencial es que cada parte sea libre de proponer lo que quiera. Ambas partes tendrían que comprometerse a no emprender ninguna acción unilateral antes o durante las conversaciones para implementar aspectos selectivos del plan Kushner.

Entre otras cosas, esto impediría a Israel avanzar con cualquier anexión de territorio. Por su parte, los palestinos renunciarían a los llamados a la violencia, que sólo resultarían en más vidas perdidas e impedirían que cualquier gobierno israelí pudiera negociar.

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La historia sugiere que cualquier negociación de paz sólo tiene una pequeña chance de éxito. Un acuerdo requiere compromiso y el compromiso exige líderes que estén dispuestos a hacer concesiones, que puedan hacerlo y que luego puedan vendérselas a sus respectivos pueblos. Y no es del todo claro que estas condiciones de madurez existan.

Esta evaluación podría cambiar con la elección del 2 de marzo en Israel. Es posible que un nuevo gobierno y primer ministro prescindan de una acción unilateral y estén dispuestos a ofrecerles a los palestinos más de lo que figura en el plan de la Casa Blanca. Si fuera así, los palestinos deberían aprovechar la oportunidad y negociar de buena fe. Si esto también exige una nueva conducción palestina, que así sea. Lo que importa es no estar más a la deriva. Para parafrasear la famosa ocurrencia de Churchill sobre la democracia, una solución de dos estados es el peor resultado posible excepto por todos los demás.

RICHARD N. HAASS*
© Project Syndicate
Nueva York
* Presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, un centro de pensamiento especializado en política exterior estadounidense.

‘Los palestinos deben cambiar de estrategia’

He estado involucrado en el proceso de paz en Oriente Medio, de una manera u otra, durante 12 años. Rara vez escribo sobre él, porque cualquier cosa que se diga en público suele ofender a alguien, pero la publicación del tan esperado plan de paz estadounidense es una oportunidad para evaluar la situación.

Soy uno de los pocos que aún creen que la creación de un estado palestino es tanto deseable como posible. La mayor parte de los comentaristas recibe la idea con una risita sardónica. Muchos israelíes y palestinos se han dado por vencidos.

Yo no, porque estoy convencido –tal vez irracionalmente– de que la razón siempre triunfa al final. Los israelíes no debieran albergar el deseo de gobernar a los palestinos indefinidamente. Los palestinos necesitan sentirse libres de la ocupación y tener la dignidad de contar con la categoría de estado. Y un estado palestino independiente y soberano sigue siendo la única forma razonable para evitar el conflicto.

Se me ocurren mil cosas que Israel debiera hacer para que aumente la probabilidad de crear un estado palestino, pero la realidad es que un estado palestino solo puede surgir si hay un cambio fundamental en la estrategia palestina.

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Para muchos en la comunidad internacional, el solo hecho de plantear la cuestión en esos términos es injusto e insultante para los palestinos. Simpatizan profundamente con la causa palestina y señalan la enorme diferencia entre israelíes y palestinos en términos de riqueza, las atroces condiciones de vida en Gaza, las restricciones que sufren los palestinos en su vida diaria en Cisjordania, y el gobierno de Jerusalén.

Pero los palestinos no necesitan una estrategia de solidaridad, necesitan una estrategia para crear un estado y su rumbo actual no los conducirá a eso. Sus principales partidarios internacionales también han obstaculizado el desarrollo de una estrategia seria, porque alientan a los líderes palestinos a centrarse solo en la justicia histórica de la causa, más que en la realidad del entorno político en que se debe alcanzar esa justicia. Las resoluciones, los gestos de apoyo y las expresiones retóricas de solidaridad que llueven sobre los palestinos son la moneda más barata de la diplomacia internacional. En el mundo real, no se puede comprar casi nada con ellas.

Para que dos estados vivan juntos en paz, cuando uno ya existe y es mucho más poderoso que el nuevo estado propuesto, el primero debe sentirse seguro frente a la creación del otro, mientras que el segundo debe contar con el apoyo diplomático y político necesarios. La necesidad de seguridad se torna aún más crítica cuando ambos estados coexistirán en un pequeño territorio, donde las poblaciones no pueden separarse fácilmente.

Dejemos de lado quién es el primer ministro israelí y supongamos que Estados Unidos tiene al presidente más favorable a palestina de la historia. Supongamos, además, que la comunidad internacional continúa fascinada por el proceso de paz y que Oriente Medio está, por lo demás, inactivo. Incluso en este entorno ideal, ¿cómo podría lograrse el éxito en una negociación, dado el caos que impera en la política palestina?

Un estado palestino comprometería a Gaza y Cisjordania. El primero está bajo el control de Hamás, una organización todavía formalmente comprometida con la destrucción de Israel. El segundo está controlado por Fatah, que está profundamente dividido. Hamás y Fatah se oponen ferozmente y sus conversaciones en pos de la reconciliación son un monumento a la insinceridad. Ya van 14 años sin elecciones democráticas, lo que no permite evaluar de manera confiable la autoridad popular del gobierno en Ramala.

Resulta inconcebible que una política tan fragmentada pueda dar lugar a un acuerdo creíble para un estado. Será entonces difícil que un primer ministro israelí lo acepte y que un presidente estadounidense lo imponga. La unidad política palestina sobre una base compatible con la coexistencia pacífica con Israel no es una cuestión secundaria, es un prerrequisito para el éxito.

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Los líderes palestinos se oponen fuertemente al reciente plan estadounidense, en especial a transferir la soberanía del valle del Jordán a Israel y a la negativa a incluir partes significativas de Jerusalén Oriental en el futuro Estado palestino. En los últimos días, el asesor en jefe del presidente Donald Trump, Jared Kushner, se ha desvivido por decir que el plan, de su autoría, está abierto a la negociación. Pero, hasta ahora, los palestinos se han negado a discutir el plan y ni siquiera han aceptado una llamada de Trump.

Así esto no puede funcionar. Participen, digan por qué el plan es inaceptable, indiquen qué hay que cambiar, exijan reuniones, propongan, sumérjanse en los detalles.

Si bien son varios los actores que en la práctica pueden ayudar a lograr la condición de estado, los palestinos no pueden darse el lujo de tener una silla vacía.

Los árabes, por ejemplo, no son indiferentes, se preocupan por los palestinos y se preocupan apasionadamente por Jerusalén. Pero en vez de insistir en que los árabes no tendrán nada que ver con Israel hasta que los palestinos hayan negociado la paz, el enfoque inteligente sería fomentar las buenas relaciones entre árabes e israelíes, comprometer a los árabes en la negociación y luego aprovecharlos para empujar a los israelíes hacia mejores posiciones. La meta debiera ser un marco conjunto árabe-israelí para la región, del cual la resolución de la cuestión palestina sería un componente. Esto daría confianza a Israel en que la paz con los palestinos es parte de una aceptación regional genuina, no la recompensa por concesiones forzadas, sino la consecuencia natural de un nuevo espíritu de amistad.

El plan estadounidense ha sido alabado y condenado según las afiliaciones políticas de cada quien, pero es la única vez en que el gobierno de EE. UU. ha producido un mapa que pone sobre la mesa cuestiones que fueron pasadas por alto durante demasiado tiempo.

Pero, independientemente del plan que se proponga, los palestinos deben cambiar su estrategia. De lo contrario, se repetirá el patrón de las últimas décadas, en el que cada nueva oferta es peor que la anterior. Los palestinos solo podrán lograr un futuro diferente por mano propia.

TONY BLAIR*
© Project SyndicDos reflexiones sobre el plan de paz de EE. UU. para israelíes y palestinosate
Londres
* Exprimer ministro del Reino Unido (entre 1997 y 2007) y actual presidente del Instituto para el Cambio Mundial.

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